Cae la noche tropical: el arte de Sol Calero regresa con ironía y tristeza a la tierra perdida

Tras su presencia en la Bienal de Venecia y Art Basel, la artista venezolana, instalada en Europa desde los 17 años, expone su obra en una nueva exposición en el CA2M de Móstoles. Sus instalaciones y pinturas parodian la imagen occidental respecto a lo latino y lo caribeño

'El autobús' (2022), instalación de la artista venezolana de Sol Calero.Petri Virtanen

Sol Calero recibe tan tranquila a menos de 24 horas de su inauguración en el CA2M en unas salas todavía muy patas arriba, con operarios por doquier, paredes por pintar y videos que reprogramar. Lo hace con un sobretodo gris con las solapas y faldones cubiertos de pinceladas de colorines y una sonrisa franca y relajada. Claramente tiene un plan y claramente reina un orden bajo el caos aparente, y se hace evidente durante la visita —casi más bien el paseo— a la exposición. Charlamos como si tuviera todo el tiempo del mundo, nadie de la cohorte de personas trabajando interrumpe con emergencias o ...

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Sol Calero recibe tan tranquila a menos de 24 horas de su inauguración en el CA2M en unas salas todavía muy patas arriba, con operarios por doquier, paredes por pintar y videos que reprogramar. Lo hace con un sobretodo gris con las solapas y faldones cubiertos de pinceladas de colorines y una sonrisa franca y relajada. Claramente tiene un plan y claramente reina un orden bajo el caos aparente, y se hace evidente durante la visita —casi más bien el paseo— a la exposición. Charlamos como si tuviera todo el tiempo del mundo, nadie de la cohorte de personas trabajando interrumpe con emergencias o alarmas de última hora, y su claridad de ideas y su don para la expresión certera confirman lo que uno de todas formas ya no dudaba después de seguir su trabajo durante años: que bajo el abigarramiento colorido y supuestamente “tropical”, detrás de las instalaciones voluntariamente hospitalarias y atractivas al ojo y el trasero del visitante (abundan siempre los buenos asientos en los montajes de Calero) hay mucho rigor conceptual y muchísimas horas de trabajo previo en el estudio de una artista para quien la palabra “multidisciplinar” se queda corta.

Calero es una excelente pintora, diseñadora de muebles y casi arquitecta autodidacta, con una capacidad llamativa para conformar su propio vocabulario y sintaxis reconocibilísimos (las falsas ventanas y columnas, los colores pastel, las enredaderas de plástico y tapicerías ultra kitsch recuerdan a veces a Sottsas y Memphis, a Aldo Rossi y al seminal Learning from Las Vegas de Denise Scott-Brown y Robert Venturi). Y para concebir con esos elementos nuevas especies de espacios mediante los que transforma hasta el lugar más endiablado y gélido que la institución que la invita pueda proporcionarle. También escribe los textos de los audios que acompañan alguna de sus piezas, y rueda películas, y hasta saca tiempo para la curaduría de su propio espacio en Berlín, donde vive desde que salió de su Venezuela natal en 1999, a los 17 años, previas escalas en Tenerife o París.

Su obra alude con ironía y tristeza al paisaje mental de los desplazados sobre una tierra que idealizaron y desdibujaron al repensarla

Calero lleva años encadenando obras magníficas e intervenciones que quienes vieron y vivieron in situ no olvidan: ahora mismo sigue en los Giardini de Venecia su Pabellón Criollo (ojo, porque mientras tantos artistas de por aquí se empeñan en titularlo todo en inglés, ella no ha abandonado nunca su lengua materna a la hora de nombrar sus proyectos: que traduzcan ellos), una tramoya brillante a base de elementos reciclados de bienales pasadas, como una falsamente frágil casita de los tres cerditos, efímera en el tiempo e indeleble en la retina y la memoria. Y antes ya montó en Art Basel una completísima Casa de Cambio como las que podían verse en Caracas en 2016, y también, a lo largo y ancho de los más selectos centros de arte de Europa una sauna, y una agencia de viajes, y un Shopping Amazonas. Espacios que a la vez estaban cuidadosamente proyectados y lucían estudiadamente desaliñados, como si se hubiesen armado con cuatro perras y muebles de liquidación la víspera. Parecían puras bromas pero enseguida helaban la sonrisa, y bajo la supuesta amabilidad costumbrista empezaban a percibirse tensiones y hasta tragedias: la del que viaja (o se exilia incluso) lejos de su tierra, la de quien tiene que “integrarse” y agradecer que lo toleren en el país de “acogida”, la de quien añora lugares que se van desdibujando en la memoria y cambiando en la realidad hasta que la nostalgia se vuelve chillona, frenética, casi desquiciada.

Esa provisionalidad, ese aire de quita y pon de sus mejores trabajos y volanderos chiringuitos coloridos no son, para nada, una parodia de “lo tropical”, o “lo caribeño”, o “lo latino”, o “lo hispano”. Son en todo caso, y más aún vistos en los países de la Europa rica donde más a menudo se han mostrado, una parodia (a veces realmente sangrienta e iracunda) del modo en que se piensan o se imaginan allí esos lugares y esos tópicos y se fuerza a millones de personas llegadas de ese “más allá” a conformarse y al mismo tiempo a despojarse de esas identidades.

Vista de la exposición de Sol Calero en el CA2M de Móstoles.Sue Ponce (MUSEO CA2M)

Y también, de una forma más meditativa, más intimista, sus arquitecturas y sobre todo su pintura son una alusión algo melancólica, con sus gotas de ironía y de tristeza llevada con humor, al paisaje mental de todos los desplazados que añoran una tierra que han ido idealizando y desdibujando a fuerza de repensarla: el recuerdo del recuerdo del recuerdo que no existe ya más que en su memoria. Esos paisajes a caballo entre lo recordado, lo inventado y lo disparatado se ven pasar en el CA2M a bordo de la instalación El autobús, que retoma las ideas y formas de las que ya mostró en la Tate Liverpool y en el Museo Kiasma de Helsinki. Los visitantes nos convertimos en turistas o viajeros por una América Latina que desfila por las ventanillas-pantallas de vídeo, y que reproduce con sarcasmo en sus clichés e inglés macarrónico un locutor/guía turístico que lee los textos (muy divertidos) escritos por la propia Calero. Tras las ventanillas se ven también los murales y pinturas de gran formato en los colores pastel y formas arquitectónicas marcas de la casa: reproducen lujuriantes telones vegetales con resabios mordaces de pintura colonial y fachadas de autoconstrucción del archipiélago de Los Roques, lugar de veraneo privilegiado de las elites venezolanas durante décadas, un lugar paradójicamente humilde y a la vez prohibitivo para el turista medio.

Más adelante, las salas se adornan con neones y luces bajas para reproducir el ambiente nocturno de una pequeña ciudad del interior. Los cortinajes y letreros luminosos invitan a entrar en un improvisado cine popular donde se proyecta el pastiche de telenovela venezolana Desde el jardín, escrita y dirigida por Calero y Dafna Maimon y otros miembros del colectivo Conglomerate. Entramos aquí en un terreno que no anda lejos del que exploró Manuel Puig en sus novelas y obras de teatro, de Boquitas pintadas a Cae la noche tropical: el del folletín, la fotonovela y los géneros menores entendidos como expresión alienada y alienante de unas clases populares desprovistas de referencias y a la vez el del cine como única vía de escape, de reflexión crítica y de sublimación de realidades políticas y económicas hostiles. Lo cómico y lo trágico se entremezclan en la pantalla y más allá de ella, y el sabor de las guanábanas que dan título a esta exposición resulta, una vez más, como siempre con Calero, dolorosamente agridulce.

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