Olimpia Coral Melo, activista: “Las mujeres colombianas aún temen hablar de violencia digital”

La defensora mexicana apoya una iniciativa para que se replique en Colombia y otros países de América Latina una legislación que penalice a quienes compartan videos íntimos sin consentimiento

Olimpia Coral Melo, en Bogotá, el 18 de septiembre de 2024.CHELO CAMACHO

Colombia no sabe aún bien quién es Olimpia Coral Melo, pero pronto escuchará más su nombre. Esta mexicana activista, nacida en Puebla hace 34 años, transformó una tragedia en una misión de vida: hace varios años una pareja compartió en redes, sin su consentimiento, videos íntimos de ella. Después de sobrevivir a tres intentos de suicidio con apoyo de su familia, su vida cambió de rumbo cuando redactó la Ley Olimpia, que penaliza a quienes graban y difunden, sin consentimiento, imágenes sexuales. Coral Melo cuenta, en entrevista a EL PAÍS, que la ley nació como una búsqueda por encontrar un lenguaje para explicar lo que le ocurrió, porque conceptos como “pornovenganza” o “ciberdelitos” no cuajaban bien. Hasta que encontró uno perfecto: violencia digital. Olimpia Coral buscó que el concepto se incluyera en la legislación de cada estado de México y luego a escala federal, un logro que alcanzó en 2020. Ahora cree que el modelo debe crecer, exportarse y llegar a otros países de América Latina donde la violencia digital ocurre frecuentemente pero no se le nombra así. Argentina es el único país de América Latina que ya cuenta con una parecida. Coral Melo ha arrancado su misión por Colombia, donde presentó, el miércoles, la ley Olimpia a la colombiana.

Pregunta. Esta ley es muy mexicana en su origen. ¿Por qué cree que se debe exportar a otros países?

Respuesta. Porque con ella creamos no solo legislación, sino teoría: desde llamarle a lo que nos pasa violencia digital, hasta cambiar las narrativas estadounidenses, los anglicismos. En Estados Unidos, por ejemplo, siguen debatiendo este tema como revenge porn o porno venganza. ¿Cuál porno venganza? No, esto no fue ni porno, ni venganza. No es porno porque no había consentimiento [de publicar imágenes privadas]. Y llamarle venganza es una forma de culparte a ti, porque se explica como una reacción a algo malo que hiciste tú primero. ¿Venganza de qué? Cuando me pasó a mí, vi mi video en una página que decía Revenge-Porn, investigué y me di cuenta que lo que me pasó no tenía nombre aún. Se hablaba entonces de “violencia cibernética online, pero para referirse a casos económicos financieros: robo de identidad, robo de tarjeta, fraudes interbancarios. El Estado y los poderes reconocían la violencia en línea como aquella que afectaba a los intereses económicos y no a los derechos humanos.

P. ¿Esta violencia es ejercida especialmente por parejas?

R. El mayor porcentaje de las fotografías sí vienen de una relación, pero no son las únicas. Acá en Colombia hemos documentado, desde enero hasta este mes, 2.217 mercados de explotación sexual.

P. ¿Qué es acá un mercado de explotación sexual?

R. Son espacios públicos o grupos cerrados: páginas web, grupos de packs [hombres que comparten contenido íntimo de mujeres sin su consentimiento], grupos de hombres que intercambian en Telegram. Incluso pasa en las que mal llamamos páginas porno, donde el 80% de los contenidos son de mujeres que no dieron su consentimiento. Quienes están en esos grupos deben de entender que son violadores de la intimidad sexual de las personas. Aunque no sea algo físico, es real. No estamos interesadas solo en que un legislador apruebe la Ley Olimpia, estamos interesadas en que ese legislador borre los packs que tiene en sus teléfonos celulares de muchas mujeres que no conoce.

Pañoleta feminista de la Ley Olimpia.CHELO CAMACHO

P. ¿Cómo se gestó la idea de presentar una ley Olimpia en Colombia?

R. Nosotras tenemos una colectividad latinoamericana que se llama Defensoras Digitales. A raíz de la Ley Olimpia en México, habilitamos buzones para que mujeres en toda nuestra región podamos intercambiar experiencias. En algunos países tenemos la oportunidad de decir “puedes denunciar”, pero en otros no. Por ejemplo, en Colombia. Desde hace algunos meses recibimos solicitudes de mujeres colombianas que habían vivido este tipo de violencia, empezamos a documentar sus casos y juntamos un grupo de 10 compañeras que, cuando han denunciado, no han obtenido una repercusión: decían ”intenté denunciar, y me dijeron que lo virtual no era real, que esto no existe como delito”. Y que mucho menos porque son mayores de edad. En Colombia el artículo 218 del Código penal reconoce esta violencia para menores de edad, pero para mayores no hay repercusión jurídica.

P. Pero cambiar el código penal no siempre cambia algo para ellas, sobre todo en países con tanta impunidad en violencia de género con México y Colombia.

R. No es que creamos que la punibilidad es la forma de acceder a la justicia, sobre todo por cómo funciona la justicia en nuestros países. No creemos que sea la panacea, la varita mágica que todo lo cambia. Pero sí creemos que la ley es un camino para generar responsabilidades y nombrar el delito, definir la violencia digital, porque lo que no está prohibido está permitido. Vemos este proceso como uno de enfocar la responsabilidad de esta violencia en los agresores y no en las víctimas.

P. Es decir que la ley Olimpia gana algo desde el momento en que crea un nuevo lenguaje...

R. Sí, acabamos así con una laguna en lo jurídico y en el léxico. La violencia sexual digital la identificamos como la difusión, la producción, el intercambio, de contenidos íntimos, eróticos, sexuales, reales o alterados con inteligencia artificial, todo ello hecho sin consentimiento.

P. ¿Inteligencia artificial?

R. En México tenemos un primer caso que puede ser un hito para el mundo: un hombre detenido y procesado por alterar imágenes sexuales de sus compañeras en el Instituto Politécnico Nacional, con inteligencia artificial. Las compañeras lo vieron, en flagrancia, con esas fotos de ellas, y le dijeron “Yo nunca te mandé eso”. Tenía más de 300.000 fotos en su iPad.

P. Habla no solo de quien las comparte sino de la difusión de estas imágenes. ¿Se puede hacer responsable a las plataformas donde se comparten?

R. Desde que existe un tipo penal, hemos logrado bajar contenidos y las empresas reforzaron sus prácticas de responsabilidad. Por ejemplo, Meta hizo un código para bajar contenidos que se llama Stop NCII [siglas en inglés para Stop Non-Consensual Intimate Image Abuse, o “parar el abuso con imágenes íntimas no consensuadas”]. No dicen que fue gracias a ley Olimpia, claro, pero sí a raíz de saber que tenían responsabilidades.

P. ¿Las plataformas les dicen quién comparte las fotos?

R. En México descubrimos que, en el 60% de las denuncias por violación a la intimidad sexual, las víctimas no pueden identificar a sus agresores. Cuando se les solicita esta información a las plataformas, se da el bloqueo y la opacidad para poder llevar el proceso jurídico.

P. Volvamos a Colombia. ¿Qué propone la reforma específicamente?

R. Cambiar la ley 1257, sobre la prevención de las violencias contra las mujeres, para que allí se reconozca la violencia digital. Esta violencia nos puede pasar a todas las personas, sí, pero el 89,9% de víctimas somos mujeres. También busca cambiar el código penal y añadir un catálogo de delitos sobre la intimidad sexual.

P. ¿Cómo encontraron ponente en el Congreso?

R. Fui a un intercambio a Estados Unidos para un diplomado, y ahí tuve como compañera a la congresista Ana Rogelia Monsalve, de la bancada afro. Le comenté de nuestro trabajo, y ella me dijo: “Hay que lanzar la ley”. Ahí empezamos a trabajar juntas.

P. ¿Qué obstáculos ve en Colombia para que avance el proyecto?

R. El primer y gran obstáculo es que las mujeres colombianas aún tienen miedo a hablar públicamente de la violencia digital. Las 10 compañeras con las que hemos trabajado la ley no han querido hablar casi de sus casos en público, no quieren vivir ese proceso de ser portavoces. Fuimos a un foro en el Congreso, por ejemplo, y estaba una compañera, muy nerviosa ante las cámaras. Le dije: “Vente, habla, que la ley Olimpia se trata precisamente de cambiar al miedo de bando”.

P. Usted ya no le teme a la cámara...

R. Yo tuve fue una mamá que no me culpó, y eso me dio una ventaja, un privilegio, para compartir con otras mujeres. Sigo acá porque quiero decirles que mienten los que nos hacen creer que nuestra vida se va a acabar, mienten cuando nos dicen que nuestro cuerpo desnudo es un crimen, mienten cuando dicen que nuestra vida ya no funciona y que tenemos que acabar con ella porque jamás se van a borrar estos contenidos de Internet.

P. ¿Qué obstáculos ve entre los legisladores colombianos?

R. Los egos políticos: ahora resulta que la próxima semana otros dos legisladores quieren radicar leyes parecidas. Quiero aclarar que nosotras no vinimos a ser salvadoras de nadie; no es que las mexicanas vinieron a darle una salvación a las colombianas. Solamente queremos compartir los procesos que nos sirvieron, y que esta ley sea nuestra, porque la ley Olimpia tiene que ser la voz de las víctimas.

P. ¿Cómo sintió el ambiente en el congreso el martes, cuando la presentaron?

R. Es la vez que más me he sentido ignorada en mi vida. Di un discurso diciendo: “Tengo fotografías de 20 legisladores, de contenido íntimo sexual, que se grabaron en el baño del Congreso porque hay cámaras escondidas. ¿Se imaginan que fuera verdad? No es verdad para 20 legisladores, pero sí es verdad para 3.000 mujeres colombianas”. Ni me voltearon a mirar. No somos dignas de su mirada. Fuera del Congreso un hombre nos escupió un cartel diciendo “Ustedes se dejaron grabar, putas”.

P. Ha dicho varias veces que el miedo debe cambiar de bando. Eso resuena a las palabras de Gisèle Pelicot, la mujer drogada en Francia por su esposo para ser violada por decenas de hombres, quien pide que la vergüenza cambie de bando...

R. Las luchas de todas siempre van a ser la fortaleza del movimiento. Tenemos nuestras narrativas, no nos inspiramos del norte global, pero sí estamos entrelazadas como mujeres. Queremos un cambio radical de legislación, de narrativas, y de pensamientos.

P. Colombia es conocido por ser el segundo país del mundo donde hay más webcamers, después de Rumania. ¿Cómo les puede ayudar a ellas la ley?

R. Si se usa esa tecnología para videograbarlas sin su consentimiento, hablaríamos de violencia sexual digital. Las mujeres que están en estas condiciones de prostitución digital pues, desgraciadamente, tienen muchas más situaciones de revictimización y existen más dificultades para su acceso a la justicia. En sentido estricto, porque dan su consentimiento a la plataforma que, si no está regulada, abusa. Cuando tú quieres decir “violaron mi intimidad sexual”, responden “tú firmaste un contrato”. Ahí está la trampa del consentimiento: se apropian de esas imágenes, las sobreexplotan. Eso le pasó a una compañera de acá, Sandra. Ella conoció a una persona en un grupo de citas, él le pidió contenidos íntimos sexuales, ella accedió, y luego él le empezó a pedir dinero para no subirlos. Esos videos hoy están montados en una página de servicio de webcam, sin su consentimiento.

P. Pero Sandra no firmó nada con esa plataforma. ¿Qué pasa con las que sí, que mostraron videos íntimos en la plataforma a un solo usuario, pero este las graba y las reproduce en otra parte?

R. Hoy esto depende más de las plataformas, que deben exigirle a los usuarios que no las intercambien. En México una persona estuvo en OnlyFans, dio su consentimiento con un usuario, pero luego nos contó que no quería que esa fotografía fuera hiperpública, como ocurrió. Ella tuvo la oportunidad de denunciar al usuario, pero no a los demás que la usaron. Claro que existen muchos retos en la trampa del patriarcado digital, porque ninguna de esas plataformas opera en nuestros países. Pero si logramos en Colombia una reforma legal, se le puede exigir a las empresas tener medidas de seguridad mucho más amplias, porque estamos hablando de qué es violencia digital. Tendremos más herramientas para empezar la prevención.

P. Un objetivo más educativo que penal de la ley...

R. Sí. Es que si existiera la Ley Olimpia en Colombia, Shakira, en el momento en que le metieron el celular por debajo de la falda [en una fiesta], hubiera podido llamarlo por su nombre: violación a la intimidad sexual. Esto le pasa a Shakira, a las niñas que caminan por la calle, no solo a las mujeres que comparten imágenes con su novio. Esto nos puede pasar a cualquiera.

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