CLÁSICA

De regalo, Camarón

El pianista chino es más efectista que profundo, más caprichoso que coherente, y más ambicioso que serio.

Con los últimos Estudios de Chopin, el sonido pareció enturbiarse algo, pero, hasta entonces, el piano sonó límpido, poderoso, no hubo roces ni notas falsas, y la técnica resultó apabullante. Lang Lang, incluso, al contrario que en su anterior visita a Valencia, supo cantar muchas veces con su instrumento. El pianista chino, sin embargo, parece sentirse dueño absoluto de las partituras, y se da un amplio margen al interpretarlas. Lo hace, además, con un criterio más comercial que refinado. Quizá por eso convirtió a Schubert en Beethoven, a Bach en Chopin, y algunos de los est...

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Con los últimos Estudios de Chopin, el sonido pareció enturbiarse algo, pero, hasta entonces, el piano sonó límpido, poderoso, no hubo roces ni notas falsas, y la técnica resultó apabullante. Lang Lang, incluso, al contrario que en su anterior visita a Valencia, supo cantar muchas veces con su instrumento. El pianista chino, sin embargo, parece sentirse dueño absoluto de las partituras, y se da un amplio margen al interpretarlas. Lo hace, además, con un criterio más comercial que refinado. Quizá por eso convirtió a Schubert en Beethoven, a Bach en Chopin, y algunos de los estudios de este último en dificilísimos ejercicios a los que se les ha hurtado la profunda música que contienen.

LANG LANG

Obras de J. S. Bach, Schubert y Chopin. Palau de la Música, 19 de abril de 2012.

Bach, desde un gran cola, no puede leerse, desde luego, con criterios historicistas, porque entonces habría que utilizar instrumentos de época. Pero en ningún caso le sienta bien al Kantor de Leipzig el abuso de rubato ni, mucho menos, el amaneramiento con que sonaron Preludio y Sarabande de la Partita núm. 1. Las danzas rápidas (Allemande, Corrente y Gigue), sin embargo, se interpretaron con percusiva velocidad, sin ningún tipo de espíritu, con lo cual la visión de conjunto resultó herida de muerte.

La Sonata núm. 23 de Schubert falló por otros motivos. Quizá una obra donde la esperanza está definitivamente enterrada, una obra que marcha, incansable, hacia ninguna parte –como el Viaje de invierno-, sea difícil de entender por un fogoso y avispado joven, aunque quien la compuso sólo tenía dos años más. Y quizá por eso Lang Lang la bañó con un aire que parecía emular los contrastes y el vigor beethovenianos. Un Beethoven, desde luego, entendido también a su manera. Se alejó de esa aparente sencillez (y hasta timidez) que Schubert demanda, y cuando la tristeza se hizo visible, más que dolor contenido, sonó un lloriqueo. Luego, en el op. 25 de Chopin, Lang Lang demostró que viene tocando esos Estudios desde los trece años, y que los problemas técnicos estarían más que resueltos si no fuera porque, en ellos, la técnica deviene en música. Y a ese nivel, se quedó bastante técnica en el tintero. El pianista chino es más efectista que profundo, más caprichoso que coherente, y más ambicioso que serio. Tanto es así que, de regalo, se atrevió a salir con el cantaor flamenco Arcángel para acompañarle en un tema de Camarón. Del resultado, mejor no hablar. Quédese, preferiblemente, suavizando las aristas de su Chopin.

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