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Memorias del porvenir: músicas antiguas para futuros posibles

Los nuevos discos de Lina & Marco Mezquida, Adrián Quesada y Lucrecia Dalt reinventan géneros clásicos como el fado y el bolero para proyectarlos en nuevas direcciones sonoras

Cuando parece que la única certeza que tenemos sobre el futuro es que no es otra cosa que un tiempo verbal, nos dedicamos a conjugar el pasado, paradójicamente para construir el porvenir. Y esa conjugación (o conjuración, que vendría a ser lo mismo) puede hacerse desde la distancia emocional, la deconstrucción artística o la recreación sin más. Los métodos, variados, solo siguen una regla: no hay lugar para la memoria si no es en el futuro. Los discos de ...

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Cuando parece que la única certeza que tenemos sobre el futuro es que no es otra cosa que un tiempo verbal, nos dedicamos a conjugar el pasado, paradójicamente para construir el porvenir. Y esa conjugación (o conjuración, que vendría a ser lo mismo) puede hacerse desde la distancia emocional, la deconstrucción artística o la recreación sin más. Los métodos, variados, solo siguen una regla: no hay lugar para la memoria si no es en el futuro. Los discos de Lina y Marco Mezquida, Adrián Quesada y Lucrecia Dalt están conectados por la reformulación de un tiempo musical que busca su permanencia por vías de expresión más abiertas que las que lo marcaron.

La portuguesa Lina, una de las voces más notables del fado del siglo XXI, sabe muy bien con qué artistas compartir sus inquietudes para lograr los objetivos sonoros que persigue. Lo hizo con Refree, el mago de la producción; después, con Jules Maxwell y Justin Adams, y ahora con Marco Mezquida, quien reúne en sus manos todas las músicas, todos los pianos y todos los deseos. Juntos, Lina y Marco muestran en O fado una hermosa transculturación —el término lo acuño el antropólogo cubano Fernando Ortiz— para llegar a lo que podemos definir como fado de cámara. Los arreglos y la interpretación de Mezquida trazan un recorrido que va del Barroco a Debussy, pasa por el jazz, se enreda con la música española y picotea en ritmos populares de aquí y de allá.

Engarzada a ese mosaico, la voz de Lina va creando nuevas atmósferas, huyendo del aspaviento y envolviendo el aire trágico del fado con el bálsamo de la canción sin adjetivos. Lisboa dos Mangericos, pieza que popularizó Amália Rodrigues, escrita originalmente en clave de marcha, Lina la transforma en una singular ópera bufa. El dolor de la ausencia de Fado da Defensa, que cantó con brillo Maria Teresa Noronha, queda aquí atemperado por las pausas vocales y la evocación sustituye al drama envuelta en un clasicismo pop. Gozosa es también la pieza Nao é fácil o amor, que revitaliza el legado de José Afonso, pues no en vano está escrita por João Vieira, seudónimo de Jamita Salomé, quien fue músico del gran cantor de Aveiro. Pero hay más leña en este fuego apasionado: dos canciones de América. Por un lado, el popular vals peruano El rosario de mi madre, de Mario Cavagnaro, que suena como escrito hoy mismo, y la ranchera No volveré, del mexicano Manuel Esperón, cantante y actor de la época dorada del cine de su país, transformada ahora en fado-canción, que Lina interpreta casi como un himno, mientras la música de Marco recuerda al Brad Mehldau más inspirado.

Primero fue Boleros psicodélicos y ahora llega Boleros psicodélicos II. Su autor es Adrián Quesada, estadounidense con raíces mexicanas, fundador del grupo Black Pumas. iLe, Gabi Moreno, Mireya Ramos, Marc Ribot, Girl Ultra… Un brillante plantel de colaboradores asistió a Quesada en su primer empuje boleril, en el que recreaba a La Lupe y a Jeanette, entre otras luminarias, desplegando finos detalles funk y hip hop y, por supuesto mucha psicodelia. Ahora en Boleros psicodélicos II, Quesada se alía en la producción con Alex Goose para dar brillo, inspirado por las baladas latinoamericanas psicodélicas de los años 60 y 70, a sus creaciones y recreaciones de ese género del que la cubana María Teresa Vera dijo “no se canta, se sufre”. Catarsis a fin de cuentas, pues los boleros cuentan lo que pudo haber sido y no fue. De ahí el despecho de iLe, que repite en esta nueva entrega, en la muy armonizada y brillante recreación de Bravo, que popularizó Olga Guillot: “Te odio tanto / deseo que después de que mueras no haya para ti un lugar / El infierno resulta un cielo comparado con tu alma”. Tela.

Unos arreglos muy de banda sonora acompañan a la voz de Trish Toledo en su interpretación de Hoy que llueve, de Aldo y los Pasteles Verdes, formación que hace dos décadas fascinó a Quesada y le impulsó a reinventar la psicodelia de amores y desprecios. Los Hermanos Gutiérrez, por su parte, afinan guitarras ácidas y fronterizas en el instrumental Primos. Con una construcción musical algo galáctica, Mireya Ramos recompone Cuatro vidas, que ya interpretó Eydie Gorme con el trío Los Panchos. El trip hop se desliza en No juego, con Angélica García; Ed Maverick introduce patrones folk en Afuera; Monsieur Periné aporta notas internacionales, entre coros dolientes y notas discordantes, a Agonía; una sugerente base de percusión sostiene los desplazamientos musicales de Tu poder, cantada por Natalia Clavier; Daymé Arozamena cubaniza No temeré, entre guitarras repetitivas deliberadamente retro… Y el resto, pueden imaginarlo. Quesada es el más moderno de los músicos vintage. Ahí queda.

El peligro se llama Lucrecia Dalt, colombiana a caballo entre Europa y Estados Unidos. Y A Danger to Ourselves es su álbum más reciente, que ha coproducido con David Sylvian, el dandi al que admiramos en Japan, quien también ha estampado su firma en Cosa rara, la pieza que abre la grabación, en la que nos recuerda su título: “Estamos en desgracia / Somos un peligro para nosotros mismos / No son anfetaminas, es otra cosa”. Dalt es paradigma de evolución, compendio de búsquedas y hallazgos que revientan las estructuras melódicas del canon. En 2022 publicó Ay, su décimo trabajo, una amalgama de boleros de ciencia ficción y mirada cósmica, donde recuperaba retazos de su infancia. Boleros y un mambo ralentizado e incursiones en la opereta y el circo. Pero eso quedó atrás. Ahora las raíces están muy camufladas en las puntas, armadas por capas de loops, con las percusiones atravesando un fértil campo de texturas y ritmos. Y su voz, claro, poderosa, en español e inglés. Es una apuesta rompedora, de combinaciones complejas, impredecible, abstracta en ocasiones. Juana Molina canta en The Common Reader, y Camille Mandoki lo hace en Caes, una propuesta indigenista con ropaje dub. Lo más acústico, breve y folclórico del disco es Amorcito caradura. Y Hasta el final, la canción más narcótica y perturbadora.

O Fado

Lina & Marco Mezquida
Galileo Music

Boleros psicodélicos II

Adrián Quesada
ATO Records

A Danger to Ourselves

Lucrecia Dalt
Rvng Intl. / Popstock!

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