CRÍTICA | POP

En estado de gracia

Vetusta Morla le puede sostener la mirada a casi cualquier homóloga de la anglofonía

Los integrantes de Vetusta Morla, en Madrid en diciembre de 2011.GORKA LEJARCEGI

Vetusta Morla, los seis magníficos de Tres Cantos, en el vetusto –si bien remodelado- Teatro Nuevo Alcalá. La combinación tenía su picante: una banda corajuda, de pasión, contorsión y algo de víscera, en el espacio cercano y solemne de la butaca tapizada, con esa voz en off que anuncia a “señoras, señores” el comienzo de la “representación”. Durante la primera hora, Pucho y los suyos deslumbraron en el ejercicio de contenerse y reinventarse, con unos arreglos complementarios y bien diferenciados a los que acostumbran. Y cuando llega...

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Vetusta Morla, los seis magníficos de Tres Cantos, en el vetusto –si bien remodelado- Teatro Nuevo Alcalá. La combinación tenía su picante: una banda corajuda, de pasión, contorsión y algo de víscera, en el espacio cercano y solemne de la butaca tapizada, con esa voz en off que anuncia a “señoras, señores” el comienzo de la “representación”. Durante la primera hora, Pucho y los suyos deslumbraron en el ejercicio de contenerse y reinventarse, con unos arreglos complementarios y bien diferenciados a los que acostumbran. Y cuando llegaron los relámpagos guitarreros, la sensación oscilaba entre la plenitud y la euforia. Definitivamente inmersos en un gozoso estado de gracia, los vetustos se han consolidado como una anomalía del rock español: la de una banda que, sin artificios ni imposturas, le puede sostener la mirada a casi cualquier homóloga de la anglofonía.

Baldosas amarillas alcanza dimensiones colosales con el metalófono y esas guitarras reverberantes

Arrancan Pucho y el guitarrista Guillermo Galván a pelo y pulmón, sin amplificación alguna, con una lectura conmovedora de Pequeño desastre animal. Parece una osadía suicida, pero salen indemnes porque la confianza en sus propios argumentos les agiganta. La primera mitad acústica constituye un absorbente ejercicio de autoexigencia. Muchos de quienes ayer volvieron a agotar las entradas ya habían visto al sexteto durante sus cinco noches en La Riviera, apenas un trimestre atrás, pero el concierto de anoche era otro muy distinto. En texturas y arreglos, en influencias e intenciones.

Baldosas amarillas alcanza dimensiones colosales con el metalófono y esas guitarras reverberantes. Maldita dulzura gana en ese melodrama clásico, como de vinilo de Los Módulos. Y la polirritmia de En el río remite a fuentes tan nobles como Yolanda you learn del Pat Metheny Group. Cuando estalla la tormenta (Boca en la tierra, Sálvese quien pueda, Valiente), la platea es, una noche más, tierra conquistada.

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