Pedófilos, mantícoras y realidades virtuales
La reciente detención de un hombre que recreaba porno infantil con inteligencia artificial propicia un debate sobre las imágenes hechas por ordenador
El siguiente artículo contiene spoilers de la película Mantícora.
El miércoles amanecíamos con la noticia de que la Policía Nacional había detenido a un hombre en Valladolid por crear porno infantil con una inteligencia artificial.
El titular sorprendía por lo novedoso, pero quizá era un poco inexacto. La detención del hombre no se producía exactamente por su recreación co...
El siguiente artículo contiene spoilers de la película Mantícora.
El miércoles amanecíamos con la noticia de que la Policía Nacional había detenido a un hombre en Valladolid por crear porno infantil con una inteligencia artificial.
El titular sorprendía por lo novedoso, pero quizá era un poco inexacto. La detención del hombre no se producía exactamente por su recreación con IA, sino que en realidad poseía cantidades ingentes de pornografía infantil abyecta, grotesca y sobre todo muy real. Ese fue el hilo del que tiraron los agentes y la causa principal de su detención, pero la idea de la pornografía hecha por ordenador queda en el aire como un concepto novedoso que de repente colisiona con la ley. Muchos en foros y redes han comenzado a plantearse si la recreación es o no un delito.
Es la primera vez que oímos hablar de una noticia así y, sin embargo, quiere el destino que una película recién estrenada, Mantícora, de Carlos Vermut, hable de algo muy similar. En el filme, el protagonista, un tipo desubicado y enfermo, escapa de una sociedad que condenaría sus fantasías sexuales con menores a través de la tecnología: su trabajo como moldeador 3D de monstruos para videojuegos le abre una vía para, de forma virtual, vivir su fantasía. “Nunca he hecho daño a nadie”, se justifica el protagonista, Julián, en un momento dado. “Ese niño no existe”, vuelve a justificarse. Ese niño es el modelo 3D que ha creado y con el que se excita a través de sus gafas de realidad virtual, el modelo con el que alimenta (y aplaca) al monstruo que lleva dentro. A la mantícora.
El tema de la representación sexual y su colisión con la ley no es nuevo. En Diario de un mal año, el premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee disertaba sobre los límites difusos de la ley y la representación sexualizada de la infancia. Hablaba, por ejemplo, de la apariencia de la actriz de la película Lolita; de cómo alguien mayor de edad puede parecer adolescente y cómo alguien adolescente puede parecer mucho mayor. Literatura y ficción aparte, lo más parecido al dilema que plantea Mantícora (y también la parte “creativa” del pederasta detenido) es el hentai (pornografía dibujada o animada) japonés. Hay cientos de series y mangas que sexualizan, a veces de forma enfermiza, a menores de edad. Hay toda una subcultura urbana, y decenas de series, centradas en esas menores serviciales y sexualizadas. El problema, claro, es que no son menores. Son dibujos con apariencia de menores.
La legislación no es clara y los ojos están puestos en lo que haga el juez con el pederasta de Valladolid. El artículo 189 del Código Penal es en el que se realiza la definición de pornografía infantil: “todo material que represente de forma visual a una persona que parezca ser un menor participando en una conducta sexualmente explícita (…) salvo que la persona que parezca ser un menor resulte tener en realidad dieciocho años o más”. El Convenio de Budapest, el único acuerdo internacional sobre delitos informáticos, penaliza la distribución o tenencia de material que involucre en conductas sexuales explícitas a menores, personas con apariencia de menores o imágenes realistas de menores. Puede parecer más claro, pero, de nuevo, surgen dudas: ¿Alguien con orejas de conejo constituye una “representación realista”? ¿Y alguien con alas? El hentai lleva décadas sorteando todo tipo de censuras jugando con la apariencia monstruosa de sus personajes. De nuevo, aparece la mantícora. ¿El delito sería entonces si la creación se basa en un modelo real y reconocible? Hay muchas páginas web que generan caras de personas aleatorias que dan el pego completamente.
Los artistas (Carlos Vermut lo es) son como insectos cuyas afiladas antenas captan las claves del mundo que les rodea. Las nuevas tecnologías propician toda una suerte de usos de la imagen propia y ajena que colisionan con el mundo en el que hemos vivido hasta ahora. El caso del pederasta solo encabeza una lista en la que también entran modificadores de voz, filtros de vídeo, recostrucciones faciales y deepfakes que pueden usarse para rejuvenecer a Robert de Niro en El irlandés, pero también para lo que hace el pederasta de Valladolid.
Circulando por internet hay miles de videos sexuales (algunos indistinguibles) en los que se inserta la cara de un famoso o una famosa sobre un cuerpo ajeno. La legislación de la representación gráfica (y pornográfica) propiciada por las nuevas tecnologías es un tema que se tendrá que discutir tarde o temprano. Y se tendrá que discutir teniendo en cuenta que la tecnología es capaz de propiciar experiencias únicas y de contribuir al arte. Pero también teniendo en cuenta que los monstruos (las mantícoras) también saben dibujar.
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