Milei frente a las dos caras de la victoria de Trump

El Gobierno argentino recibe el resultado de las elecciones en Estados Unidos como una convalidación de sus políticas. Pero las propuestas económicas de Trump podrían perjudicar los planes del mandatario sudamericano

Javier Milei se dirige a simpatizantes en un mitin de La Libertad Avanza, en Buenos Aires, Argentina.Tomas Cuesta (Getty Images)

El arrasador triunfo de Donald Trump ha provocado en el Gobierno argentino un estado de euforia sin antecedentes. Esa victoria es presentada en la escena local como una victoria propia. El coro de youtubers que acompaña la saga de Javier Milei afirma: “Lo hicimos”.

Ese efecto de las elecciones norteamericanas podía preverse. La Libertad Avanza, el partido de Mil...

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El arrasador triunfo de Donald Trump ha provocado en el Gobierno argentino un estado de euforia sin antecedentes. Esa victoria es presentada en la escena local como una victoria propia. El coro de youtubers que acompaña la saga de Javier Milei afirma: “Lo hicimos”.

Ese efecto de las elecciones norteamericanas podía preverse. La Libertad Avanza, el partido de Milei, ve en su desenlace la consagración de varias dimensiones de su propia política. Una de ellas es la orientación general del discurso de Trump: la campaña antipolítica. La transfiguración del líder en un San Jorge que viene a matar al dragón del establishment convencional. Lo que Milei llama, con un término agradable a la izquierda española de Podemos o, mucho antes, a fascistas como Gabriele D’Annunzio, “la casta”.

Ese enfoque ratifica también la eficacia de un método. La militancia en las redes sociales activando emociones negativas, en la convicción de que son las que mejor movilizan al electorado, las que con mayor facilidad crean espíritu de cuerpo. Técnicas de bullying. O, como definen algunos expertos en esas estrategias, “minería del odio”.

Trump promete convalidar algo más que una forma de hacer proselitismo. Podría convertirse en el espejo que legitime, en una república considerada modélica, una gestión que confía su éxito a la concentración de poder. El presidente electo anticipó que durante la primera etapa de su nueva administración establecerá una dictadura. Novedosa propuesta para la tradición anglosajona. Desde esa plataforma aplicará correctivos o ejecutará venganzas. Contra el FBI, contra la CIA, contra el Pentágono, contra aquellos sujetos o instituciones a los que él considera agentes de una persecución. Quien más temprano caracterizó esta operación fue el brasileño Jair Bolsonaro, al saludar a “un guerrero” que llega para castigar al deep state, el sottogoverno del que hablaba Norberto Bobbio. Es decir, una trama de factores de poder opacos y facciosos, en la que ocupa un lugar sobresaliente la prensa profesional, que hostiga a los amigos del pueblo. Esta melodía no encuadra en las clasificaciones tradicionales. Puede ser entonada por Trump y Bolsonaro, pero también por Cristina Kirchner o Rafael Correa. Y, al mismo tiempo, puede inspirar el repudio, desconcertante para muchos, de abanderados de la derecha como José María Aznar.

Un hombre disfrazado de Donald Trump acude a un evento de Javier Milei, en Luna Park, Buenos Aires.Luciano Adan Gonzalez Torres (Getty Images)

El liderazgo republicano puede extender desde Washington el nihil obstat para un estilo institucional autoritario cuya denominación vulgar es populismo. Son muchos los líderes que se reflejarán en esa experiencia. Milei es uno de ellos. El regreso republicano a la Casa Blanca se convierte de este modo en la señal ya inconfundible de un eclipse del liberalismo. O de la socialdemocracia. Como se prefiera.

En los Estados Unidos, en Brasil o en Argentina, la contraseña para el establecimiento de esta concepción es el ataque al Poder Legislativo. Es decir, al lugar eminente de la política y, sobre todo, de la deliberación. Trump y Bolsonaro alentaron el asalto a los congresos de sus países. Milei define a los legisladores como “ratas”.

El efecto de convalidación que el proceso electoral norteamericano está produciendo en el oficialismo argentino puede condicionar la oferta electoral para las elecciones parlamentarias del año próximo. En el entorno de Milei se entiende que el éxito tan contundente de Trump es una invitación a reafirmar la propia identidad y evitar cualquiera alianza. Si esta visión se vuelve operativa, no hay que esperar que La Libertad Avanza extienda la mano al PRO, el partido de Mauricio Macri, que expresa a una derecha más moderada y pluralista, que se define a sí misma como “republicana”. Milei apostaría a absorber la base electoral de Macri, en un proceso de radicalización que se ha verificado en otras democracias. Es un dilema estratégico porque, si esa captura no es completa, es decir, si el partido de Macri conserva un porcentaje razonable de votos, la competencia entre esas dos derechas podría permitir un triunfo del kirchnerismo en distritos importantes. En especial en la provincia de Buenos Aires, que representa el 40% del electorado, el 40% de la riqueza y el 40% de los problemas del país. Quiere decir que el estado de autoexaltación que produce la travesía de Trump en Milei puede tener consecuencias prácticas de primera magnitud el año que viene, cuando se celebren los comicios.

Hay un costado de la victoria republicana mucho más paradójico, que no se advierte demasiado. Tiene que ver con la economía. Trump, a diferencia de Milei o de Bolsonaro, cultiva una visión antiliberal de la vida material. Sobre todo en materia de comercio. El eje principal de su campaña ha sido una defensa apasionada del proteccionismo. Prometió aplicar aranceles del 60% a los productos que ingresen a su país desde China. Y 10% a los que lo hagan desde cualquier otro país. También habrá barreras para las manufacturas mexicanas, en especial si incluyen componentes chinos.

Este cerco imaginado para garantizar el empleo a los estadounidenses, que se combina con una política migratoria mucho más represiva, tendrá un inevitable efecto inflacionario. Los economistas del banco JP Morgan calculan que, si el plan se ejecuta, los precios aumentarán un 2,5% anual. En este escenario, va a ser inevitable que la Reserva Federal suspenda la tendencia que viene imprimiendo sobre la tasa de interés. Ya no la bajará con el mismo ritmo. Y, tal vez, la suba. Una decisión de esa naturaleza tendría un efecto muy negativo sobre las economías emergentes.

Donald Trump habla sobre su programa económico en una fábrica de maquinaria en York, Pensilvania, en agosto pasado. JIM LO SCALZO (EFE)

Cada vez que el banco central norteamericano corrige hacia arriba la tasa de interés, provoca un flujo de inversiones hacia los bonos estadounidenses. Por lo tanto, provoca una fuga hacia el dólar, que se fortalece. O, dicho al revés, las demás monedas se deprecian. El dólar empieza a escasear. Y los principales operadores financieros globales intentan identificar cuáles son los países más necesitados de dólares para huir de ellos. La Argentina es uno de esos países. Como consecuencia de un desaguisado económico que lleva más de una década, Milei heredó un Banco Central carente de reservas monetarias. Y él todavía no logró despejar esa gran fragilidad. Quiere decir que si el amigo Donald cumple con lo que prometió a su electorado, Milei podría estar expuesto a alguna turbulencia.

Hay una segunda consecuencia negativa del triunfo que el gobierno argentino celebra con tanta algarabía. Se verifica en el campo de la energía. Con Trump regresa a la Casa Blanca un defensor de la industria de los hidrocarburos. Sobre todo de los no convencionales, que han convertido a los Estados Unidos en el principal productor de petróleo y gas del planeta. Es un cambio de rumbo muy dramático para la gestión que encarna Joe Biden, un gran defensor de las energías renovables.

De Trump se esperan varias medidas asociadas a esta concepción. Entre ellas, autorizaciones más generosas para las exportaciones de gas natural licuado (GNL). Una buena noticia para Europa, que verá cómo se reduce el precio de ese combustible, que se convirtió en estratégico después de las sanciones aplicadas contra Rusia por la invasión a Ucrania.

Milei no va a festejar estas novedades. Una de las fuentes principales de divisas para la Argentina son las exportaciones de hidrocarburos. Y se espera que esta ventaja se agigante: varias petroleras están comprometidas en la instalación de plantas de licuefacción que amplíen la capacidad productiva de la formación Vaca Muerta, uno de los reservorios de petróleo y gas no convencionales más voluminosos del planeta. Trump pone una gota de ácido en este programa: con el habrá más oferta de GNL y, por lo tanto, menos precio.

El jueves próximo Milei viajará a Palm Beach a abrazar a su amigo y protector. Celebrarán la victoria de una concepción muy controvertida de la política. Es muy probable que Milei recuerde al presidente electo que la Argentina necesita de su apoyo en el Fondo Monetario Internacional para aprobar un programa que le provea más recursos al Banco Central. Como ya se dijo: faltan dólares. En el clima de jocosa camaradería que prevalecerá en Mar-a-lago no habrá lugar para prevenciones. Aunque la historia suela introducir desfasajes entre los medios y los fines. Y, de ese modo, el triunfo de Trump cobije consecuencias no queridas para su principal aliado sudamericano.

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