Olga de Amaral ilumina la Fundación Cartier de París con sus estelas y tapices dorados
El prestigioso centro para el arte contemporáneo francés acoge una monografía a partir del 12 de octubre con casi 90 obras de la nonagenaria artista bogotana
“De mi visita a Tierradentro me acuerdo en especial de una pequeña iglesia y de la gruesa encalada de las tumbas pintadas, en particular de unas cuyas escaleras de gresa nos llevaban a una cámara pintada de blanco con figuras geométricas negras, que dejaron su huella en mí. Todavía las busco en mi interior”. De esta forma expresaba Olga de Amaral (Bogotá, 92 años) uno de sus encuentros con las culturas milenarias de Suramérica. La frase se lee en una conversación publicada en el libro El Manto de la Memoria (Somogy Editions D’art, 2015) y funciona como faro de bienvenida a la muestra monográfica que le dedica, a partir de este sábado, la prestigiosa Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París.
Son casi 90 piezas entre tejidos y tapices que configuran la mayor exposición consagrada a la artista bogotana en Europa. Entre los 1.500 metros cuadrados de enormes salas acristaladas del centro parisiense, en el barrio de Montparnasse, se puede comprobar que se trata de un recorrido con destellos espirituales. Al dorado de sus obras mejor conocidas, se suma una explosión de naranjas, plateados o púrpuras que se revelan en posición vertical. “Vamos a presentar el trabajo de Olga en un momento muy importante, de reconocimiento de una vertiente del arte que, durante muchas décadas, fue considerada menor en Estados Unidos y Europa”, asegura la comisaria de la muestra, Marie Perennès, en videollamada con EL PAÍS desde la capital francesa.
Relacionada desde su juventud con el movimiento fiber art, corriente de las artes plásticas aplicada a procesos artesanales o de manufactura textil, el trabajo de Amaral evolucionó dentro de un linaje artístico con escaso protagonismo. Lo dice la académica de la Universidad de los Andes Ana María Franco, quien también recuerda, no obstante, que su propuesta fue incluida en 1969 en una icónica muestra del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) titulada Wall Hangings. “Ella produce, a partir de los años 60 y 70, una obra dentro de la historia global de la abstracción. Su trabajo roza con lo escultórico y desafía la rigidez geométrica que habían producido los grandes maestros del lenguaje moderno en Colombia como Negret o Ramírez Villamizar”.
Mucho antes de que aquellos trabajos formaran parte de grandes colecciones, o de que la casa Sotheby’s subastara sus piezas por cientos de miles de dólares, su hijo Diego evoca por correo electrónico el aroma a lana del taller de su mamá cuando era apenas un niño: “Recuerdo el sonido constante de los telares y sus lanzaderas; los arrumes de tejidos, de rollos de tela y de distintas fibras por todo el lugar”.
Hoy, a sus 66 años, el hijo gestiona una editorial que lleva el apellido paterno y administra la obra de su madre: “El paso del tiempo es lo que le da la pátina de perfección al oficio que uno escoge. Es como aprender un lenguaje, entre más lo practicas, más se acerca a tu espíritu, más lo encarnas en tus creaciones”. Lo dice a propósito de la larga y fecunda vida artística de Olga, quien en principio, a mediados de los 50, fue diseñadora de telas decorativas para muebles antes de dar el salto al mundo de las composiciones abstractas.
Tras cursar estudios textiles en la academia de artes de Cranbrook (Michigan), Olga de Amaral, apellidada Ceballos de soltera, incorporó las ideas de diseño de la escuela Bauhaus alemana. Basta repasar los tapices de Anni Albers (Berlín, 1899- Estados Unidos, 1994) para rastrear algunos de sus cimientos conceptuales. “Su educación americana estuvo ligada a la filosofía industrial. Su maestra, la finlandesa Marianne Strengell, fue de las primeras diseñadoras de coches en la General Motors”, resume Marie Perennès. Entre sus creaciones presentadas en la Bienal Internacional de Tapisería en Lausana (Suiza), en 1967, destaca el uso de la línea clara, los estampados en forma de parrilla o los motivos geométricos más rígidos de la serie Entrelazado en blanco y negro.
Poco tiempo después, en un proceso cercano a la alquimia, empezó a arropar sus tapices e instalaciones con estelas doradas y alusiones a las culturas precolombinas. En principio, al igual que algunos de sus contemporáneos, se sintió atraída por los altares, templos y arquitectura de la civilización Inca. Por la simbología del agua, el sol o la sombra. Fue en 1968, durante una visita al World Crafts Council en Perú. “Pero la obra textil de Amaral también está muy cerca de las tradiciones campesinas artesanales de Colombia, y en especial de la región cundiboyacense. No obstante, como en la herencia prehispánica colombiana lo que más se ha valorado es la orfebrería, no es extraño que sus referencias iniciales fueran piezas peruanas”, dice Ana María Franco.
En 2003, durante una de las exposiciones más importantes de su carrera en Nueva York, Olga de Amaral dio un discurso en el Museo Metropolitano. Allí contó que desde hace un cuarto de siglo ha trabajado en su taller con siete mujeres que insuflan en cada elemento la vitalidad colombiana: “Ese equipo de tejedoras, ese lugar, son lo que me conecta profundamente con mi país. Estas mujeres, para mí, encarnan a Colombia. Junto a ellas fabrico grandes cantidades de largas hileras y elementos que yo denomino tiras, cadenas o cuerdas”. Parte de su esencia está allí. En el trabajo manual de aquellas hilanderas que le ayudan a dar forma a un universo que enlaza la memoria con la contemplación.
¿Cuáles son los temas centrales en la obra de Olga de Amaral? Diego, uno de los dos hijos que tuvo con el también artista Jim Amaral, responde: “Creo que esa pregunta no aplica al oficio de mi mamá. Su búsqueda es otra, es una búsqueda estética, sin ideologías, sin crítica social. Es una persecución de la belleza, de captar su abstracción”. Por eso, quizás, ha sido una creadora que ha preferido trabajar en silencio, al margen de los debates de un país hiperpolitizado. La artista ha reiterado, por el contrario, que la poesía y el mundo de lo onírico son los protagonistas de su obra. “Es una abstracción maleable, flexible, en movimiento”, explica Ana María Franco.
De hecho el recorrido por sus muestras está sujeto a un trabajo espacial que se sirve de la luz para transformar el color de sus telares. En función de la perspectiva desde donde sean observadas, y la hora del día, los tonos giran como en un caleidoscopio expresionista. “Incluso el trabajo textil en piezas gigantescas como Gran Montaña Paramuno, que ganó la Bienal de Arte de Coltejer en 1972, la hace blanda y hasta cierto punto maleable. Su trabajo es muy interesante porque introduce materiales inusuales en un lenguaje conocido: fibras textiles, la crin de caballo, lino, el gesso o la hojilla de oro”, detalla Franco.
Su proceso creativo, además, se sirve de una multiplicidad de técnicas que la hacen única y a la vez difícil de clasificar, en palabras de Marie Perennès: “En la muestra se puede detallar muy bien porque en la planta baja presentamos unas 50 obras de los años 60 hasta ahora. Todas son tan diferentes en su técnica, que describir un patrón es casi imposible. Una de las que más me interesa es ‘Hojarasca limón’, de los años 70. Para ampliar la escala usó crin de caballo, que es un elemento más denso y espeso que el lino o la lana, y tejió con ello pequeñas franjas que se asemejan a las hojas muertas en otoño”.
Con Olga de Amaral, como se ha titulado sucintamente la exposición, se cierra también un ciclo de cuatro décadas para las icónicas instalaciones diseñadas por el arquitecto Jean Nouvel. A partir del próximo año la fundación abrirá sus puertas en un nuevo edificio junto al Palais Royal, en el corazón de París, y más cerca del circuito museístico tradicional. “Por eso tiene un significado muy especial. Tardamos 3 años en el proceso de la muestra y enfrentamos más de un reto técnico e incertidumbre porque no sabíamos si un espacio tan luminoso y transparente iba a funcionar con las características de los tejidos y la diversidad de su trabajo”, finaliza Marie Perennès.