Una cancha imaginaria
‘Igra’ pone en escena a siete bailarines cuidadosamente seleccionados y consigue, en parte a través del vestuario, una ilusoria homogeneidad que ayuda a equilibrar la propuesta
Un gran amigo de Bronislava Nijinska, con cierta perspicacia de psicólogo de salón, dijo que la ligazón umbilical de los hermanos Fómich-Nijinski no era respecto a sus padres sino entre ellos mismos. Bronislava llegó a travestirse de Vaslav en varias ocasiones. Nunca estuvo de acuerdo con el internamiento y los tratamientos a que sometieron a su hermano, célebre bailarín e intuitivo coreógrafo, pero nada pudo hacer. Ni Jeux (1913) fue una idea de Vaslav ni Les Noces (1923) fue una idea de Bronislava; ellos eran útiles artesanos-coreógrafos sometidos al canon programático de Diagh...
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Un gran amigo de Bronislava Nijinska, con cierta perspicacia de psicólogo de salón, dijo que la ligazón umbilical de los hermanos Fómich-Nijinski no era respecto a sus padres sino entre ellos mismos. Bronislava llegó a travestirse de Vaslav en varias ocasiones. Nunca estuvo de acuerdo con el internamiento y los tratamientos a que sometieron a su hermano, célebre bailarín e intuitivo coreógrafo, pero nada pudo hacer. Ni Jeux (1913) fue una idea de Vaslav ni Les Noces (1923) fue una idea de Bronislava; ellos eran útiles artesanos-coreógrafos sometidos al canon programático de Diaghilev, impulsor de los Ballets Rusos, y su mesa pensante. A ambas obras las separan 10 años decisivos de evolución estética y musical y es por eso por lo que son casi ajenas entre sí. Sin decirlo expresamente, el trabajo de la compañía Kor’sia está quizás más cerca, en lo plástico, de Le Train Bleu, del que sí hay fieles versiones actuales, ya que Bronislava tuvo mejor suerte médico-psiquiátrica que su hermano y estuvo productiva casi hasta 1970.
Los coreógrafos Antonio de Rosa (Teatro de la Scala) y Mattia Russo (Academia de Roma) tienen formación clásica, aunque escoraron sus carreras, tras varios años en la Compañía Nacional de Danza, hacia montajes más contemporáneos. A su lado está Agnès López Río, que ha sido bailarina a las órdenes de Wayne McGregor. No es casual y no es circunstancial. En el movimiento se siente el aura del coreógrafo británico, igual que se intuyen otras influencias a veces demasiado literales, como Goecke, Pite y Ekman o las ambientaciones de Peeping Tom. Es lógico: estos nuevos coreógrafos están desbrozando selva y buscando originalidad en la expresión y en la presentación de esos esfuerzos de conversación corporal. La densidad y volumen de la información disponible actualmente no siempre es una biblioteca dorada, sino que puede saturar la inventiva escénica; De Rosa y Russo citan figuras de Les Noces y dan ampliada geometría a la acción lúdica.
La obra pone en escena a siete bailarines, cuidadosamente seleccionados en cuanto a preparación técnica y perfil, y consigue, en parte a través del vestuario, una ilusoria homogeneidad que ayuda a equilibrar la propuesta, donde no faltan sus claves o guiños que ya se habían podido ver o intuir en anteriores bailes. Hay pasos a dos con interés y el solo final está lleno de lirismo, aunque la iluminación es demasiado umbrosa y la gasa frontal afecta a la percepción del conjunto.
‘Igra’. Compañía Kor’sia. Centro Cultural Conde Duque Madrid. Hasta el 3 de octubre.
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