Cuatro vicepresidencias

La institución de la Presidencia debe cambiar, sumándole un nivel ejecutivo poderoso, dotado del mejor talento, y que multiplique la capacidad de la cúspide hacia abajo

Gustavo Petro en Bogotá, Colombia, en julio de 2024.Ivan Valencia (AP)

No sabemos quién será el presidente a partir de 2026, pero sí debemos anticipar lo mínimo necesario para que de veras gobierne. Es decir, preocuparnos ya por el qué y el cómo, antes que por el quién.

La Colombia actual no es gobernable. La razón no es solamente el caos y la corrupción que ha socavado ámbitos como la seguridad, la contratación, y las entidades nacionales, departamentales y municipales. Hay al menos dos tipos de desorden. Uno va del centro-para-las-regiones. Otro va de las regiones-para-el-centro. Ambos vienen de tiempo atrás. No han sido creados por el actual Gobierno, p...

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No sabemos quién será el presidente a partir de 2026, pero sí debemos anticipar lo mínimo necesario para que de veras gobierne. Es decir, preocuparnos ya por el qué y el cómo, antes que por el quién.

La Colombia actual no es gobernable. La razón no es solamente el caos y la corrupción que ha socavado ámbitos como la seguridad, la contratación, y las entidades nacionales, departamentales y municipales. Hay al menos dos tipos de desorden. Uno va del centro-para-las-regiones. Otro va de las regiones-para-el-centro. Ambos vienen de tiempo atrás. No han sido creados por el actual Gobierno, pero se han acentuado por su incompetencia e inexperiencia.

El desorden que baja de la cúspide gubernamental empieza por la Presidencia de la República. No conozco ninguna cabeza organizacional tan ofuscada, débil e ineficaz. La agenda presidencial está llena de actos protocolarios y viajes insulsos que absorben mucho tiempo y energía. En un país con innumerables y descomunales problemas, donde se necesita línea de la cabeza del Estado, y que se involucre a diario en entender, debatir y decidir, sucede lo contrario. El señor está copado por sinnúmero de formalidades definidas por sus subalternos, consistentes en viajes al exterior o internos, y pasa más tiempo oyendo himnos y saludando mandos militares y autoridades regionales, que usando su escaso y valioso tiempo en actuaciones efectivas de gobierno.

El Palacio de Gobierno y los ministerios carecen de inteligencia, capacidad estratégica y de gestión. No hay disciplina doctrinaria sobre lo que se quiere lograr, con lo cual los ministros devienen en ruedas sueltas que definen sus doctrinas particulares y se la cuentan al presidente. Esa falta de estrategia unificada y disciplina se vuelve una carga insoportable para el Gobierno. Además, no se atrae un talento con profundidad y experiencia que hagan creíble y coherente la labor de los ministerios.

Si falla el talento, la estrategia y la disciplina, falla el Gobierno. Está condenado al fracaso. Sorprende que a nadie parece importarle. Cada cuatro años los candidatos hablan de planes y programas, pero ni ellos ni sus asesores parecen percatarse de que el instrumento para lograrlos no funciona. El Gobierno no funciona. Prometen llevar al país a muchos lugares y no hablan de que el carro está varado.

Es como si el fracaso estuviera pre-diseñado, y no reflexionaran y actuaran para evitarlo y corregir el funcionamiento práctico del Estado. Parecen preocupados sólo por ser presidentes, a pesar de que poco presidencian; y tener ministros que en realidad poco ministerean; y dirigir un gobierno que poco gobierna. Moisés Naim lo estudió en un libro llamado El Fin del Poder. El poder ya no puede.

Ha habido dos intentos serios de ordenar ese desorden: la reforma constitucional de 1968, de Carlos Lleras Restrepo, y la nueva Constitución de 1991, de César Gaviria. En los años sesenta y los noventas el país no era gobernable, cosa que se repite hoy. La institución de la Presidencia debe cambiar, sumándole un nivel ejecutivo poderoso, dotado del mejor talento, y que multiplique la capacidad de la cúspide hacia abajo; de igual manera, hay que desbogotanizar y descentralizar el actuar del Gobierno, localizando a los ministerios en las regiones. Con eso se recupera el “sistema nervioso central del Estado”, hoy atrofiado, que impide que se transmita el dolor y se responda rápido para remediarlo.

Colombia sucede en Colombia y no en Bogotá. Si no ponemos al Gobierno a transformar a Colombia en Colombia, pronto se hará evidente la separación de cuerpo y cabeza que hemos creado a través de los años.

Para empezar a resolver la calidad y eficacia de Gobierno en las dos direcciones (del centro a las regiones y viceversa), hay que llevar a los ministerios a trabajar directo y presencialmente donde están los problemas y donde se necesitan las soluciones. El ministro de Agricultura nada tiene que hacer en Bogotá, cuando el futuro agrícola está en llanos orientales, los valles del Magdalena y la Costa Caribe y el occidente. El ministro debe vivir (para mi gusto) en Villavicencio, y sus viceministros, uno en el Caribe, otro en Ibagué y otro en Cali. Deben adelantar una agenda concreta de desarrollo logístico, comercial y redireccionamiento productivo. Deben dejar de pensar en si “Colombia es competitiva en X productos”, y hacer que “Colombia sea competitiva en X productos”, relevantes en las regiones y demandados en el mundo y el país.

El ministro de Defensa debe vivir en Popayán hasta tanto no resuelva, con 40.000 efectivos nuevos de la reserva, sumados a los actuales desplegados en el Pacífico sur, el desgobierno militar de Cauca, Nariño y el Valle del Cauca. Sus vices debieran vivir y despechar en Arauca, Cúcuta, Montería y Florencia. Deberán responder por la pacificación de cada región, apoyados por los comandantes de las Fuerzas Armadas, todos viviendo en esos teatros de actuación logística y defensa.

Algo similar ocurriría con los ministerios de Infraestructura, Justicia, Minas y Energía, Educación, Salud, Trabajo, etcétera. Deben migrar a ser solucionadores de problemas donde están los problemas; dejar de actuar a larga distancia, desde el frío, como sucede hoy. Claro está, eso es solamente el comienzo, pues ahí no está aún el talento, la estrategia y la disciplina. Simplemente es poner las fichas para darles eficacia y hacer que respondan por resultados concretos. Esto no requiere ninguna reforma constitucional. Es pura logística.

Hay que cambiar la cúspide. De un presidente agobiado por una agenda insulsa, sin real capacidad de pensar, decidir, delegar, hacer seguimiento, corregir y constatar en avance, se debe pasar a una cúpula conformada por ella o él, y cuatro vicepresidentes actuantes y no de pastillaje. Para mi gusto, son esenciales vicepresidencias de: 1) Seguridad, 2) Economía, 3) Social, y 4) Ética y Cumplimiento. La institución de la Presidencia se transformaría en el trabajo de ese grupo de cinco personas orientadas a resultados y no a cumplir agendas protocolarias.

La de economía se dirigirá a desandar los desequilibrios creados desde los años sesenta, en que se sacrificó las regiones claves del país, y se creó el desbalance actual (a explicar en otra columna). Nuestras actuales debilidades serán nuestras futuras fortalezas. Tenemos 17 millones de personas sin mucho que hacer y con bajísima productividad. Esa será nuestra fortaleza: ponerlas a trabajar y poner plata en sus bolsillos. Para eso hay que rodearlas de capital, logística y mercados. Qué hacer, cómo y para quién, vendrá de nuevas ideas y capacidades, que el mundo demanda con urgencia y Colombia puede aportar para resolver.

El ejemplo es México y su relación con Estados Unidos. Debemos volvernos el México de México; y por ahí derecho, de lo que requieran los grandes centros económicos, EE UU, Asia y Europa. Brasil lo ha hecho, Chile también, los africanos y los asiáticos; igual lo debemos hacer en Colombia. Dejar de mirarnos el ombligo, y depender de los empresarios que ya están aquí, que son claves y valiosos; pero que necesitan un contingente de nuevos empresarios que los duplique, para duplicar el tamaño de la economía. Cualquier cosa menor es insuficiente para los problemas que tenemos. No es en más impuestos donde está la solución, sino en duplicar el tamaño de la economía, de hecho, con menos impuestos.

Afortunadamente, las capacidades de comunicación actual, y las prácticas de trabajo remoto heredadas de la pandemia hacen que este esquema descentralizado de gobierno sea realista. Será un Gobierno del siglo XXI para arreglar el desorden descomunal que experimentamos al final del primer cuarto del siglo.

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