CANCIÓN

Sueños para la deconstrucción sonora

María Rodés canta lo que compone, pero no resulta sencillo encuadrarla en ninguna familia sonora al uso

Confiesa María Rodés que durante estos dos últimos años fue anotando en una libreta sus sueños en busca de argumentos para escribir nuevas canciones. Puede que el contenido de aquellas páginas resultara más sustancioso para un psiquiatra que para estimular el oficio del cantautor, pero, a juzgar por la belleza definitivamente singular de Sueño triangular, parece que la tímida chica nacida en el año del Halley ha sabido sacarle provecho a la idea. No hubo más de un centenar de curiosos en El Sol para saludar el alumbramiento de este disco raro, por atípico. Todo se andará: la barcelone...

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Confiesa María Rodés que durante estos dos últimos años fue anotando en una libreta sus sueños en busca de argumentos para escribir nuevas canciones. Puede que el contenido de aquellas páginas resultara más sustancioso para un psiquiatra que para estimular el oficio del cantautor, pero, a juzgar por la belleza definitivamente singular de Sueño triangular, parece que la tímida chica nacida en el año del Halley ha sabido sacarle provecho a la idea. No hubo más de un centenar de curiosos en El Sol para saludar el alumbramiento de este disco raro, por atípico. Todo se andará: la barcelonesa atesora ideas muy estimulantes y la valentía de haber publicado ya, con menos de 27 años, tres álbumes que ni siquiera se parecen demasiado entre sí.

Rodés canta lo que compone, pero no resulta sencillo encuadrarla en ninguna familia sonora al uso. Escuchando esa candidez silabeada de ‘Haz lo que te dé la gana’, el tema con el que abrió anoche su actuación, puede venir a la cabeza una versión femenina de Javier Álvarez, o tal vez al propio Álvarez rindiendo tributo a Jeanette (lo cual ya ha sucedido). La dimensión onírica aflora con más nitidez (o desasosiego) en la más compleja y rupturista Cae lo que fuego fue, que podría llamar la atención a los jovencitos de Tame Impala. En cualquier caso, el material soñado parece una buena excusa más para la deconstrucción de las canciones, ese anhelo recurrente de que las piezas fluyan pero no resulten del todo predecibles. La vieja sucesión de estrofas y estribillos aquí se diluye entre cambios de ritmos, voces inaprensibles, incursiones en las escalas pentatónicas (Lejos de Pekín) y crescendos instrumentales (Hum!) que escapan del guion convencional. Nada extravagante, pero sí muy alentador.

La voz de María puede sonar a sirena nórdica (¿no habrá cantado Stina Nordenstam antes alguna versión de Noi coix?), pero también puede adquirir matices inquietantes (Transiciones), envenenados (“firme en tu indecisión / tu sonrisa de pésimo actor”) y hasta pesadillescos. La respaldan cinco músicos sutiles e imaginativos, sobre todo esa guitarrista-arpista y un teclista que juega con los registros de los idiófonos. Todo es susceptible de cuestionarse en el universo de Rodés, incluso los bises. Buena cosa, esta de ir por libre.

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