Una biografía ilustrada de Borges redescubre al escritor que quiso abarcar el infinito
En el 125 aniversario del nacimiento del autor argentino más universal se reeditan también algunas de sus obras más conocidas, como ‘Historia universal de la infamia’
¿Quién fue el argentino Jorge Luis Borges? ¿El cuentista magistral?, ¿el lector voraz que tenía a los libros como su única patria?, ¿el poeta enamorado?, ¿el hijo que no logró romper la relación edípica con su madre al punto de dejar plantada a su esposa en la noche de bodas?, ¿el conferencista ciego que viajó por todo el mundo?, ¿el descendiente de militares que apoyó la dictadura de Videla y después se arrepintió? “No hay un Borges, sino muchos”, asegura la periodista cultural Verónica Abdala, coautora junt...
¿Quién fue el argentino Jorge Luis Borges? ¿El cuentista magistral?, ¿el lector voraz que tenía a los libros como su única patria?, ¿el poeta enamorado?, ¿el hijo que no logró romper la relación edípica con su madre al punto de dejar plantada a su esposa en la noche de bodas?, ¿el conferencista ciego que viajó por todo el mundo?, ¿el descendiente de militares que apoyó la dictadura de Videla y después se arrepintió? “No hay un Borges, sino muchos”, asegura la periodista cultural Verónica Abdala, coautora junto al dibujante Rep (Miguel Repiso) de la biografía Borges, una vida ilustrada (La Marca editora), recién publicada en España. En el 125 aniversario del nacimiento del autor de El Aleph, el libro propone redescubrir a un escritor erudito y difícil, pero también ingenioso y ecléctico, al que marcó para siempre una infancia a caballo entre dos lenguas, dos continentes y muchos libros.
En paralelo, Lumen reedita dos de las obras de este narrador que quiso abarcar el infinito: Historia universal de la infamia, la colección de relatos de 1934 protagonizados por piratas, rufianes, gánsteres, traficantes y profetas, célebres por su maldad y ansias de poder, y El aprendizaje del escritor, que recopila sus reflexiones durante el seminario que dictó en la Universidad de Columbia (Estados Unidos) en 1971.
“A él le ilusionaba la posibilidad de que la historia le perdonase sus errores y fuera recordado por sus mejores textos, y creo que eso es lo que le va otorgando el tiempo”, dice Abdala. A casi cuatro décadas de su muerte, es uno de los autores canónicos de la literatura universal del siglo XX y en su país natal ha sido elevado al panteón de ídolos nacionales.
“Borges es muy argentino porque es marginal, siempre está en los márgenes”, lo describe Rep, “Acá es europeo y allá es argentino”. “Cuando comienza a escribir prosa trae a los guapos, a los gauchos, a los malevos, al Buenos Aires de arrabal”, señala este ilustrador, que ha dibujado para la biografía a algunos de esos personajes que saltaron de los suburbios de la capital argentina a las páginas de cuentos como El hombre de la esquina rosada, La intrusa e Historia de Rosendo Juárez, entre muchos otros. “Si bien tuvo una infancia muy europea y anglófila, también entendió muy bien el campo popular”, agrega Rep.
Argentino por accidente
Borges nació en 1899 en Buenos Aires de la unión entre Leonor Acevedo, descendiente de terratenientes, y Jorge Guillermo Borges, hijo de una dama inglesa casada con un militar uruguayo con antepasados militares portugueses. Creció en un ambiente donde nadie se enorgullecía del todo de ser argentino: pensaban que el centro del mundo estaba en Londres o en París. “Crecí sintiendo que era argentino por accidente”, confesó Borges. Esa cita encabeza la biografía ilustrada junto a un primer retrato, el de un niño para quien su padre había trazado un destino de escritor.
A los ocho años ya estaba familiarizado con Edgar Allan Poe, Charles Dickens, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Mark Twain. Los leía en inglés de la biblioteca paterna —su primera imagen del paraíso— en un proceso de formación atípico para un niño sudamericano.
La mudanza familiar a Europa entre 1914 y 1921 sumó el francés y el alemán a la biblioteca de este lector políglota. Esos nuevos idiomas le abrirían las puertas de la obra de Voltaire, Charles Baudelaire, Gustave Flaubert, Arthur Rimbaud, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, por citar algunos. Esas lecturas precoces llevaron a Borges a sentirse heredero y partícipe de la tradición literaria universal, afirma Abdala.
Su regreso a Buenos Aires le permite ver con nuevos ojos la capital argentina, que antes despreciaba, y transformarla en un personaje más. Su barrio, Palermo, ocupará en su escritura el espacio fabuloso de la infancia.
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: / La juzgo tan eterna como el agua y el aire”.
Esos versos finales del poema Fundación mítica de Buenos Aires aparecen en el libro junto al dibujo de una de las esquinas históricas del barrio de La Boca, Suárez y Necochea, punto cero del tango. El ritmo del 2 por 4 le atraía tanto que dictó conferencias y escribió el libro con canciones Para las seis cuerdas. Astor Piazzolla las musicalizó y Edmundo Rivera les dio voz en un disco legendario por su singularidad: El tango.
Borges perdió por completo la visión en 1955, el año en que fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. “A partir de la ceguera él construyó un personaje. Ya no se ve en el espejo, ve a otro Borges que recuerda. Borges es un hermoso laberinto”, lo describe Rep, quien asegura que le gusta retratarlo de anciano, con la mirada acuosa y apoyado en un bastón. Junto a los laberintos, uno de los símbolos favoritos borgeanos, aparece también la cábala, el tigre y el reloj de arena.
Su madre, sus dos esposas —Elsa Astete y María Kodama—, sus amigos más cercanos, escritores coetáneos y los que tuvieron una influencia decisiva en su vida desfilan por la biografía ilustrada a través de breves diálogos y anécdotas. Ahí están las tertulias hasta el amanecer con el escritor Macedonio Fernández en el bar La Perla, sus elogios al poeta Evaristo Carriego por “cantar al barrio”, la rivalidad eterna con Ernesto Sabato y la comunión absoluta con Adolfo Bioy Casares, de la que nació un escritor ficcional de cuatro manos, H. Bustos Domecq.
Apoyo a las dictaduras
La biografía indaga también en sus sombras, en especial el respaldo a las dictaduras sudamericanas, que posiblemente le costó el premio Nobel. “Borges apoyó la dictadura [argentina] del 55 [que derrocó a Juan Domingo Perón] y después la del 76 porque tenía esa noción de lo militar asociado a lo épico”, señala Abdala. En 1976, con el país sumido en una crisis política y económica y una violencia in crescendo, el escritor, antiperonista visceral, agradeció a Videla haber salvado a Argentina “del oprobio, el caos y la abyección”. Poco después, viajó a Chile y se fotografió también con el dictador Augusto Pinochet.
Cuando las noticias de los secuestros, las torturas y las desapariciones realizadas por el régimen militar dieron la vuelta al mundo y Borges las escuchó de boca de las Madres de Plaza de Mayo, pidió perdón. “Me equivoqué”, admitió en 1980. “Ahora no apoyaría a los militares. No todos los muertos serían invariablemente inocentes, pero tendrían que haber tenido el derecho a ser juzgados”.
Con el regreso de la democracia, Borges asistió al Juicio de las Juntas en 1985 y recogió en una crónica publicada en EL PAÍS el testimonio de uno de los supervivientes del horror: “Esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos”.
Un año después, murió y fue enterrado en Ginebra, la ciudad de su adolescencia, a la que regresó enamorado. “Que a ningún argentino, por favor, se le ocurra repatriarme: mi patria son los libros y en ellos tengo la ilusión de que estaré siempre vivo”, pidió Borges. Su viuda, Kodama, fue una feroz guardiana de los derechos de su obra y de ese último deseo del argentino más universal.