ANÁLISIS

Sillas vacías en Sevilla

La política valenciana tiene rasgos particulares difíciles de definir. Lo demostraron los socialistas días atrás cuando se apelotonaron para coger el micrófono e intervenir en el plenario sevillano

La política valenciana tiene rasgos particulares difíciles de definir. Lo demostraron los socialistas días atrás cuando en el cónclave sevillano del PSOE se apelotonaron para coger el micrófono e intervenir en el plenario, evidenciando que el PSPV solo es un conglomerado de tribus. Y lo han demostrado este fin de semana los populares valencianos, buena parte de los cuales se dedicaba a tomar el sol mientras su presidente, Alberto Fabra, hablaba de recuperar la ética frente a la corrupción y seguía mascullando cómo hacer frente al desaguisado heredado de su antecesor en la Generalitat.

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La política valenciana tiene rasgos particulares difíciles de definir. Lo demostraron los socialistas días atrás cuando en el cónclave sevillano del PSOE se apelotonaron para coger el micrófono e intervenir en el plenario, evidenciando que el PSPV solo es un conglomerado de tribus. Y lo han demostrado este fin de semana los populares valencianos, buena parte de los cuales se dedicaba a tomar el sol mientras su presidente, Alberto Fabra, hablaba de recuperar la ética frente a la corrupción y seguía mascullando cómo hacer frente al desaguisado heredado de su antecesor en la Generalitat.

Sorprende que haya sido la delegación alicantina, hasta la semana pasada embarcada en una guerra civil entre campistas y ripollistas, la que menos shows le ha montado a Fabra en un fin de semana corto pero intenso.

La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y el presidente provincial y de la Diputación, Alfonso Rus, decidieron el sábado pasado —en compañía de un buen número de los delegados que ejercen de séquito— hacerle el vacío al presidente valenciano durante la presentación de la ponencia de Estatutos, en la que se recupera parte del código ético convertido en papel mojado a raíz de las primeras imputaciones, hace ocho años, al presidente del PP de Castellón, Carlos Fabra.

Una ausencia a la que se sumaron parcialmente cargos como el portavoz parlamentario Rafael Blasco, y que llevó al máximo Alfonso Rus al negarse a votar la candidatura en la que figuraba el propio Mariano Rajoy.

La delegación de Castellón, hasta ahora satisfecha con tener a un presidente de La Plana, tampoco se pudo resistir al embrujo sevillano. Así que Esther Pallardó, compañera sentimental de Carlos Fabra y en consecuencia vicepresidenta de la Diputación, llamó a la rebelión a una decena de compromisarios mientras Alberto Fabra hablaba de la “responsabilidad de limpiar la imagen de los políticos”.

La revuelta —con Carlos Fabra, Francisco Camps y Ricardo Costa ausentes en Sevilla— difícilmente consigue erosionar la figura de Alberto Fabra, apuesta personal de Rajoy en la Comunidad Valenciana. Pero sí desgasta la imagen de una organización puesta en cuarentena por Génova —el propio Esteban González Pons ha sido una de las víctimas de ello— y por buena parte de la propia sociedad valenciana. Unos ciudadanos a los que se les reclama esfuerzo, mientras buena parte de sus dirigentes oye hablar de ética y se pone a tomar el sol.

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