OPINIÓN | JULIÁN HERNÁNDEZ

Política e ilusión

Es difícil reconocer al mismo tiempo la actitud de Feijóo antes y después del anuncio de la candidatura de Conde

Invariablemente, cuando entramos en un proceso electoral, de repente caemos en la cuenta de que el ciudadano perteneciente a la especie "político" es en realidad un individuo de la subespecie "candidato". Esta clasificación zoológica no es tan sencilla como la de mamífero-felino-gato: cabe la posibilidad de que "candidato" sea la especie y "político" la subespecie. Quizá, más que un problema científico, es una cuestión de percepción.

La ilusión a la que hacemos referencia en el título no es la sensación que nos invade cuando compramos lotería de navidad; se trata, en realidad, del senti...

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Invariablemente, cuando entramos en un proceso electoral, de repente caemos en la cuenta de que el ciudadano perteneciente a la especie "político" es en realidad un individuo de la subespecie "candidato". Esta clasificación zoológica no es tan sencilla como la de mamífero-felino-gato: cabe la posibilidad de que "candidato" sea la especie y "político" la subespecie. Quizá, más que un problema científico, es una cuestión de percepción.

La ilusión a la que hacemos referencia en el título no es la sensación que nos invade cuando compramos lotería de navidad; se trata, en realidad, del sentido de la palabra utilizado por E.H. Gombrich en su libro Arte e ilusión: sugestión, apariencia, representación… Hay efectos visuales que nos sorprenden porque no conseguimos ver simultáneamente dos realidades aparentes: recuerden la silueta de dos perfiles humanos en negro que, si accionamos un misterioso interruptor cerebral, se convierten en el fondo oscuro de una copa blanca. Aunque tengamos presente en la memoria que la imagen contiene dos realidades distintas, sólo podemos ver la una si prescindimos de la otra: cada espectador escoge la suya.

Este efecto es perfectamente aplicable al personaje Mario Conde y su irrupción en la elecciones autonómicas que se avecinan. Para algunos (los jueces en su momento, por ejemplo) es el banquero tramposo y condenado por el asunto de Banesto; para otros (sin ir más lejos Feijóo en tiempos más recientes) es el tertuliano famoso con prestigio suficiente como para llamarle Don Mario en televisión; y, finalmente, para sus votantes potenciales es el candidato campechano e ideal de la derecha tras tanto desengaño como el provocado por el Partido Popular en Galicia y en España. Difícil resulta superponer las tres visiones simultáneamente, como difícil es también reconocer al mismo tiempo la actitud de Feijóo antes y después del anuncio de la candidatura de Conde.

Los trucos visuales se suceden en la Historia del Arte y en estas elecciones. Pero no sólo Feijóo y Conde echan mano de ellos: la Syriza gallega (sea eso lo que sea y abarque a quien abarque) utiliza por ahora la técnica del sfumato empleada por Leonardo da Vinci para difuminar y alejar los paisajes de fondo y dar así profundidad al cuadro. El votante del 21-O asiste a la campaña como quien va a una exposición y así lo describe con precisión el propio Gombrich: "La conjetura del observador es lo que pone a prueba la mezcolanza de formas y colores buscando un sentido coherente". El experto en arte y el profano, así como el analista político de altura y el votante de a pie, son contempladores activos del cuadro y de los comicios: completan mentalmente lo que no se representa explícitamente.

Una manera de solucionar estos problemas es hacer tabula rasa igualando todo lo que aparece ante nuestros ojos. De ahí la pancarta que encabezaba una parte de la manifestación del 25-S en Madrid: "Que se vayan todos". Las fuerzas antidisturbios hacen un poco lo mismo: golpean por igual a ancianos, adolescentes y mujeres, y a varones de su misma edad y complexión, aunque con cierta preferencia por los tres primeros grupos con el añadido de periodistas para completar la imagen. Es el momento en el que Rajoy se retrata junto a los Obama como si estuviera en uno de esos paneles de feria en los que hay que asomar la cara para hacerse la foto (nada que ver con la patética pero más auténtica imagen de las Azores con Aznar, Bush y Blair) y aprovecha la romería para reclamar Gibraltar, un viejo truco de distracción.

Visto así, un cuadro es el equivalente estático de un número de ilusionismo: en ambos casos nos dejamos engañar porque queremos y eso nos produce placer. Aquí es donde estas elecciones en particular, y el momento político en general, difieren del arte. Si bien es cierto que hay espectadores (véase votantes de nuevo) que se dejan engañar porque quieren, también los hay que lo hacen porque no les queda más remedio. Y, por último, los hay que no se dejan engañar, o eso creen. La sorpresa consiste en que, lógicamente, ninguna de las tres subespecies quiere pasar por ilusa ante la sugestión del truco.

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@JulianSiniestro

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