Inmersos en la nebulosa

Julianna Barwick decepciona en La Casa Encendida tras el primer impulso de curiosidad, sorpresa y hasta fascinación por su hipnótica superposición de voces

Había expectación culta anoche en La Casa Encendida ante la llegada de Julianna Batwick, una de esas marcianas extrañas y teóricamente sugerentes que proliferan en la escena vanguardista de Brooklyn. La magnética muchacha de la melena sobre el hombro derecho se esforzó por envolver con su voz, mil veces multiplicada, a esas 150 personas que la esperaban recostadas en el patio central. No está claro que lo consiguiera. Pese a las presumibles propiedades envolventes, incluso espirituales, de su música, el resultado terminó pareciendo más bien prosaico. Lo bastante como para que, tras nueve inter...

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Había expectación culta anoche en La Casa Encendida ante la llegada de Julianna Batwick, una de esas marcianas extrañas y teóricamente sugerentes que proliferan en la escena vanguardista de Brooklyn. La magnética muchacha de la melena sobre el hombro derecho se esforzó por envolver con su voz, mil veces multiplicada, a esas 150 personas que la esperaban recostadas en el patio central. No está claro que lo consiguiera. Pese a las presumibles propiedades envolventes, incluso espirituales, de su música, el resultado terminó pareciendo más bien prosaico. Lo bastante como para que, tras nueve interpretaciones etéreas y una hora de recital, ella dijera adiós y nadie sopesara la hipótesis de reclamar un bis.

Barwick se desenvuelve en completa soledad sobre el escenario, con el micrófono conectado a una mesa de mezclas con la que va generando bucles de voz, superponiendo capas hasta que escuchamos algo parecido a un coro sometido a fuertes reverberaciones. Su música genera una sensación cálida e irreal, laica pero catedralicia. Pero el juego de las paradojas, como todos los juegos, comienza divirtiendo y termina cansando si nadie introduce la menor variación en las reglas. Y Julianna no lo hace.

Es cierto: la propia naturaleza de los loops restringe mucho las posibilidades. Constituyen un magnífico recurso, pero Barwick los eleva a objetivo final. La joven nacida en Louisiana trabaja sobre ciclos de apenas ocho compases que se repiten hasta el infinito; más bien, hasta ese lugar menos poético que conocemos con el nombre de saciedad. Su voz es bonita y el resultado, en pequeñas dosis, seductor. A partir del cuarto tema, sin embargo, comienzan a registrarse pequeñas deserciones en el auditorio. Por decirlo de otra manera, Julianna se ajusta mucho mejor al concepto de EP, como sus dos primeras grabaciones, que a la larga duración. Por más que su álbum de debut, Magic place, se lo haya publicado el adorable Sufjan Stevens en su propio sello discográfico, Asthmatic Kitty.

La hipnótica superposición de voces no es, por lo demás, un invento reciente. A Barwick la han comparado en ocasiones con Las Voces Búlgaras o con los pasajes más ensimismados de Sigur Rós, pero hay muchos otros ejemplos; incluso en España, con nuestro hábil Hyperpotamus. Escuchándola ayer, venía más a la memoria el caso de Anúna, el místico y longevo coro irlandés, o el de Enya. Y ahí puede radicar una parte del problema: aunque Julianna pretende resultar vanguardista, a veces se desploma en los brazos de la new age.

Superado el primer impulso de curiosidad, sorpresa y hasta fascinación, demasiado pronto se cierne sobre el público la certeza de que el margen para la sorpresa se ha agotado. La monotonía se extiende al vídeo que acompaña la actuación, un bucle (cómo no) de boscosos paisajes élficos tamizados por una neblina acuosa. Y así, inmersos en tal ambiente nebuloso, lo más inesperado de la noche se produce cuando Barwick interrumpe abruptamente una pieza y pide disculpas: “No sé por qué, pero esto suena realmente mal”. Y el público, perplejo, responde: “Ah”.

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