Búsquedas en un mundo mágico

Madrid -

En su modestia, la compañía privada de ballet que viene de la capital búlgara ofrece un Cascanueces que, siendo sustancialmente correcto en el planteamiento, por momentos palidece; muchas cosas inciden, y entre ellas, las dimensiones de un escenario incomodísimo para el ballet clásico, tanto por sus proporciones como desembarcos. Y esto trae a colación un problema real del ballet actual, donde hay que hablar del espinoso tema de los medios disponibles y del dinero, el poderoso caballero que ordena también parte del fraguado de las artes escénicas donde lo suntuario ocupa un lugar impo...

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En su modestia, la compañía privada de ballet que viene de la capital búlgara ofrece un Cascanueces que, siendo sustancialmente correcto en el planteamiento, por momentos palidece; muchas cosas inciden, y entre ellas, las dimensiones de un escenario incomodísimo para el ballet clásico, tanto por sus proporciones como desembarcos. Y esto trae a colación un problema real del ballet actual, donde hay que hablar del espinoso tema de los medios disponibles y del dinero, el poderoso caballero que ordena también parte del fraguado de las artes escénicas donde lo suntuario ocupa un lugar importante. Los medios en este caso, numéricos y potenciales, conculcan el fin. Y siempre hay que diferenciar, en honor de la verdad, dónde está el esfuerzo de unos artistas que creen en lo que hacen.

Cascanueces

Sofia Ballet (Bulgaria). Coreografía: Lev Ivanov y Marius Petipa; música: P. I. Chaicovski; escenografía y vestuario: Eslitsa Popota. Teatro Nuevo Apolo. Hasta el 23 de septiembre.

Cascanueces es uno de los títulos más manipulados del gran repertorio y el que menos ha alcanzado un grado canónico de la tríada que compusieran Chaicovski y Petipa (con Ivanov como preciso y detallista orfebre del tríptico), a excepción de su pas de deux del segundo acto y ciertos detalles corales del vals de las flores o la danza de los copos de nieve.

La directora artística Vesa Tonova ha optado por, con los elementos disponibles, acercarse lo posible a la versión Vainonen (Leningrado, 1934) y que es en realidad el sostén de todas las demás, incluida la muy prestigiada de Grigorovich (Moscú, 1966). El archifamoso paso a dos de marras, única subsistencia real del corpus original y germen del estilo general de la pieza, fue bailado con soltura (y cambios poco relevantes) por Bianca Fota y Gigel Ungureanu, que salvan la función y le dan cierta altura y como en toda Europa oriental, la impronta de la escuela ruso-soviética es y sigue siendo fuerte y presente.

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