La banda sonora de Salzburgo
Un álbum de 58 discos compendia algunos de los grandes hitos del festival austríaco, que este año ha celebrado su centenario
En la ambiciosa exposición conmemorativa del centenario del festival en el Museo de Salzburgo, que podrá verse ahora hasta octubre del año que viene para compensar la radical disminución del flujo habitual de visitantes el pasado verano, pasaba casi inadvertido, al fondo de una de las salas, un mueble con 128 cajoncitos que, al abrirse uno a uno ligeramente, permitían oír las cosas más dispares, desde diversos fragmentos del Jedermann de ...
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En la ambiciosa exposición conmemorativa del centenario del festival en el Museo de Salzburgo, que podrá verse ahora hasta octubre del año que viene para compensar la radical disminución del flujo habitual de visitantes el pasado verano, pasaba casi inadvertido, al fondo de una de las salas, un mueble con 128 cajoncitos que, al abrirse uno a uno ligeramente, permitían oír las cosas más dispares, desde diversos fragmentos del Jedermann de Hugo von Hofmannsthal (el pistoletazo de salida del festival en la plaza de la catedral desde 1920) hasta una entrevista con Thomas Bernhard en 1976 sobre sus obras escritas para Salzburgo, desde fragmentos de óperas y conciertos grabados a lo largo del último siglo hasta parte del Elogio de Salzburgo que leyó Salvador de Madariaga en 1964, desde una conferencia sobre La vida musical del futuro pronunciada por Wilhelm Furtwängler en 1949 hasta las explicaciones que daban Sophie y Kostelina sobre su trabajo como limpiadoras del escenario de la Gran Sala del Festival en una entrevista realizada en 2010. El invento fue bautizado como Polyphon, una metáfora de la multiplicidad de voces —habladas y cantadas, antiguas y modernas, de autores e intérpretes, de artistas y gestores— que han brindado carne y sustancia a estos cien años de festival.
Abriendo cuatro de aquellos cajones siguiendo una línea oblicua, sonaba una misma música, idénticos compases del trío “Susanna, or via, sortite” de Las bodas de Fígaro de Mozart, en cuatro interpretaciones diferentes: las dirigidas en los festivales de 1937, 1957, 1986 y 2006 por Bruno Walter, Karl Böhm, James Levine y Nikolaus Harnoncourt, respectivamente. Lo único que permanecía inmutable era la orquesta, la Filarmónica de Viena, que se ha mantenido edición tras edición como invitada omnipresente del festival. Todo lo demás variaba sustancialmente, como no podía ser de otra manera en grabaciones que cubrían un lapso de siete décadas. Era una manera elíptica de proclamar también al Festival de Salzburgo como lo que realmente ha sido: un campo de pruebas, un lugar de encuentro, un temprano abanderado de la identidad cultural europea y un auténtico archivo sonoro en el que se halla registrado el curso natural de la evolución de la interpretación musical a lo largo del último siglo.
El sello Deutsche Grammophon, que ya había publicado en 2010 una edición de 25 discos cuando se cumplió el cincuentenario de la inauguración de la Gran Sala del Festival en 1960, ha retomado parte de aquel material y lo ha enriquecido con muchos más discos que completan el valor documental de la edición hacia atrás (la primera grabación es ahora de 1947) y hacia delante (la más reciente se realizó en 2016). Y uno de sus grandes atractivos es que se trata de directos puros, con sus imperfecciones, sus ruidos y sus aplausos finales. En las óperas, por ejemplo, oímos a los cantantes moverse por el escenario, acercarse y alejarse de los micrófonos o, incluso, susurrar al apuntador. No son falsos directos, ni directos retocados, sino las grabaciones de la ORF tal cual se emitieron en su día por la radio, despistes incluidos: uno muy ostensible, por ejemplo, es una entrada en falso, antes de tiempo, de una, por lo demás, formidable Elisabeth Grümmer en “Tutte nel cor vi sento”, el aria de un hiperdramático Idomeneo comandado por Ferenc Fricsay en 1961.
En el apartado operístico, trascendental en Salzburgo, destacan la Arabella de 1947, aún en vida de Richard Strauss, uno de los impulsores del festival, con su amigo Karl Böhm en el podio y Lisa della Casa y Hans Hotter en estado de gracia. O La mujer silenciosa del mismo director en 1959, que avanza a un ritmo efervescente e irradia una comicidad casi tangible, de nuevo con una creación sobresaliente de Hans Hotter como Sir Morosus, secundado por unos jovencísimos y exultantes Fritz Wunderlich y Hermann Prey. En el Don Carlo de Karajan destacan grandes voces de la época (Sena Jurinac, Giulieta Simionato y Cesare SIepi) y su El caballero de la rosa de 1960 mantiene intacta su frescura y condición de clásico: sus valses, en una atmósfera festiva, parecen celebrar también el propio triunfo personal de Karajan, nativo de Salzburgo. Su Orfeo ed Euridice de 1959 o su Il trovatore de 1962 son mucho menos redondos, aunque siempre hay cantantes de primera que justifican con creces la escucha. La época más moderna está magníficamente representada por Desde la casa de los muertos de Janáček dirigida por Claudio Abbado en 1994 y el Eugen Onegin de Daniel Barenboim en 2007, con un tercer acto para la historia.
Dentro del segundo gran bloque —los conciertos orquestales—, un Mozart demasiado enfático y rocoso de Karajan se contrapone al mucho más aéreo de Bernhard Paumgartner (tan ligado al festival) con la Camerata Académica del Mozarteum. Aquí descuellan con mucho la Octava de Mahler que dirigió Bernstein en 1975, otro clásico; el concierto de Solti y la Sinfónica de Chicago en 1992, una fiesta de virtuosismo sinfónico; y dos conciertos de Pierre Boulez, uno al frente de la Joven Orquesta Gustav Mahler (1997) y otro con la Filarmónica de Viena (2011), dos prodigios de avasalladora modernidad y precisión rítmica. También merece mención una Segunda de Bruckner de Riccardo Muti en 2016 algo premurosa, aunque llena de músculo y vigor en sus cuatro movimientos.
Los recitales revelan la parcela más íntima de un festival más dado a los grandes fastos. Aquí brillan Alfred Brendel —por partida doble— y uno de los últimos artistas predilectos de Salzburgo, el ruso Grigori Sokolov. Quienes quieran escuchar el Jedermann de Hofmannsthal, pueden también hacerlo con una grabación de 1958 en la que el gran actor Will Quadflieg encarna al atribulado protagonista. Esta es, aun sin música, la auténtica enseña sonora de un festival pionero, polifónico y ya felizmente centenario.
‘100 Jahre Salzburger Festspiele’. Deutsche Grammophon. 58 CD.