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Nasry Asfura, el constructor que quiere transformar Honduras

El político conservador, que se hace llamar ‘Papi a la orden’, ha hecho un llamado a la reconciliación de una sociedad dividida y polarizada

Tras ser declarado como presidente electo de Honduras la víspera de Navidad, el conservador Nasry Asfura publicó un video en sus redes sociales con un mensaje a favor de la reconciliación de una sociedad profundamente dividida y polarizada. Asfura (Tegucigalpa, 67 años), apoyado por el presidente estadounidense Donald Trump, pretende pasar la página de un mes caótico en el país centroamericano. Todo inició el 30 de noviembre, con las elecciones presidenciales y un largo y desordenado escrutinio plagado de interrupciones, fallas técnicas, miles de papeletas con inconsistencias, acusaciones de los candidatos contra las autoridades electorales y denuncias de fraude. “Es tiempo de reconciliación, de unidad y de paz. Debemos reconocernos como lo que somos, una sola familia hondureña”, dijo Asfura.

El candidato del Partido Nacional tendrá, sin embargo, que hacer un gran esfuerzo para gobernar un país en el que la mitad del electorado le dio la espalda, porque ha ganado la elección con la mínima, el 40,2% de los votos, menos de un punto porcentual por encima de su principal contrincante, el presentador de televisión Salvador Nasralla, del Partido Liberal.

Deberá, además, apartarse de la mala imagen de su agrupación política, empañada por la gestión del expresidente Juan Orlando Hernández, condenado en Estados Unidos a 45 años de prisión por sus vínculos con el narcotráfico. Aunque Hernández fue indultado por Trump en una maniobra con la que el estadounidense intentó influir en la elección presidencial, pesa todavía en la memoria de los hondureños una administración plagada de denuncias de corrupción.

Una de las más sonadas fue el caso del Instituto Hondureño de Seguridad Social, que sufrió un desfalco de más de 200 millones de dólares. Investigaciones periodísticas revelaron que parte de ese dinero sirvió para financiar la campaña electoral del Partido Nacional, del que forma parte Hernández. El expresidente, además, es señalado de comprar favores de jueces y funcionarios para reelegirse, a pesar de que la Constitución hondureña prohibía de manera absoluta un segundo mandato. Sus críticos aseguran que parte del poder de su gobierno descansaba en pactos con narcotraficantes.

Asfura intenta distanciarse de ese pasado y se vende como un político pragmático, campechano, eficiente y capaz de sacar a Honduras de la profundidad de pobreza, desigualdad y violencia que la atormenta y lanzar a la modernidad a esta nación de once millones de habitantes. “Honduras, estoy preparado para gobernar. No te voy a fallar”, ha prometido.

No es tarea fácil, dado que datos del Banco Mundial muestran que en Honduras la pobreza es del 63%, la institucionalidad es débil, la corrupción campea y es vulnerable al cambio climático y desastres naturales. Así lo demostraron los estragos causados por los huracanes Eta y Iota, que dejaron más de 4,5 millones de damnificados, según la Comisión Permanente de Contingencia de Honduras (Copeco). Honduras sigue siendo, además, uno de los países más violentos para los activistas y periodistas, como demostró el asesinato de la ambientalista Berta Cáceres, que pesa en la memoria colectiva.

Hijo de inmigrantes palestinos, Asfura se formó como ingeniero civil y ha desarrollado una carrera empresarial en el sector de la construcción. Es con ese perfil de constructor con el que irrumpió en la política: asegura que la función pública debe ser ejercida como la administración de una empresa y con esa idea logró ser electo como alcalde del llamado Distrito Central —que comprende la capital, Tegucigalpa, y su vecina Comayagüela— entre 2014 y 2022.

Durante su mandato, Asfura desarrolló proyectos de infraestructura en una capital donde hasta los pasos peatonales son algo exótico, amplió carreteras, construyó pasos a desnivel y túneles para aliviar el caótico tráfico de la ciudad, mejoró el sistema de drenajes y pavimentó, según él mismo, más de 200 kilómetros de calles. Debido a ese perfil técnico de servidor, se ha hecho llamar “Papi a la orden”, apodo que usa en sus redes sociales.

Una gestión que no ha estado exenta de polémica, ya que sus detractores lo acusaron de mal manejo de fondos públicos mientras fue alcalde o de beneficiar a empresas con las que supuestamente tenía vínculos o cercanas a su partido político. La Unidad Fiscal Especializada contra Redes de Corrupción (UFERCO) lo señaló en 2020 por el presunto desvío de 29 millones de lempiras (casi un millón de euros) para cubrir gastos de sus empresas e incluso de hacer transferencias a cuentas personales de sus hijas.

Asfura ha negado todas las acusaciones. Durante su administración como alcalde también arrastró un fallido proyecto que dejó su antecesor, conocido como Trans-450, una obra de 150 millones de dólares ideada para ofrecer una vía de transporte público decente para una población que lo reclama. El proyecto no fue terminado y las estaciones del metrobús se muestran olvidadas y vandalizadas como señal del cáncer de la corrupción que hace metástasis en este pequeño país centroamericano. Asfura, además, apareció en los llamados Pandora Papers, como accionista de sociedades offshore en Panamá, según una investigación del medio hondureño Contracorriente. Él ha negado esa participación.

El político conservador, que gusta persignarse en todas sus apariciones públicas y mencionar a Dios como garante de sus triunfos políticos, se ha subido a la ola ultra que recorre América. No solo ha agradecido el apoyo a Trump, con quien se muestra sumiso y leal, sino que se dice cercano al argentino Javier Milei —“compartimos los mismos principios y valores”, ha dicho— y se ha congratulado por el triunfo de José Antonio Kast en Chile, a quien ha reconocido su “compromiso con la defensa de la democracia y libertad”.

En Honduras, donde ha predominado históricamente un conservadurismo social y político intercalado con momentos de reformas y tensiones internas, Asfura se aferra a las tradiciones para sumar apoyos. Intenta dejar atrás la historia de inestabilidad de su país —el expresidente Manuel Zelaya fue depuesto por un golpe militar en 2009, un hecho que aún divide a la sociedad—, por lo que se mostró conciliador durante una campaña llena de ataques y denostaciones por parte de los otros contrincantes. Mantuvo un perfil cercano a la población, un hombre respetuoso de la familia tradicional y profundamente religioso y llamó a la calma durante los momentos más caóticos del recuento electoral. “La estabilidad del país está por encima de cualquier ambición personal”, dijo.

Es ese semblante prudente el que intenta vender ahora que ha sido declarado presidente electo, con la idea de reconciliar a una sociedad dividida y polarizada. Está por verse si lo logrará durante un mandato que se presenta difícil, con un Congreso dominado por la oposición y un país que reclama reformas urgentes contra la corrupción, acciones eficientes contra las pandillas y el crimen organizado y medidas para acabar con la miseria que afecta a millones de hondureños. Será necesario, sin duda, algo más que el llamado a la reconciliación que hizo la víspera de Navidad.

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