FLAMENCO Estrella Morente

Los mimbres y la sorpresa

Estrella tiene todos los mimbres, pero le falta aún el aval de la sorpresa, el asentamiento en un espacio singular

Estrella Morente, ayer, en el Teatro Real.Carlos Álvarez (Redferns via Getty Images)

El espectador de la música popular está poco acostumbrado a esos cortinajes con filigrana del Teatro Real, pero la noticia, de arranque, no se encontraba tras la tela burdeos. Estrella Morente asomó a ras de suelo, avanzando serena y parsimoniosa por el pasillo central del patio de butacas. Lástima que ese ‘Pregón de las Moras’ inaugural esté acompañado por unos teclados horripilantes, más propios de algún documental vespertino que de tan digna destinataria. El flamenco ha de ser hondo o audaz, pero nunca ramplón. A menos que pretendamos inventar el cante ‘new age’.

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El espectador de la música popular está poco acostumbrado a esos cortinajes con filigrana del Teatro Real, pero la noticia, de arranque, no se encontraba tras la tela burdeos. Estrella Morente asomó a ras de suelo, avanzando serena y parsimoniosa por el pasillo central del patio de butacas. Lástima que ese ‘Pregón de las Moras’ inaugural esté acompañado por unos teclados horripilantes, más propios de algún documental vespertino que de tan digna destinataria. El flamenco ha de ser hondo o audaz, pero nunca ramplón. A menos que pretendamos inventar el cante ‘new age’.

El problema se disipa en cuanto el invisible teclista deja paso al duelo de voz y guitarra, primero con Alfredo Lago y después con Montoyita, ese hombre que toca escorado, con la mirada perdida en lo alto y la mano derecha arqueada como una interrogación. Fueron los momentos más áridos y puros, pero también emotivos. Estrella, belleza contenida y teatralidad nada impostada, cantaba claro y cristalino, dejando espacio para la resonancia y el silencio.

A los tres cuartos de hora, sube por fin el telón y arranca la parte más accesible, enriquecida por la pareja de percusionistas, los coristas palmeros y ese contrabajo de aroma caribeño que maneja Yelsi Heredia. Morente muta del negro al blanco (con mandil verde, que no quepa duda) y se entrega a los tanguillos y las rumbas, o a esa ‘Canción del Bembón’ que, con su introducción tribal, constituye el mejor hallazgo de la noche. Eleva la granadina una voz que no requiere del aspaviento para deslumbrar con su autoridad; que vibra lo justo, prefiere la mesura a la jactancia y brota con la naturalidad de quien lleva el arte en su código genético. Estrella tiene todos los mimbres, pero le falta aún el aval de la sorpresa, el asentamiento en un espacio verdaderamente singular.

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