crítica | dance

El frenético baile de los difuntos

Buraka Som Sistema es una máquina diseñada para reventar caderas

Las sospechas se confirman desde que el dj dispara la primera ráfaga de ritmos pregrabados. Buraka Som Sistema, una de las bandas que con más virulencia agitan las pistas de baile portuguesas, es una máquina diseñada para reventar caderas. No hay cuartelillo que valga: quien desee participar en esta ceremonia desenfrenada habrá de brincar hasta donde resistan las precarias musculaturas. Unos 400 entusiastas de la fiesta con pátina multicultural aceptaron anoche el reto en una Sala Arena muy alejada del lleno, pero con las glándulas sudoríparas de sus ocupantes trabajando a destajo dur...

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Las sospechas se confirman desde que el dj dispara la primera ráfaga de ritmos pregrabados. Buraka Som Sistema, una de las bandas que con más virulencia agitan las pistas de baile portuguesas, es una máquina diseñada para reventar caderas. No hay cuartelillo que valga: quien desee participar en esta ceremonia desenfrenada habrá de brincar hasta donde resistan las precarias musculaturas. Unos 400 entusiastas de la fiesta con pátina multicultural aceptaron anoche el reto en una Sala Arena muy alejada del lleno, pero con las glándulas sudoríparas de sus ocupantes trabajando a destajo durante una hora larga.

La misma disposición de los oficiantes resulta sintomática. El programador se encarga de toda la parte instrumental, escoltado y respaldado por dos baterías dispuestos a reventar parches y baquetas. El resto del escenario queda expedito para los tres vocalistas, tan complementarios como arquetípicos: el grandote con la visera de béisbol (Conductor), el espigado con las gafas de pasta (Kalaf) y la chica estrafalaria (Blaya). Esta última, mulata con pelo de zanahoria, interioriza su papel hasta las últimas consecuencias: luce escueto biquini amarillo con los cordones de las ‘zapas’ a juego (al diablo con las supersticiones), vientre pletórico de tatuajes y mallas con dibujo de esqueleto. Idóneo, la verdad, para presentar un disco titulado Komba.

Las kombas son, en la cultura angoleña, las fiestas desaforadas con las que se rinde tributo a un fallecido una semana después de su deceso. Traducción directa del carpe diem y el “ya dormiré cuando haya muerto”, la música de BSS invita a sublimar el jolgorio para olvidarnos de que este mundo es un asquito. Hay poco margen para los matices: solo la permanente invitación a involucrarse en la catarsis del ritmo binario y enloquecer con ella.

El frenético baile de los difuntos debe practicarse con alguna mesura. La primera media hora resulta revitalizante. La segunda, más bien redundante. Y el resto, tan poco llevadero como una visita al proctólogo. Por el camino se intercalan saludos políglotas (“¡De puta madre, beautiful, moito obrigado!”) o la invitación a que el público eleve el dedo corazón al aire. Fue una sugerencia atendida de inmediato por la sala: aunque popularizado por un expresidente con muchos amigos en Georgetown, el gesto encontraría hoy muchos destinatarios idóneos, casi todos con traje y corbata.

Estos cinco angoleños lisboetas han hecho fortuna con su coctelera de hip hop, guiños cariocas y mucho kuduro, el exitoso género africano que colorea con tecno los ritmos ancestrales. Kuduro puede parecer palabra exótica, pero los familiarizados con la lusofonía repararán pronto en su significado literal: “culo duro”. Eskeleto, Lol & pop o Up all night (que parece una versión tribal del Tic toc de Ke$ha) ayudarán a presumir de nalgas prietas. Pero una sesión prolongada puede resultar mortífera; como para una komba prematura.

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