Don DeLillo: “No tengo la certeza de que vaya a escribir otra novela”
En ‘El silencio’, testimonio vivo de cómo opera la imaginación de Don DeLillo, el autor estadounidense examina la hipótesis de un apagón tecnológico que impide toda comunicación
Antes de comenzar, se cierne sobre la conversación un aire de incertidumbre. Don DeLillo (el Bronx, Nueva York, 1936), uno de los escritores norteamericanos más importantes del último medio siglo, autor de un puñado de obras maestras, como Los nombres, Ruido de fondo, Libra, Mao II o Submundo, cumplirá 84 años el próximo 20 de noviembre y su estado físico, sumamente frágil, ha llevado a sus agentes y editores a tomar medidas de precaución extremas, a fin de minimizar el impacto que puedan tener sobre su salud la...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Antes de comenzar, se cierne sobre la conversación un aire de incertidumbre. Don DeLillo (el Bronx, Nueva York, 1936), uno de los escritores norteamericanos más importantes del último medio siglo, autor de un puñado de obras maestras, como Los nombres, Ruido de fondo, Libra, Mao II o Submundo, cumplirá 84 años el próximo 20 de noviembre y su estado físico, sumamente frágil, ha llevado a sus agentes y editores a tomar medidas de precaución extremas, a fin de minimizar el impacto que puedan tener sobre su salud las entrevistas que debe conceder como parte de la promoción de su última obra, El silencio. Por razones de estrategia publicitaria, la conversación tiene lugar tres semanas antes de su lanzamiento en España. Como el resto de las entrevistas concedidas a diversos medios estadounidenses e internacionales, las conversaciones deben tener lugar por teléfono y no pueden exceder los 20 minutos de duración, tiempo máximo que es capaz de aguantar el autor sin perder la voz. A la hora pactada, las once de la mañana de un viernes, apenas entrado octubre, el escritor llama desde un número oculto y anuncia su nombre con extraña formalidad. La voz, efectivamente, es quebradiza. La primera pregunta tiene que ver con el título del libro.
“Tardé mucho en encontrarlo”, logra articular tras aclarar no sin esfuerzo la voz. “Mientras lo escribía tenía dos en mente: La pantalla en blanco y Espacio y tiempo. Al final, una vez terminado el manuscrito surgió, no sabría decir de dónde, el título de El silencio. Supongo que estaba sepultado en lo más hondo de mi mente”. ¿Le llevó mucho tiempo escribirlo? “Aunque es con diferencia la novela más corta que he escrito, tardé mucho en acabarla. La empecé a principios de 2018 y no la terminé hasta mediados del pasado mes de marzo, más de dos años en total. Me cuesta mucho más trabajo que antes escribir”.
El silencio pone punto final a un corpus narrativo que comprende 18 novelas y una colección de relatos. Tomada en su conjunto, la obra de Don DeLillo constituye uno de los puntos más altos de la literatura estadounidense desde la década de los setenta del siglo pasado hasta hoy. De manera escalonada, DeLillo ha dado al mundo obras que cambiaron el lenguaje de la novela en nuestro tiempo. En el centro de su recorrido se encuentra la monumental Submundo (1997). Considerada su obra maestra, tras el esfuerzo que le supuso completarla, se produjo un cambio en su manera de entender la literatura, que se adentró a tumba abierta por nuevos derroteros. El silencio llega cuatro años después de la publicación de Cero K, novela en la que DeLillo examina la posibilidad de que la ciencia derrote a la muerte. El libro que sale ahora a la luz se sitúa en el año 2022 y el motor de la acción es un apagón tecnológico que corta toda posibilidad de comunicación entre los seres humanos. ¿Ve Don DeLillo en esta novela la culminación de la segunda etapa de su carrera, caracterizada, por decirlo de algún modo, como una voluntad de adentrarse a ciegas en lo desconocido, de explorar temas de carácter elusivo, rozando en ocasiones el ámbito de lo místico? “Estoy fundamentalmente de acuerdo con lo que dice, solo que desconozco la razón de por qué es así. Cuando escribo me limito a seguir un impulso que no sé adónde me puede acabar llevando”.
“Aunque es la novela más corta que he escrito, tardé más de dos años en acabarla. Me cuesta mucho más que antes escribir”
La petición de que lance una mirada retrospectiva sobre su larga trayectoria resaltando los títulos que tienen más resonancia para él hoy le hace destacar dos: “El primero que me viene a la cabeza es Submundo, que tardé cinco años en escribir. Y después Americana, mi primera novela, que escribí sin saber si jamás llegaría a ser un autor publicado, aunque cuando la terminé el primer editor a quien se la envié la aceptó”.
Uno de los aspectos más destacados de las novelas de DeLillo es la indagación con detenimiento que llevan a cabo acerca de los límites y la naturaleza del lenguaje. Aunque se trata de algo que de un modo u otro está presente en todo lo que escribe, hay un momento de particular relevancia al final de Los nombres en el que el lenguaje mismo parece desintegrarse.
“Ah, Los nombres”, exclama cuando se le recuerda aquel pasaje. “Es interesante que mencione esa novela porque en ella adopté por primera vez la estrategia de escribir un párrafo por página. Quería ver las palabras con más claridad, encontrar las conexiones visuales que se dan entre las letras que forman las palabras y las palabras que forman las frases. Pude ver que se trataba de algo que ocurría no solo en mi cabeza sino en la página misma. Necesito ver con claridad cómo operan los elementos físicos del lenguaje y su relación con el significado”.
¿Es ese tipo de indagación el motivo por el que en El silencio aparece un personaje que no sueña en imágenes, sino en palabras? (Risas prolongadas, hasta que se le va la voz, que tarda en volver a recuperar). “Se trata de algo perfectamente posible. Me di cuenta de lo estrecha que puede ser la relación entre las palabras y las imágenes cuando descubrí el cine europeo a principios de los sesenta y poco después el japonés. Los diálogos eran en idiomas que no comprendía, pero aparecían traducidos en los subtítulos, que son palabras proyectadas en una pantalla”.
La respuesta lleva de manera natural a pedirle que hable de su obsesión por la imagen de la pantalla en blanco.
(Nuevas risas) “Las pantallas en blanco siempre han sido un factor determinante en mi escritura. Cuando entregué el manuscrito de El silencio a la editorial justo antes de la llegada de la pandemia a Nueva York y me encerré en casa, al mirar por la ventana lo que veía eran las calles vacías. Es así como opera la imaginación, a partir de la nada. A unas manzanas de mi casa hay un rascacielos que me gusta mucho observar, un edificio gigantesco de color blanco. No veo lo que pasa en los apartamentos, pero los rectángulos de las ventanas me parecen palabras que flotan en la página”.
Algo que llama poderosamente la atención en El silencio es que, pese a la brevedad extrema del libro, Don DeLillo invoca en él multitud de disciplinas, desde la filosofía hasta la ciencia. “No lo hago de manera intencional. Es la manera en que opera mi conciencia cuando escribo. Todas esas cosas se entremezclan por su cuenta en mi cabeza”.
La ciencia ocupa un lugar particularmente destacado en este libro, que vuelve en numerosos momentos sobre la figura de Einstein y el manuscrito en el que expuso la teoría de la relatividad. “Einstein, sí. Cuando era estudiante evitaba las asignaturas de ciencia, pero luego me empecé a interesar por ellas con rigor. En Ratner’s Star (1976), las matemáticas ocupan el centro de la narración. El protagonista, Billy Twilig, es un adolescente del Bronx que tiene 14 años, un genio de las matemáticas. Hay tres campos en los que alguien muy joven puede operar al nivel de un adulto: las matemáticas, la música y el ajedrez. En esa novela intenté crear un tipo de ficción altamente estilizada, cuyo lenguaje estuviera a la altura del de las matemáticas”.
Dos horas después de terminada la conversación vuelve a sonar el teléfono. Es él, que quiere hacer una aclaración. Su voz suena mucho más firme ahora. “Antes me pidió que le dijera quiénes eran mis mejores amigos escritores y solo conseguí recordar los nombres de Dana Spiotta y William Gaddis. Quisiera añadir el de Joy Williams, y entre los de quienes nos han dejado, los de Peter Matthiessen, E. L. Doctorow y Gilbert Sorrentino”. No es el único momento de la conversación que convendrá rescatar, aunque para ello hubo que esperar a que aparecieran las primeras críticas del libro. En Estados Unidos, la recepción de El silencio ha sido irregular. Algunos medios independientes han sido inmisericordes, recordando que estamos ante el autor de obras del calibre de Ruido de fondo o Submundo. Otros se han mostrado más respetuosos, señalando que se trata de una obra menor de un gran escritor. Hay por detrás de todo ello un error de perspectiva. Carece de sentido juzgar El silencio por lo que no es. Cuidadosamente reproducido como un texto escrito a máquina, la obra final de Don DeLillo no debe entenderse como un título más que añadir al catálogo de sus novelas, sino como un testimonio vivo de cómo opera su imaginación.
El crítico de The New York Times dio en el clavo al afirmar que parecían los dos primeros capítulos de una novela pendiente de terminar, solo que no hay muchas probabilidades de que algo así pueda ocurrir. En un momento de la conversación, a la pregunta de si estaba trabajando en algún proyecto nuevo, Don DeLillo respondió tajante: “No. Todavía estoy tratando de recuperarme del esfuerzo que me supuso escribir El silencio. Si me pregunta qué puede venir después, debo confesar que no lo sé. A mi edad no tengo la certeza de que vaya a escribir otra novela”.