El hábito de la aventura

Barcelona recuerda al viajero monje Bonaventura Ubach con un homenaje y una placa en su casa

El sobrino nieto de Ubach, Josep Agustí Castellanos, en el acto. Detrás, el monje Jordi Cervera. AITOR SAEZ

Por un momento, a través de la multitud, las miradas de los dos hombres se cruzaron tendiendo un puente sobre el tiempo y el espacio. Uno vestía caftan, calzaba babuchas, se tocaba con un pequeño fez y cargaba bajo el brazo enrrollada su alfombra de rezos. El otro lucía hábito y  una kufiyah beduina que enmarcaba su rostro de luengas barbas negras y ojos inquisitivos y curiosos tras las redondas gafas de alambre.

Seguramente a Dom Bonaventura Ubach (1879-1960), monje de Montserrat, biblista, explorador y aventurero, cuya foto ataviado a lo Auda de los Howeitat presidía ayer el homenaje ...

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Por un momento, a través de la multitud, las miradas de los dos hombres se cruzaron tendiendo un puente sobre el tiempo y el espacio. Uno vestía caftan, calzaba babuchas, se tocaba con un pequeño fez y cargaba bajo el brazo enrrollada su alfombra de rezos. El otro lucía hábito y  una kufiyah beduina que enmarcaba su rostro de luengas barbas negras y ojos inquisitivos y curiosos tras las redondas gafas de alambre.

Seguramente a Dom Bonaventura Ubach (1879-1960), monje de Montserrat, biblista, explorador y aventurero, cuya foto ataviado a lo Auda de los Howeitat presidía ayer el homenaje que se le dedicó junto al Mercado de Santa Caterina, en Barcelona, le habría sorprendido toparse con alguien de aspecto tan oriental como el devoto marroquí que atravesó la avenida de Cambó, a lo suyo, durante el acto. Para ver gente así el inquieto monje tuvo que marchar muy lejos. El tiempo se las ha traído al lado de casa. Porque precisamente aquí, en una callecita que sale frente al mercado, Freixures, tan pequeña que casi ni cabe la luz, en el cuarto segunda del número 23, nació Ubach tal día como ayer, el 2 de abril de hace 134 años.

El biblista se trajo de Egipto una momia para Montserrat

Nadie podría prever entonces que al cuarto de los seis hermanos Ubach, todos (menos la única chica, claro) hombres de Dios, monjes y sacerdotes, el destino le llevaría a hollar tan extraordinarios lugares —Egipto, Jordania, Siria, Turquía, Irak— y vivir tan sensacionales peripecias, e incluso a traerse, entre otras muchas cosas raras, una momia. Tampoco nadie en aquella ya tan lejana Barcelona hubiera imaginado que el chico Ubach que cazaba lagartijas y perseguía remolinos de aire en la calle —como evocó novelescamente ayer el escritor y periodista Martí Gironell, autor de la popular novela sobre el personaje, L'arqueòleg (Columna)— congregaría a tanta gente para recordarle con simpatía y honrarle.

Hubo una ruidosa y alegre cercavila con capgrosssos, gigantes y castellers, parlamentos que evocaron al monje, merienda, y se descubrió entre cantos de una coral, en su vieja casa, una placa en su recuerdo. Entre los asistentes al acto, del que hizo de presentador Gironell, parientes del benedictino aventurero (al que denominaban el tiet), políticos (el teniente de alcalde de Cultura, Jaume Ciurana, y la regidora de Ciutat Vella, Mercè Homs), miembros de la asociación de vecinos de Santa Caterina, que ha impulsado el homenaje, y, dando mucho ambiente, monjes.

Entre ellos otro también lanzado a la aventura y que ha seguido los pasos (las huellas en la arena del desierto, pongámonos convenientemente poéticos) del predecesor. Esto del monje aventurero va a ser un hábito y perdonen el fácil juego de palabras.

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El monje en cuestión era Fra Jordi Cervera, capuchino, que junto con el dominico romano Riccardo Lufrani repitieron cien años después el viaje al Sinaí de Ubach en 1910, con los mismos medios —léase camellos y beduinos—, alumbrando al regresar un libro estupendo El camí d’Ubach, de Montserrat al Sinaí cent anys després (Editorial Mediterrània). Más nervioso que en los desiertos de Palestina, Cervera felicitó las Pascuas, y recordó entrañablemente a Ubach, “pequeño de estatura, nacido en una calle pequeña al lado de un santuario pequeño con una mare de Déu pequeña, que sin duda ha intercedido por este acto”.

El capuchino Jordi Cervera, que ha seguido sus pasos, evocó sus peripecias

Pius-Ramon Tragan, responsable del Scriptorium Biblicum et Orientale de Montserrat y último discípulo de Ubach, que le enseñó hebrero, trajo los saludos de sus hermanos benedictinos y del abad y nos entretuvo de lo lindo explicando las pillerías juveniles del monje viajero, que se escapó de casa. Destacó su sentido de la independencia y apuntó que el hecho de que su padre fuera empleado de Transmediterrània debió influir en su amplitud de horizontes. Recordó que los grandes legados de Ubach son la Biblia montserratina en 22 volúmenes —”monumento de erudición y de la lengua catalana”— y la creación del Museu Bíblic de la abadía, que surtió con piezas obtenidas —no sin notables trapicheos— en sus viajes y visitas a museos y excavaciones de todo Oriente Medio.

“Le habría encantado este homenaje, tan bonito e inesperado”, me dijo poco antes Tragan. “Su interés por la fiesta popular, por la gente y las costumbres, no desdecía su sabiduría. Era un hombre con la impronta de la Renaixença”.

Especialmente entrañable fue la intervención de un sobrino nieto de Ubach, Josep Agustí Castellanos, que recordó cómo durante la mili en Huesca cuando bajaba a Barcelona en una Vespa del 52 pasaba indefectiblemente por Montserrat para llevarle al monje tabaco. Menos buen recuerdo le han dejado al sobrino nieto las tres horas de misa de incensiado rito sirio con que le regalaba el erudito y viajero monje.

 

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