El divo ilustrado

Patrick Wolf encandiló durante dos horas sin que nadie mirase de refilón el cronómetro

Madrid -
Patrick Wolf durante su concierto de Barcelona el 27 de enero. Jordi Vidal (Getty)

A sus 29 años y con siete álbumes, parece evidente que al londinense Patrick Denis Apps le ha cundido el tiempo. Pero en la madrugada del miércoles, viéndole revolcarse por el escenario del Teatro Lara o cantando entre el público mientras se enrollaba el fular en la cabeza, el hombre que se hace llamar Patrick Wolf demostró que le quedan muchas horas de vuelo. Artista integral y verborreico, amigo del aspaviento desinhibido, la complicidad arrolladora y unas estudiadísimas caídas de ojos, Wolf encandiló durante dos horas sin que nadie mirase de refilón el cronómetro.

Imaginemos el melod...

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A sus 29 años y con siete álbumes, parece evidente que al londinense Patrick Denis Apps le ha cundido el tiempo. Pero en la madrugada del miércoles, viéndole revolcarse por el escenario del Teatro Lara o cantando entre el público mientras se enrollaba el fular en la cabeza, el hombre que se hace llamar Patrick Wolf demostró que le quedan muchas horas de vuelo. Artista integral y verborreico, amigo del aspaviento desinhibido, la complicidad arrolladora y unas estudiadísimas caídas de ojos, Wolf encandiló durante dos horas sin que nadie mirase de refilón el cronómetro.

Imaginemos el melodrama de Anthony, el piano enfático de Tori Amos, la empatía radiante de Rufus Wainwright, los violines traviesos de Owen Pallett o Andrew Bird, el lirismo indisimulado de Chris Garneau y Scott Matthew. Todos esos universos confluyen en Wolf, hombre poliédrico hasta en la voz: parece imposible que ese registro grave e impactante, y el agudo, tan afectado y conmovedor, provengan de la misma garganta. Su estilismo imposible, con bota alta, faldón sin mangas, kilométrico fular atado a la cabeza y reflejos plateados en el rostro, haría estragos en los carnavales del Soho. Pero detrás del divo que divierte, provoca y parlotea se esconde un músico inmensamente ilustrado, que domina cuantos instrumentos de cuerda se le antojan y se revira frente al piano hasta desencajar la banqueta.

Acostumbrados a la purpurina y el oropel, asombra que ahora repase sus clásicos en formato trovadoresco, con violines, oboe, arpa o acordeón. Pero estas versiones, incluidas en su Sundark and riverlight, constituyen una cascada de sorpresas: el aroma árabe de Hard times’ el arranque klezmer en la soberbia y orgullosa The libertine, los obstinatos, las citas al folclor inglés. Aquel Peter Pan de pantalones chillones que se subía a los caballitos es, además, un creador enciclopédico. Y lo que le queda.

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