ROCK | Efterklang

Daneses adorables

El sexteto de Casper Clausen deja sin respiración a la concurrencia del Teatro Lara

Unos teclados gélidos. Una guitarra que repite arpegios al borde de la hipnosis. Esa teclista que canta cual sirenita danesa postrada frente al océano infinito. Y un cantante, Casper Clausen, de voz profunda y melancólica. Igual que Patrick Wolf o Scott Matthew, pero sin apartarse de los territorios desolados. El resultado es tan hermoso que podemos perdonar los detalles colaterales; incluso la americana marrón de Clausen o el bigotito fino de Rasmus Stolberg, su bajista. Porque Efterklang, el sexteto que dejó anoche sin respiración a la concurrencia del Teatro Lara, constituye uno de los epis...

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Unos teclados gélidos. Una guitarra que repite arpegios al borde de la hipnosis. Esa teclista que canta cual sirenita danesa postrada frente al océano infinito. Y un cantante, Casper Clausen, de voz profunda y melancólica. Igual que Patrick Wolf o Scott Matthew, pero sin apartarse de los territorios desolados. El resultado es tan hermoso que podemos perdonar los detalles colaterales; incluso la americana marrón de Clausen o el bigotito fino de Rasmus Stolberg, su bajista. Porque Efterklang, el sexteto que dejó anoche sin respiración a la concurrencia del Teatro Lara, constituye uno de los episodios más elaborados y subyugantes que se estilan ahora por territorios europeos.

La yuxtaposición de paisajes oníricos, voz femenina aguda y masculina casi de crooner trae a la memoria a Dead Can Dance, igual que el tono de rock experimental y alérgico a los patrones agradará a los fieles de Sigur Rós y las piruetas sinfónicas recuerdan a Field Music. Pero Efterklang son más que la suma de influencias muy nobles (Casper en falsete parece Bon Iver). Son un estado de ánimo. Parecen prestos a evocar una tiritona, pero terminan desatando la euforia: toda la platea se levanta para saludar Modern drift y tributa una ovación final como hacía tiempo no escuchábamos en Madrid.

Muchos de los temas pertenecían a Piramida, disco grabado en una remota isla, Spitsbergen, a un paso del polo norte y con los osos salvajes como principal peligro. The ghost evoca eso mismo, un sueño inquietante que nadie acierta a desentrañar. Pero los daneses no son ajenos a los ritmos lúdicos ni el sentido del humor. Casper puede cantar despanzurrado en el suelo y jugando con el micro como si fuera un péndulo, o desde el centro del teatro sin ningún tipo de amplificación. Ese final desenchufado fue solo uno más de los argumentos para hacerlos adorables.

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