Los argentinos que se alzan contra la mentira de la ‘Argentina blanca’
Desde el arte, la academia y la militancia, colectivos como Identidad Marrón buscan denunciar el racismo invisibilizado en su país
El pasado 11 de julio, un tribunal argentino condenó a cadena perpetua a tres policías por el asesinato de un joven de 17 años. A Lucas González, jugador de fútbol del sur humilde de Buenos Aires, lo mataron dos disparos de unos oficiales que lo persiguieron a plena luz del día, en un coche sin placas oficiales y vestidos de civil. A los amigos que lo acompañaban los detuvieron durante una noche entre extorsiones y amenazas. ...
El pasado 11 de julio, un tribunal argentino condenó a cadena perpetua a tres policías por el asesinato de un joven de 17 años. A Lucas González, jugador de fútbol del sur humilde de Buenos Aires, lo mataron dos disparos de unos oficiales que lo persiguieron a plena luz del día, en un coche sin placas oficiales y vestidos de civil. A los amigos que lo acompañaban los detuvieron durante una noche entre extorsiones y amenazas. Pasó en noviembre de 2021. Casi dos años después, el tribunal que los condenó decidió que no solo habían actuado en abuso a sus funciones, también lo hicieron motivados por odio racial.
“Negros de mierda”, les gritaron sin parar los policías, según el testimonio de los amigos de Lucas durante el juicio. Es un insulto de todos los días en Argentina. Se escucha seguido en Buenos Aires, donde los cortes de calles que reclaman contra la pobreza se han multiplicado en los últimos meses. Se grita en los estadios de fútbol, a pesar de que los cuatro equipos más populares del país han sido sancionados con multas millonarias. Se ha dicho mucho mientras estallaban las protestas en Jujuy, en el norte andino del país, donde la violencia policial se ha ensañado contra una parte de la población que exige respuestas sobre una reforma constitucional que, consideran, pone en riesgo los derechos de las comunidades indígenas. Y se ha leído mucho en Twitter durante la campaña electoral, después de que una candidata presidencial asegurara –usando una cifra errónea– que los extranjeros han copado las universidades públicas.
El racismo es un problema cotidiano en Argentina enterrado debajo de uno de sus mitos fundacionales, el de una nación blanca construida por migrantes europeos. Según el último censo disponible, publicado en 2010, solo el 0,37% de los argentinos se identifica como afrodescendiente, el 2,38% como descendiente de pueblos indígenas y el 4,5% de la población es extranjera.
¿Dónde está el racismo en Argentina? Colectivos como Identidad Marrón plantean que es un problema estructural de un país que no es como se piensa: el de una mayoría de clase trabajadora, origen popular, mestiza, migrante, y de piel amarronada, que tiene un acceso desigual a la participación política, el trabajo, la salud, la educación y la cultura. Desde la academia, el arte y la militancia, Identidad Marrón visibilizar esta problemática para que la Argentina marrón reclame su espacio en la construcción del relato nacional. EL PAÍS se reunió con cinco de sus referentes.
“Argentina no narra un costado enorme de su historia”
David Gudiño recuerda que, mientras el mundo se sacudía por el asesinato de George Floyd asfixiado por la rodilla de un policía en Estados Unidos, un peón de campo del norte argentino era asesinado por cuatro oficiales. Luis Espinoza tenía 31 años y seis hijos. Había sido detenido durante un operativo por la cuarentena del coronavirus y su cuerpo apareció una semana después, envuelto en una bolsa de plástico, en un barranco a 100 kilómetros de su pueblo.
“Acá los medios estallaron hablando de George Floyd, ¿por qué nos fuimos tan lejos? Estaba pasando acá nomás. Eso también era racismo. El racismo institucional del gatillo fácil que mata en este país”, dice Gudiño. Profesor de Biología, estudió actuación y se dedica a la dramaturgia. En su trabajo como actor percibió enseguida que algo no andaba bien. “Solo actuaba de ladrón, de peón, de pobre”, cuenta, “no quedaba en los casting de publicidad, entendí que jamás me iban a llamar los grandes productores y me puse a escribir para no cagarme de hambre”.
Su corto Argentina no es blanca hizo estallar la conversación sobre el racismo en Argentina en mayo del año pasado. En tres minutos de un tiktok que llegó al festival de Cannes, resume la experiencia de un argentino de piel marrón al que la gente a su alrededor asume extranjero. “El racismo estructural, con los rasgos postraumáticos de la colonización, del genocidio indígena, permanece en la vergüenza que da ser marrón”, reflexiona Gudiño. “La gran transformación empieza cuando un joven deja de lado esa vergüenza y puede imaginarse habitando cualquier espacio”.
El espacio que él quería habitar, la televisión, las películas, estaba cerrado. “Argentina no narra un costado enorme de su historia”, afirma Gudiño. “Y no lo hace porque no tiene costo: el país que se exporta es blanco, el que se vende acá es blanco. No existimos. Vos ves Argentina, 1985, ¿ves a alguien marrón?”, pregunta”.
– ¿Habría que incluir personajes marrones porque sí?
– Habría que expandir los roles. Que muchos de los personajes que hacemos salgan del estereotipo, algo que pasa porque todas las personas sentadas en la mesa son blancas: actores, guionistas y productores. Esto no es colorismo, esa es una lectura yanqui del racismo. No lo pensamos con una tabla de pigmentos, estamos hablando de una procedencia, de una familia, de instituciones, construcciones sociohistóricas”.
“El acceso universal a los derechos es un mito”
“El racismo no solo te discrimina por el color de tu piel, su problema esencial es que se traduce estructuralmente en las vidas de las personas”, dice Sandra Hoyos. “Hay una vida que se repite en un montón de familias del conurbano de Buenos Aires: una madre que es trabajadora doméstica, un padre que es trabajador de la construcción; un sector de la población, en su mayoría racializado, que tiene menos ingresos y mayor cantidad de trabajo irregular, precarizado e informal”.
Activista feminista, docente, investigadora y licenciada en Política Social, Hoyos es la única persona de su familia formada en la educación superior. “Eso a mí no me enorgullece”, afirma. “Es una prueba efectiva de la gran desigualdad”.
El 29% de la población argentina vive en el extrarradio de Buenos Aires. Según un relevamiento del Instituto Nacional de Estadística de finales de 2022, el 39,5% de esas personas es pobre. “La característica de estos territorios es el acceso desigual, tendiente para abajo, en todo lo que tiene que ver con derechos: educación, trabajo, servicios de salud y vivienda”, afirma Hoyos. “No estamos lejos, pero esa inaccesibilidad tiene que ver con la planificación desde la capital, los demás sectores están creados a su disposición”.
Hoyos es una de las referentes de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina e investigadora sobre la aplicación de políticas públicas en el conurbano bonaerense. Hoyos reconoce que su inquietud sobre estas problemáticas nació durante la crisis de 2001, en la organización barrial y las ollas populares que surgieron en las periferias mientras la economía se iba al diablo. “La narrativa imperante de la crisis de 2001 es que mucha gente perdió sus ahorros en dólares que estaban en los bancos”, dice, “pero esa narrativa no explica lo que le sucedió a una mayor parte de la población”.
“Trabajé desde los 15 años cuidando niñas, después de terminar la secundaria empecé a acompañar a mi madre a limpiar casas,y pasé unos ocho años trabajando como operaria en fábricas alimenticias”, recuerda Hoyos. “Después de todo eso empecé la universidad como un proyecto personal, como una persona a la que entre comillas se le pasó el tiempo. Y lo pude hacer por un cambio en las políticas de los últimos 20 años: tenía una universidad cerca”.
– El acceso gratuito a la salud y a la educación es una bandera que distingue a Argentina en toda la región. ¿Es un mito?
– El acceso universal e irrestricto, que tiene más de 70 años en nuestro país, es desigual. Hay diferentes grupos poblacionales que podemos asimilar a lo étnicamente blanco, que tienen hasta cinco generaciones de formación universitaria, y otras poblaciones, caracterizadas por la migración interior, por ser de provincias, que no tienen ese acceso. Es todo lo contrario a la meritocracia.
“La corrección política no da derechos”
Identidad Marrón está formada por una gran mayoría de personas que son las primeras de sus familias en acceder a una educación superior. Para Alejandro Mamani, eso los acerca “a los ámbitos que habita la blanquitud: la academia, los museos, las oficinas de Gobierno”. Desde ahí militan para derribar puertas.
Abogado con una maestría en Derecho Migratorio y una especialización en Derecho Informático, Mamani afirma que “Argentina es, quizá, uno de los países que tiene mayor cantidad de políticas públicas respecto a los derechos humanos. La consigna de Memoria, Verdad y Justicia por las víctimas de la dictadura militar es una tradición histórica, el país es vanguardia en juicios por lesa humanidad, su ley de identidad de género es la más avanzada de Latinoamérica, tiene una de las primeras leyes de matrimonio igualitario del mundo y un gran movimiento feminista. En ese abanico gigante, la gran pregunta es por qué el racismo está completamente ausente en el debate”.
– ¿Por qué?
– No es solo un problema exclusivamente argentino. Se puede decir que en Argentina hay un mito de ser blanco y ser europeo, pero eso no quita que el deseo de la blanquitud es una cuestión de toda la región. La fantasía de Latinoamérica es blanca. En toda la región sigue siendo un tabú hablar de por qué, si gran parte de la población no es blanca, la blanquitud es una característica esencial del poder. La pregunta de por qué nos cuesta hablar de racismo encadena otras: ¿Por qué los sectores populares están condenados a la precariedad económica? ¿Por qué no acceden a mayores capitales en términos económicos o simbólicos? ¿De qué color son los jueces de las cortes latinoamericanas? ¿De qué color son las élites intelectuales?, ¿los académicos de punta? ¿De qué color es quien habla en los medios?
Mamani afirma que lo fundamental de la lucha antirracista es el acceso a derechos. “La corrección política no da derechos. El progresismo, desde el enunciado, no modifica nada. Lo que necesitamos son políticas públicas”, afirma.
“En Latinoamérica, en Argentina, hablamos de antirracismo con conciencia de clase. Nosotros sabemos de dónde venimos, de dónde viene la mayoría de la gente con nuestro color de piel y cuáles son las limitaciones en el acceso. Entonces, el gran punto es acceder a derechos y poder ejercer libertades. Esto va más allá de una persona simbólica en una foto. Podemos posar en la foto, pero lo que queremos es abrir la puerta para que más personas puedan entrar”.
“El color es un pasaporte”
Si la migración europea moldeó la Argentina del mito en la transición hacia el siglo XX, la migración desde otros países de la región construyó otro desde la década de los noventa. Los medios tendenciosos de principios de los primeros 2000 la llamaron “invasión silenciosa”, y desde entonces se fomentó la idea del migrante ilegal, que ocupa el lugar de los argentinos en las escuelas, trabajos y hospitales sin pagar impuestos.
Chana Mamani llegó a Buenos Aires desde Bolivia cuando tenía siete años. Trabajadora social, escritora y militante feminista, se asume argentina, boliviana e indígena aymara. “En Argentina hay un doble espejo”, dice. “Por un lado, la racialización hacia las personas de ascendencia indígena nacidas en el país y, por el otro, la de los migrantes. En ambos casos el fenotipo indígena es excluido de la construcción de la identidad nacional. Cualquier persona construida bajo ese estereotipo, bajo ese color, queda bajo sospecha”.
– ¿Dónde se expresa esa marginación?
— En el fútbol, por ejemplo. Los insultos que incluyen una nacionalidad expresan lo que se excluye de lo argentino. Eso es negar una argentinidad marrón. Pero va más allá. Hacer referencia a una nacionalidad cuando se expresa otra identidad que no es blanca es negar la posibilidad de que exista otra cosa en Argentina. A una persona blanca de Latinoamérica nunca se le pregunta de dónde es, a lo mucho si su acento es muy ruidoso. A una persona que no es blanca, en Argentina, es normal preguntarle de qué país es, de qué país son sus padres y sus abuelos”.
“Todo país tiene su migración no deseada, reflexiona Mamani. “Ahí hay una intersección entre clase, migración y etnicidad que pone en juego algo que vimos en Argentina recientemente: no se critica la migración de Europa del Este, que para la Europa occidental es una mala migración. Argentina recibió blancos pobres de a montones. Ahí hay una intersección de migración y clase en la que ninguna de las dos es un problema, entonces ¿cuál es el problema que queda?”
“Pensamos la lucha identitaria como una reivindicación”
“Repensarse como una persona racializada toma tiempo”, dice Daniela Ruiz. “Pedirle a una persona racializada que luche contra el racismo no es simple, especialmente en este país, donde no nos ven como personas, sujetos a prácticas de muchísima violencia. Identidad Marrón no nace de un conglomerado de personas que se unen para cambiar el mundo, nace del proceso interno de cada uno”.
Actriz, dramaturga, actriz y activista LGTB, Ruiz acaba de presentar un unipersonal en el Cervantes, un teatro centenario de Buenos Aires, símbolo de la cultura nacional. Durante 12 años formó parte de la comisión organizadora de la marcha del orgullo, y participó de la redacción de la Ley de Matrimonio Igualitario en 2010 y de la de Identidad de Género en 2012.
“Lo que nosotres hacemos, desde los territorios, las zonas rojas y los contextos populares, es una reivindicación política identitaria. La política identitaria tiene que ver con un correlato que viene históricamente desde las periferias, lugares que no se piensan, que se pierden en el limbo de centralismos. Muchas veces estos se unen en una mirada para hacer un cambio. Lo que estamos buscando es que las personas racializadas en su vida diaria puedan entender la situación y ver esa práctica de visibilidad como un cambio de paradigma. Pensamos en que las personas que han vivido el racismo estructural puedan sanarse”, cuenta.
“Desde ese lugar, Identidad Marrón es un cambio de paradigma pensando en la identidad”, afirma Díaz. “Pensando en la lucha identitaria como una reivindicación. No es solo un saneamiento, tiene que ver con tomar algo negativo y convertirlo en positivo para cuestionar un lugar. Cuando me dicen marrona, amarronada, color de caca, eso es lo que quiero. Desde ese lugar me permito decirle que soy una travesti indigenizada que puede cuestionar el limbo de colonialidad. Para mí ese es el cambio”.
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