Opinión

La clase no se negocia

Pillar a los Tindersticks en un renuncio sobre el escenario es imposible El pasado jueves actuaron en Valencia

Pillar a los Tindersticks en un renuncio sobre el escenario es imposible. Pese a que nunca han racaneado visitas a nuestro país, desde que debutaran hace casi veinte años, resulta inútil rastrear una sola noche en la que hayan rendido a medio gas. Su fiabilidad aún tiene más mérito si tenemos en cuenta que, fieles a su evolución como banda, llevan tiempo sin aferrarse a su pasado.

En tiempos como estos, tan dados a regodearse en el autohomenaje viviend...

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Pillar a los Tindersticks en un renuncio sobre el escenario es imposible. Pese a que nunca han racaneado visitas a nuestro país, desde que debutaran hace casi veinte años, resulta inútil rastrear una sola noche en la que hayan rendido a medio gas. Su fiabilidad aún tiene más mérito si tenemos en cuenta que, fieles a su evolución como banda, llevan tiempo sin aferrarse a su pasado.

En tiempos como estos, tan dados a regodearse en el autohomenaje viviendo de rentas, ellos siguen sin apenas recuperar ninguna gema de su deslumbrante trilogía inicial. En el excepcional auditorio de La Rambleta (que se acopla como un guante a esta clase de propuestas), y tras la interesante lección de sutil multiinstrumentismo de su colaborador Thomas Belhom, tan solo I Was Your Man, de su tercer disco, rememoró aquellos años. Eso, y un recuerdo a su posterior interiorismo soul (If You’re Looking For A Way Out). Y lo que es digno de ovación y vuelta al ruedo es que, aunque el orden de los factores ya no sea el mismo, el resultado final siga embelesando.

Porque Stuart Staples y los suyos hace tiempo que permutaron el protagonismo de los vientos-aquella trompeta de Dickon Hinchliffe- por el de un buen surtido de teclados y detallitos ornamentales que no hacen más que redondear su derroche de clase. Quizá con ello perdieran algo de explosividad y algunas dosis de drama (que ahora suplen incrementando la expresividad escénica de temas nuevos como Show Me Everything o This Fire Of Autumn) pero no extraviaron en el camino ni un ápice de esa elegancia marca de la casa. Ese fatalista romanticismo de arrabal, que desprende olor a callejones húmedos y cierto glamour decadente, y que más que parecer de otra época, resulta ya atemporal. El mismo que, sobre un escenario, y de forma exquisitamente pulcra, siguen bordando como nadie.

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