El planeta de las formas
La abstracción sigue siendo un campo inagotable para artistas y museos que buscan hallar nuevos matices al estilo más rompedor del siglo XX
Quien se ha dedicado a ver las nubes pasar sabrá lo ancho que puede ser el pensamiento abstracto. No hay leyes lógicas ahí: nada es grande ni pequeño, no hay arriba ni abajo, no hay bordes pronunciados ni contrastes nítidos. Todo parece aespacial e incoloro. Una estabilidad provisional en medio de un equilibrio dinámico que siempre ha sido una ventana con vistas para el arte. La abstracción estaba en los sueños vanguardistas de cambiarlo todo, de buscar una nueva realidad distinta a la natural. Aunaba el aplomo y la intensidad creativa con la utopía radical de lo que entonces se entendí...
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Quien se ha dedicado a ver las nubes pasar sabrá lo ancho que puede ser el pensamiento abstracto. No hay leyes lógicas ahí: nada es grande ni pequeño, no hay arriba ni abajo, no hay bordes pronunciados ni contrastes nítidos. Todo parece aespacial e incoloro. Una estabilidad provisional en medio de un equilibrio dinámico que siempre ha sido una ventana con vistas para el arte. La abstracción estaba en los sueños vanguardistas de cambiarlo todo, de buscar una nueva realidad distinta a la natural. Aunaba el aplomo y la intensidad creativa con la utopía radical de lo que entonces se entendía como ser moderno. Peggy Guggenheim sabía de qué iba aquello cuando abrió The Art of This Century en el Nueva York de 1942 e hizo de aquel local de la Calle 30 con la 57 la cuna de ese nuevo orden americano que huía del realismo y el regionalismo que hasta entonces había regido el arte, y donde los artistas se arremolinaron en cenáculos, círculos y camarillas para llenar un gran cajón de sastre con la pluralidad de opciones abstractas de la época. Uno de esos grupos se llamaba The Ten e intentaba conjugar la conciencia social con la plástica, aunque el más influyente fue la triple A (AAA - American Abstract Artists), fundado por Josef Albers y Ad Reinhardt. A este último dedicará la Fundación Juan March una gran exposición, la primera en España y su mayor retrospectiva desde los años ochenta. Sumada al reciente centenario de la Bauhaus, a la revisión de Mondrian y De Stijl en el Reina Sofía y a la gran exposición de Sophie Taeuber-Arp que preparan ya Kunstmuseum Basel, Tate Modern y MoMA, parece que esa máxima del arte por el arte, con la abstracción como horizonte, ha llegado al museo para quedarse.
Tiene lógica, y más viviendo en estos tiempos, donde la simplicidad más valiosa es la que pasa por la complejidad más extrema. Lo decía Brancusi hace un siglo también. ¿Qué hay más abstracto, de hecho, que una exposición virtual o dos pantallas sincronizadas? El mundo se ha complicado tanto que sigue siendo necesario traducir la realidad visible en imágenes que no tratan de representar esa realidad. Los artistas siempre han sido visionarios en ir más allá de los límites de lo racional, lo visual, lo inteligible y lo sensible.
Echamos un vistazo a la agenda y de ello hablan un sinfín de exposiciones. Las Fracturas de Carlos León en el DA2 de Salamanca: la pintura abstracta es como un mensaje cifrado que tal vez nunca llegue a ser abierto. Jorge Galindo en la galería Helga de Alvear: lo formal en su estado más fronterizo con flores pintadas durante el confinamiento, pero que mucho tienen que ver con las que hizo junto a Pedro Almodóvar. Menchu Lamas en la colectiva de la galería Ponce+Robles: ingenua geometría. Broto... sobre papel en la galería Fernández-Brasso en Madrid y su paisaje sin mundo. Vicky Uslé en Espai Tactel, en Valencia: la pintura atemporal y trascendente. Irma Álvarez-Laviada en la galería Luis Adelantado de Valencia y Moisés Pérez de Albéniz de Madrid: la abstracción como una forma de concreción. Ana Prada en el Musac de León, donde todo lo conocido se convierte en una abstracción compleja: tazas, pelotas de golf, chicles, cuchillos. También Soledad Sevilla en el Patio Herreriano de Valladolid con obras abiertas a la contemplación que se van revelando con el paso del tiempo y que conviven sin distancias con las geometrías de Regina Giménez, también expuestas en el museo. Un estudio solar que, a su vez, tiene mucho que ver con el último proyecto de Antonio Ballester Moreno en formato libro, Tres días, editado por Caniche.
Relevo generacional
Desde que, en los sesenta, movimientos tan diversos como el neoconcretismo latinoamericano y el op art trastocaron el carácter homogéneo, universal y racional asociado a la abstracción, se han ido abriendo nuevas formas y diversas lecturas. Prima la geometría, algo que la teórica americana Rosalind Krauss apuntó ya en una de sus máximas: “La retícula es la estructura básica del arte del siglo XX”. Y parece que del siglo XXI también. La lección a aprender es que la abstracción es mucho más que una línea y un plano, que lo vertical y lo horizontal, que todas esas sutilezas formales o esos cantos a lo espiritual. Es como una cuerda de salvamento cuando lo único que permanece es la idea de cambio, una imagen de la inmanencia perpetua tan afín a los tiempos pos-Internet. Quizás por ello haya una nueva generación de artistas, todos ellos de 40 años o menos, trabajando en una idea de abstracción de lo casi posible, que casi no existe, que casi no se conoce, que casi no se ve, que casi ha conquistado el mercado también. Cristina Mejías y sus esculturas entre el “entonces-allí” y el “aquí-ahora” que incluye la exposición Solo es verdad lo que sucede cada trescientas noches en la galería Alarcón Criado, en Sevilla; el parche extendido de Mercedes Mangrané recogido por Ana Mas Projects, en Barcelona, o las arquitecturas terminales de Mercedes Pimiento en la Sala Amadís de Injuve, en Madrid.
Dice el historiador T. J. Clark de la abstracción que es “ese extraño episodio en el final del juego del arte”, pero ni el juego ha acabado ni el capítulo se ha escrito bien todavía. Recordando a los modernos neoyorquinos de hace un siglo, la Fundación Juan March trabaja ya en el proyecto AAAeE - Archivo de Artistas Abstractos en España, a fin de presentarlo en julio en Cuenca. La idea surgió al encontrar dos archivadores llenos de documentación original recabada por Fernando Zóbel, y seguida por quien fuera su director después, Pablo López de Osaba: un archivo documental de los artistas que practicaban la abstracción en España con la idea de crear un futuro diccionario. Los documentos más antiguos se remontan a 1962 y la idea es actualizarlos hasta hoy y hacer accesible todo ese material en la web. Un caso ejemplar de cómo un museo puede trabajar más allá de su programa de exposiciones y las puertas abiertas.