Con el colmillo escondido
Mick Taylor sabe tocar frente a 200.000 personas, pero seguramente disfrutara más ante 400
Mick Taylor o la impredecibilidad. En el centro del escenario, un sexagenario con bufanda gris que figura sin discusión entre los 30 o 40 mejores guitarristas de la historia, pero cuyo último apunte biográfico relevante se remonta a... 1974, su última temporada con los Stones. Un quinteto de músicos curtidos y venerables (¡por Dios, la segunda guitarra le compete a Hamish Stuart, en tiempos íntimo de McCartney!) a los que la prueba de sonido "no les salió muy allá", en confesión de varios testigos. Y una sala El...
Mick Taylor o la impredecibilidad. En el centro del escenario, un sexagenario con bufanda gris que figura sin discusión entre los 30 o 40 mejores guitarristas de la historia, pero cuyo último apunte biográfico relevante se remonta a... 1974, su última temporada con los Stones. Un quinteto de músicos curtidos y venerables (¡por Dios, la segunda guitarra le compete a Hamish Stuart, en tiempos íntimo de McCartney!) a los que la prueba de sonido "no les salió muy allá", en confesión de varios testigos. Y una sala El Sol repleta y expectante pese a los intimidatorios 35 euros de la entrada. Pero hay inversiones que no se discuten: imposible calcular el valor de un mito, y más de un mito enigmático.
Puede que nunca sepamos por qué Taylor abandonó motu proprio la mayor franquicia del rock, pero anoche marcó las diferencias: lo que en Ron Wood es tosca suciedad y en Richards, pura mugre, él lo convierte en caricia sutil. Blues de escuela y pajarita, con más clase que filigrana; generoso para con los solos ajenos (Late at night) y los tributos (Blind Willie McTell, de Dylan, con derivaciones a All along the watchtower y Layla). Melódico en cada nota y digno en su vocación de pequeño formato. Little Mick sabe lo que es tocar frente a 200.000 personas, pero seguramente disfrutara más ayer ante 400.
Taylor hizo trabajar a conciencia a su Gibson en You shook me, de Earl Hooker, pero anduvo escaso de voz, plúmbeo en ese instrumental medio latino titulado Goin' south y con el colmillo más escondido de lo que quizás habría sido deseable. Hamish, en contraste, aprovechó sus minutos de gloria con una preciosa lectura de la vieja He was a friend of mine. El concierto acabó con No expectations, de Jagger y Richards.
Al inglés que llegó a la calle Jardines en solitario, mapa del hotel en mano, parece que ya le interesa muy poco la parafernalia de la fama.