Ir al contenido

El país de los líderes eternos

Sin proyectos políticos que confrontar, la mayoría de candidatos no significan nada, son fábricas de avales e instrumentos para tramitar aspiraciones personales. La obsesión privatizadora los tocó

Si alguna pregunta debiéramos hacernos hoy no es si 100 precandidatos presidenciales son muchos (que lo son), y si esto es bueno o malo (que por supuesto es más malo que bueno), sino por qué han proliferado. Para el 3 de noviembre había 68 por firmas, pero faltan los que avalen los 32 partidos políticos. Un hec...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Si alguna pregunta debiéramos hacernos hoy no es si 100 precandidatos presidenciales son muchos (que lo son), y si esto es bueno o malo (que por supuesto es más malo que bueno), sino por qué han proliferado. Para el 3 de noviembre había 68 por firmas, pero faltan los que avalen los 32 partidos políticos. Un hecho inédito en la historia electoral del país.

Ahí subyacen varios mensajes. Para comenzar, expresa una crisis de liderazgo político y de agotamiento de la tecnocracia que lo ha acompañado, tanto en el gobierno, como en la dirigencia gremial y en las empresas del establishment. Una puerta giratoria, o mejor, un carrusel, que ha funcionado para una minoría, en el que los apellidos y caras se repiten. Cualquiera podría cruzar quiénes han sido ministros, directores de institutos, agencias y embajadores de los últimos gobiernos (incluido el primer año de Petro), y encontrará una repetición sistemática. No estaría mal si el país estuviera bien.

El problema es que en estos 40 años, sin desconocer los avances en la lucha contra la pobreza y en acceso a salud y educación, no se ha superado ninguno de los problemas estructurales, tenemos un complejo legado de violencia y criminalidad; de informalidad económica y laboral; de impunidad y de corrupción; y una altísima concentración de la propiedad de la tierra. Se sigue caminando sobre el viejo concepto colonial de la hacienda, como paradigma.

Desigualdad y recetas agotadas

La proliferación de candidatos también expresa fatiga con las recetas. Con algunos matices, en materia de paz, por ejemplo, todos los gobiernos han mantenido unas líneas programáticas gruesas: privatizaciones, exportación de materias primas, sin importar los costos socioambientales, injusticia tributaria, alineamiento con Washington en política exterior y en lucha antidrogas, centralismo fiscal y administrativo, y fortalecimiento de los grupos que controlan la economía.

Y sí, el modelo ha sido exitoso, ha generado riqueza -eso no se discute- pero solo para los que más tienen. La desigualdad de ingreso se ha mantenido vergonzosamente estable (Gini 2022, 54,8), solo le ganamos a Puerto Rico, Namibia y Sudáfrica. Este pacto implícito hizo desaparecer la discusión doctrinaria y programática, y ello derivó, a su vez, en que la controversia electoral se limita a la puja por el poder burocrático y presupuestal. De allí la recurrencia al agravio personal y la satanización del adversario. Los sectores más radicales de la oposición llevan tres años y medio coreando “Fuera Petro” y anunciando catástrofes que parecerían desear, pero sin proponer nada que no sea más de lo mismo.

Es de tal magnitud la crisis que nadie siente que hace el ridículo presentándose, un papel antiguamente reservado para personajes como Goyeneche, Regina 11 o Mario Gareña. Este último, brillante compositor (Yo me llamo cumbia), se postuló en las elecciones de 1990 y tuvo una idea genial: que los narcotraficantes construyeran sus cárceles. La gente se rio, pero el que ríe de último ríe mejor. La propuesta la hizo realidad César Gaviria, quien le permitió a Pablo Escobar construir la suya (la famosa Catedral), desde la cual el tristemente célebre narcoterrorista siguió traficando y delinquiendo, protegido por el Gobierno.

Otra causa probable que explica la explosión de candidatos es la crisis de los partidos. Sin proyectos políticos que confrontar, la mayoría de ellos no significan nada, son fábricas de avales e instrumentos para tramitar aspiraciones personales. La obsesión privatizadora los tocó. Algunos funcionan como famiempresas y otros como empresas unipersonales. Por eso hay 79 comités registrados para participar por firmas en las elecciones al Congreso (35 para Senado y 44 para Cámara), que buscan participar por fuera de los rediles partidistas para evitar la disciplina canina, que ejercen los patrones a través de los avales y del poder de hacer las listas. Se salva el Pacto Histórico, que recurrió la consulta popular. En los demás impera el bolígrafo o las clientelas que administren.

Las familias presidenciales

A esta crisis han contribuido los expresidentes de la República. Particularmente la triada Gaviria, Uribe y Pastrana, unidos ahora en una nueva cruzada para salvar a Colombia por enésima vez. Al eternizarse han taponado la oxigenación democrática. Los tres suman ciento cincuenta años de vida pública. Uribe fue director de la Aerocivil en 1980; Pastrana, concejal de Bogotá en 1984; y Gaviria, concejal de Pereira en 1970 y luego alcalde en 1974.

En Colombia el peso político y mediático de los expresidentes es grande. Cuando se produjo el miserable atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, el presidente Gustavo Petro condenó el hecho porque, además, era un miembro de una “familia presidencial”, categoría inexistente en nuestro ordenamiento jurídico, aunque consagrada en la cultura política. Rafael Gutiérrez Girardot, ese brillante ensayista y crítico de la literatura hispanoamericana —que regentó la cátedra en la Universidad de Bonn durante más de 40 años— sostenía que en “algún lugar recóndito de republicanos y demócratas hispanoamericanos late un segundo corazón monárquico”. Las “familias presidenciales” son casi “casas reales”, con pretensiones dinásticas, delfines y línea de sucesión, y en torno a ellas gira la política nacional y regional. Hasta ahora. La llegada de Petro ha revolcado el paraíso. Por eso cualquier persona, aunque no pertenezca a la “nobleza criolla”, se cree con derecho a ser presidente.

El caso más notorio de taponamiento es el del Partido Liberal. César Gaviria llegó a la presidencia de manera accidental, por el asesinato de Luis Carlos Galán. Tenía 43 años. Su elección mandó a calificar servicios a una generación que se había preparado para gobernar. Luego, con su jefatura —que se ha prolongado por 20 años— les cerró el paso a personas que a esta altura podrían ser expresidentes. La situación más parecida es la de Gilberto Vieira, que estuvo 44 años como secretario del Partido Comunista. De los conservadores, ni hablar. Desde 1998 no han podido tener candidato. Y no por carecer de personas preparadas, sino para no correr el riesgo de quedarse por fuera de la repartija burocrática y presupuestal. No me voy a referir a los demás partidos y partiditos porque me haría interminable. Por sus obras los conoceréis, dice Jesús en el Evangelio según San Mateo.

La insaciable sed de cambio

Desde hace años el país viene dando signos de ese agotamiento político y programático. De allí la acogida de figuras como el profesor Antanas Mockus, el exmagistrado Carlos Gaviria o el sindicalista Lucho Garzón. En 2022 Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, cada uno a su manera, interpretaron esa sed de cambio. Hernández llegó a primera vuelta solo, valga recordarlo, gracias al hastío que producían el resto de los candidatos, con sus lemas vacíos, frases trilladas y cuentos trasnochados, como el del castrochavismo

Al mirar las encuestas de intención de voto se ve que las ganas de cambio se mantienen intactas, esta vez con Iván Cepeda, Abelardo De la Espriella (quien ocupa el espacio de Hernández) y Sergio Fajardo. ¿Qué tienen en común los tres con Claudia López y Victoria Dávila? Que ninguno ha hecho parte directa del club de los liderazgos eternos ni ha sido ministro ni embajador. ¿Qué tienen en común Vargas Lleras, Peñalosa, Roy, Cárdenas y Cristo? Precisamente lo contrario. ¿No amerita al menos una reflexión?

@gperezflorez

Más información

Archivado En