“Esto está jodido y por eso me voy”

Eduardo Mendoza, de 42 años, es un taxista colombiano que regresará a su país por la crisis

Eduardo Mendoza, junto a su taxi, en la cola del hotel WMARCEL·LÍ SÀENZ

Dos años. Ese es el tiempo que Eduardo Mendoza, de 42 años, ha aguantado en el taxi. Todavía sigue conduciendo el coche de una compañía que posee varias licencias, pero se ha puesto una fecha límite: en noviembre recoge los bártulos y regresa a su Colombia natal. “Esto está jodido y por eso me voy”, define, lacónico.

 Mendoza está apoyado en el taxi, en la larguísima (pero fluida) cola que rodea al hotel W. Lleva gorra para resguardarse del sol y un polo con un cocodrilo. “Desde que estoy en el taxi, me han insultado un par de veces”, explica, sobre las recriminaciones xenófobas de comp...

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Dos años. Ese es el tiempo que Eduardo Mendoza, de 42 años, ha aguantado en el taxi. Todavía sigue conduciendo el coche de una compañía que posee varias licencias, pero se ha puesto una fecha límite: en noviembre recoge los bártulos y regresa a su Colombia natal. “Esto está jodido y por eso me voy”, define, lacónico.

 Mendoza está apoyado en el taxi, en la larguísima (pero fluida) cola que rodea al hotel W. Lleva gorra para resguardarse del sol y un polo con un cocodrilo. “Desde que estoy en el taxi, me han insultado un par de veces”, explica, sobre las recriminaciones xenófobas de compañeros. La última, hace menos de una semana. “Había un autobús parado en la derecha; quise rebasarlo y, cuando me fui a incorporar a la izquierda, había otro taxi. Se enfadó y me dijo que me fuese a mi país”, cuenta.

Pero lo explica como si no fuese con él. Lo tiene todo estudiado. En marzo, despidió en el aeropuerto a su mujer y a sus tres hijos, de siete, tres y un año, todos nacidos en España. En noviembre, tiene previsto reunirse con ellos en Cali (Colombia).

Antes de irse, ha logrado negociar con el banco y el 11 de octubre les entregará las llaves de su piso hipotecado. Ese será el último paso antes de dar carpetazo a sus 13 años en España, un país al que llegó en busca de una vida mejor, donde disfrutó los años buenos y donde ahora sufre la peor crisis económica que se recuerda. “Me cuesta dejar España”, admite, pero asegura que no le compensa trabajar más de 10 horas diarias para ganar escasos 1.000 euros al mes.

Sobre las rencillas en el gremio y las horas bajas que vive el taxi, asegura que cuando él se puso al volante, hace dos años, el ambiente estaba más calmado. “Ha sido últimamente, con la crisis, cuando la situación ha empeorado”, relata. Aunque para los latinos es algo más fácil porque hablan también español. “Estamos más aceptados, aunque seguimos formando parte del cajón de los inmigrantes”, indica Fran Osorio, de 45 años y nacionalidad cubana.

Sobre los paquistaníes, cuenta que tienen “mala fama” de “dar vueltas a los clientes”, pero opina que hay buenos y malos profesionales de todas las nacionalidades. Otra cosa es la reacción del cliente ante la crisis: “He notado que dejan pasar al taxista extranjero a la espera de que llegue un español para darle a él el dinero". Y lo entiende.

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