Muera Marat, viva el negocio
Luis Luque le ha cogido el pulso al clásico de Peter Weiss sobre la Revolución Francesa
La Revolución Francesa, propiciada por una hambruna que encauzó a los comunes hacia las despensas de los aristócratas, desembocó en una contrarrevolución, una guerra civil y dos golpes de Estado, con el último de los cuales Napoleón puso a lo acontecido freno y marcha atrás. Peter Weiss, heredero intelectual de Bertolt Brecht, utilizó en 1963 estos acontecimientos para abrir un debate escénico apasionado entre los ideales republicanos y el pragmatismo int...
La Revolución Francesa, propiciada por una hambruna que encauzó a los comunes hacia las despensas de los aristócratas, desembocó en una contrarrevolución, una guerra civil y dos golpes de Estado, con el último de los cuales Napoleón puso a lo acontecido freno y marcha atrás. Peter Weiss, heredero intelectual de Bertolt Brecht, utilizó en 1963 estos acontecimientos para abrir un debate escénico apasionado entre los ideales republicanos y el pragmatismo intelectual, entre el hombre entregado a una causa social y el individualista feroz, entre el agitador político y el artista: entre Jean-Paul Marat, líder revolucionario de la facción jacobina, y el marqués de Sade, a quien el Antiguo Régimen mantuvo encarcelado por libertinaje.
Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat, representados por el grupo teatral de la casa de salud de Charenton bajo la dirección del señor de Sade (Marat-Sade) es, como su título kilométrico indica, teatro dentro del teatro: una obra representada —en la ficción— para las clases altas parisienses por un grupo de pacientes del hospital de locos en el cual Sade pasó sus últimos años. Luis Luque, su director, le ha cogido el pulso a la función, muy bien facturada, y la ha aligerado en tiempo y forma, como suele hacerse hoy: al prescindir del coro de enfermeros y monjas de Charenton, que en el original se ven obligados a sofocar de continuo las insurrecciones de sus pacientes, se difumina la traslación coral a la arena escénica del duelo dialéctico entre sus protagonistas.
Nacho Fresneda encarna a un Sade racional, intelectivo, doméstico, cuyas bajas pasiones cuesta entrever, aunque transmite su mensaje filosófico con claridad impecable. Su recreación del personaje, muy bien sombreada, carece de oscuridad laberíntica. Cuando sale del ataúd en el que la escenógrafa Monica Boromello ha convertido la bañera del coprotagonista, Juan Codina es Marat, un bolchevique avant la lettre y un comandante bolivariano, todo en uno. Su discurso ante la Asamblea Nacional es formidable, por el ímpetu contenido, la elocuencia y la justa medida de su exaltación. Metido durante más de media función en ese ataúd bañera que solo deja ver su cabeza, cuello y hombros, se pierde buena parte de la expresividad del actor, convertido en busto parlante. Vigorosas, orientadas y magnéticas son todas las intervenciones de Eduardo Mayo. Vibrante, la Kokol de María Lobillo en su escena estelar. Sobredimensionada, la sonorización. Muy expresivos, el espacio escénico, la luz, la música y la coreografía.
Marat-Sade. Texto: Peter Weiss. Dirección: Luis Luque. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 14 de febrero.