Las ideas locas de la nueva dictadura
Diosdado Cabello aseguró en 2013 que “Chávez era el muro de contención de muchas ideas locas que a veces se nos ocurren”. Y en Venezuela parece que vienen años para aquellas locas ideas
Maduro se ha tomado el poder después de perder las elecciones, y lo ha hecho con el recurso simple de la fuerza militar y el amedrentamiento policial: ya son casi cincuenta los nuevos presos políticos que engordan las cárceles del régimen. Y todo esto tiene un nombre que a los latinoamericanos nos resulta l...
Maduro se ha tomado el poder después de perder las elecciones, y lo ha hecho con el recurso simple de la fuerza militar y el amedrentamiento policial: ya son casi cincuenta los nuevos presos políticos que engordan las cárceles del régimen. Y todo esto tiene un nombre que a los latinoamericanos nos resulta lamentablemente familiar: golpe de Estado. Es elocuente que ese régimen de tramposos ni siquiera se haya tomado el trabajo de falsificar las pruebas; no podía hacerlo, porque en eso la oposición ha sido hábil y valiente desde el día de las elecciones: recopilando las actas, exhibiéndolas para quien quiera verlas, facilitándole a la comunidad internacional –aun a los más pusilánimes– una toma de posición que tal vez muchos no querían. Sin esa publicidad, sin la muestra pública de las pruebas de su victoria, la oposición de Machado y González estaría en otro lugar muy distinto.
Eso no quiere decir que no hayamos asistido, previsiblemente, a los intentos desesperados que han hecho los cómplices, los miopes, los sectarios o los conflictuados por lavarle la cara al fraude: leo en las comunicaciones de W Radio las palabras del presidente Gustavo Petro, que aparentemente está convencido de que las elecciones venezolanas no fueron libres “al realizarse bajo el bloqueo económico que se convierte en una extorsión explícita”. Esto es palabrerío sin sustancia, como es usual en Petro: una frase que habría podido ser clara, y que Petro convierte en un enredo con el objetivo de no decir nada, o de que no se sepa muy bien lo que dice. No: el fraude electoral no es consecuencia del bloqueo. El fraude electoral es la única forma que ha tenido este régimen corrupto y represor de seguir montado en su propio tigre, porque bajarse del tigre es correr el riesgo de que el tigre se lo coma.
Pero el presidente Petro tiene que darse cuenta de lo mucho que se juega en el desastre venezolano. Lo que no es seguro es que sea capaz de mirar más allá de los intereses de su movimiento, que comienza en Colombia una campaña electoral demasiado prematura. Petro puede equivocarse, y gravemente, si sus actitudes le dan combustible a la derecha colombiana más reaccionaria, que tiene sus propias tendencias antidemocráticas. Desde luego, el optimismo no me alcanza para esperar que Petro tenga la sensatez, el sentido de Estado y la coherencia democrática de su colega Gabriel Boric, que no ha precisado de tantos años de experiencia para ver el fraude de Maduro por lo que es, y lo ha dicho con palabras que yo agradezco: “Desde la izquierda política les digo que el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura”, dijo hace unos días. Los términos son cruciales para nuestro momento. La izquierda democrática latinoamericana, que buena falta nos hace, sólo se afirmará en la medida en que sepa denunciar a los usurpadores, a los violentos, a los autócratas: a estos estalinismos tropicales que echan por tierra cualquier aspiración de construir sociedades más justas en nuestros países desiguales.
Mientras tanto, ahí estaba Maduro el día de la posesión fraudulenta, flanqueado por los autócratas más notorios de América Latina: el cubano Díaz Canel y el nicaragüense Daniel Ortega, las dos cabezas visibles de regímenes que han llevado a sus pueblos a sufrimientos sin cuento, cuyas cárceles están llenas de presos políticos y cuyos ciudadanos abandonan el país en cuanto pueden. Hace unos meses, cuando escribí en este periódico sobre las elecciones robadas y la deriva represora del régimen de Maduro, dije que lo más temible de la situación era que Maduro se convirtiera en el siguiente Ortega, o Venezuela en la siguiente Nicaragua. Creo después del jueves que eso, irremediablemente, es lo que ocurrirá: la ilegitimidad del régimen no se sostiene sin violencia, y violencia de distintas formas es lo que veremos. Y es verdad, como dicen tantos, que la violencia es la señal inequívoca de la debilidad del régimen; pero eso no es consuelo para los detenidos de manera arbitraria, los que esperan en las cárceles sin saber qué esperan, o los que fueron secuestrados cobardemente frente a sus familias.
¿Qué viene para Machado y González? Ninguna persona decente necesita compartir todas sus ideas para admirar su valentía y su terquedad: a los dos les habría resultado mucho más fácil borrarse de la escena en cualquier momento, o dejarse diluir como el ectoplasma sin carácter que fue Guaidó, y en cambio ha asumido los riesgos con plena conciencia del precio que podrían pagar. Pero la oposición deberá tener cuidado del árbol al que se arrima: no creo que las alianzas y los apoyos sean intercambiables, ni que todas valgan lo mismo. Maduro no es nada sin China y la Rusia de Putin; Machado y González harían bien en resistir las fuerzas gravitatorias del signo opuesto. ¿Me equivoco? Es posible. Pero confieso que algo se rompió para mí cuando Edmundo González apareció en tantas fotos abrazado a Javier Milei.
Y aunque podamos entender que un náufrago se aferra a cualquier pedazo de madera, Milei ha hecho tanto daño ya –a la gente, a las instituciones argentinas, a los intentos diarios que hace ese país atribulado por enfrentarse con su pasado más oscuro, a ciertas ideas sin las cuales una democracia es disfuncional o superflua– que es por lo menos contradictorio buscarlo para hacer valer la propia democracia. El chavismo lleva un cuarto de siglo llenándose la boca con la defensa de los más pobres mientras produce pobreza a manos llenas, robándose la economía del país y llevándolo a la ruina. No es bueno para la oposición venezolana que su recurso más perseguido sea la complicidad de un patán cuya política consiste en envenenar y dividir, que le ha declarado la guerra a la idea misma de solidaridad y que todos los días desmantela mecanismos cuyo único propósito es facilitarles la vida a los argentinos más vulnerables.
Hace unos días, Alberto Barrera Tyszka recordaba en estas páginas la amenaza velada que Diosdado Cabello lanzó en 2013, después de la muerte de Chávez. “Ustedes deberían haber rezado mucho para que Chávez siguiera vivo, señores de la oposición”, dijo sin vergüenza. “Porque Chávez era el muro de contención de muchas ideas locas que a veces se nos ocurren a nosotros”.
Vienen años de –hay que sacar las comillas– “ideas locas”. La expresión, puesta en boca de Cabello y los suyos, debería llenarnos de aprensión.