TEATRO | CRÍTICA

Peleando con Hamlet

El príncipe de Dinamarca que compone Alberto San Juan fatiga con gestos redundantes y pausas arbitrarias en los monólogos

Alberto San Juan durante la representación de 'Hamlet'.

Cuanto mejor conocemos una obra, más exigentes somos con la manera en que se interpreta y se monta. Cuando vemos una comedia inédita o una rescatada justamente del olvido, el aliciente de la novedad nos compensa de los errores de la puesta en escena. En las obras canónicas cada mala decisión de montaje es una mancha de frambuesa en un traje de gala. Este Hamlet, estrenado en la sala pequeña del Matadero, tiene un buen principio, un final bien urdido y, entremedias, mil altibajos. El gran actor británico Will Keen, ahora en funciones de director junto a María Fernández Ache, responsabl...

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Cuanto mejor conocemos una obra, más exigentes somos con la manera en que se interpreta y se monta. Cuando vemos una comedia inédita o una rescatada justamente del olvido, el aliciente de la novedad nos compensa de los errores de la puesta en escena. En las obras canónicas cada mala decisión de montaje es una mancha de frambuesa en un traje de gala. Este Hamlet, estrenado en la sala pequeña del Matadero, tiene un buen principio, un final bien urdido y, entremedias, mil altibajos. El gran actor británico Will Keen, ahora en funciones de director junto a María Fernández Ache, responsable también de una traducción expresiva y respetuosa, lo han envuelto con una escenografía, vestuario y espacio sonoro que ponen el texto isabelino en un contexto actual.

Así, Claudio, rey usurpador, certeramente interpretado por Pedro Casablanc, es un sosias de nuestros gobernantes, que prometen hoy lo que negarán mañana, y Polonio parece un compañero de partido. El atinado concepto de la puesta en escena, inspirada en las de Declan Donnellan y, en lo que al movimiento de los actores y a su desdoblamiento respecta, en las de Simon McBurney, no acaba de fraguar por errores de casting y de dirección de intérpretes, y por la inexactitud de soluciones tales como la ida y venida de la nube de personajes que, en la escena segunda, distraen de la acción interior. El Hamlet de Alberto San Juan, más que alguien que finge locura, parece loco a tiempo completo: incluso cuando está consigo a solas. Su trabajo no evoluciona de la duda a la determinación: desde la primera escena parece decidido a todo.

'Hamlet'

Autor: Shakespeare. Traducción y codirección: María Fernández Ache. Intérpretes: Alberto San Juan, Pedro Casablanc, Antonio Gil, Javivi Gil, Pau Roca, Pablo Messiez, Yolanda Vázquez. Escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Ikerne Jiménez. Dirección: Will Keen. Matadero. Del 14 de junio al 29 de julio.

En una obra que gira en torno a él, pronto fatiga que ilustre la mayoría de las frases del príncipe danés con gestos redundantes y que las salpique con pausas colocadas en lugares tan inapropiados como, por ejemplo, entre pronombre demostrativo y sustantivo. Su paradójica interpretación es un muestrario de los lugares comunes que su personaje ruega a los cómicos recién llegados a Elsinor que eviten: ”No serréis el aire con las manos”, dice, mientras Antonio Gil, que encarna a su interlocutor, ironiza con agudeza sobre lo obvio de consejos tales.

Acaso porque algunos actores no llegan a estar o están apenas, el espectáculo resulta disperso a ratos: no tiene esa energía que amarra con hilo de oro la atención del espectador (no pocos se fueron en el descanso), salvo en el tramo final, donde todo y casi todos, San Juan el primero, se colocan de repente en su sitio. La escena de los enterradores es un soplo de aire fresco, insuflado con comicidad exacta por Antonio Gil y Secun de la Rosa, que se desdoblan con salero en otra media docena de papeles. Javivi Gil (Polonio) hace una divertida creación de la escena de la carta, muy bien montada.

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