Los rastros del cambio

Estos dos años de Gobierno desafían el relato de que el presidente Petro llevaría a Colombia al castrochavismo, y revelan la ausencia de un debate de ideas desde la oposición

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, durante la instalación del Congreso de la República, en Bogotá, el 20 de julio de 2024.Juan Diego Cano (Presidencia de la República)

Una buena parte del discurso que se ha construido sobre el Gobierno de Gustavo Petro consiste en insistir en el cumplimiento de la profecía del desastre que la derecha había anunciado en la campaña electoral de 2021-2022. Colombia no había sido gobernada por la izquierda, así que era previsible una feroz oposición por parte de quienes han dirigido a sus anchas el país en los últimos dos siglos. Y era probable ...

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Una buena parte del discurso que se ha construido sobre el Gobierno de Gustavo Petro consiste en insistir en el cumplimiento de la profecía del desastre que la derecha había anunciado en la campaña electoral de 2021-2022. Colombia no había sido gobernada por la izquierda, así que era previsible una feroz oposición por parte de quienes han dirigido a sus anchas el país en los últimos dos siglos. Y era probable que se echara mano de los elementos disponibles que tiene el mundo hoy para hacer política.

Hace 10 años, Steve Bannon entendió algo que había comenzado en la Italia de mediados de la primera década del siglo de la mano del cómico Beppe Grillo. La historia política italiana, y la de Bannon, tienen mucho en común y una idea central: “La política deriva de la cultura y de la comunicación”. En la Colombia de hace ocho años, el partido del expresidente Álvaro Uribe lo entendió, y con una red de hackers y mentiras basadas en ideas disparatadas, como que el acuerdo con las FARC pretendía homosexualizar a la población con un potente rayo, logró persuadir a vastas porciones de la sociedad, atemorizada por décadas de violencia, de votar NO a la paz, en un plebiscito innecesario con el cual se pretendía legitimar un acuerdo entre dos altas partes contratantes, avalado por la ONU y la comunidad internacional.

Gianroberto Casaleggio, asesor de Beppe Grillo, así como numerosos ingenieros del caos, expertos en manipulación de datos, entendieron las inmensas posibilidades que ofrecía la masificación de internet para crear historias verosímiles así fueran falsas: mejor dicho, aprendieron algo que la literatura y el cine sabían desde siempre. Por eso su idea fue clara desde el principio: había que arrancarle a la intelligentsia liberal el espectro de la hegemonía cultural. Así, Bannon se lanzó a crear “documentales kitsch llenos de citas filosóficas y melodías wagnerianas sobre el espíritu norteamericano […] transformó medios como Breitbart News en centros de la derecha alternativa norteamericana, una banda de nacionalistas, conspiracionistas, milenaristas y gentes con rabia, todos decididos a imponer un punto de vista diferente sobre asuntos sensibles como la inmigración, el libre cambio, el rol de las minorías y los derechos cívicos”, como escribe el sociólogo francés Giuliano da Empoli.

Para Empoli, la guerra comunicacional es el verdadero escenario de la política hoy. Eso, que no es una novedad, cada día se profundiza más. Y por ello, a dos años del Gobierno de Gustavo Petro, se puede decir que el debate de ideas ha brillado por su ausencia en quienes se oponen a un cambio basado en la justicia social que produzca reformas en la educación, la salud y el trabajo; y lo que se ha producido, reconociendo la corrupción de algunos funcionarios y errores de ejecución y planeación, es el relato del fracaso, del hundimiento y, en las últimas semanas, de la criminalización del Gobierno.

Lo cierto es que, a dos años del primer Gobierno de izquierda en Colombia, han ocurrido hechos incontestables por insoportables que sean para muchos de esos relatos que insistían que el presidente Petro convertiría a Colombia al castrochavismo, que el dólar subiría a precios exorbitantes y que entraríamos en una fase de empobrecimiento. Al contrario, 1.600.000 personas han salido de la pobreza, el Gobierno produjo una verdadera reforma pensional para proteger a los más viejos y está en tránsito de producir una auténtica transformación en un sistema que privatizó la salud y la educación dejando a millones por fuera.

Además de ello, se han gestado cambios culturales que ya son irreversibles: las clases medias aprendimos que podemos llegar al poder: afros, indígenas, campesinos y profesionales de universidades públicas hoy son altas y altos funcionarios del Gobierno. Desde el Ministerio de las Culturas se han propuesto debates nacionales sobre nuestros símbolos y hemos insistido en que se trata de avanzar en ese gran Acuerdo Nacional que propone el presidente Petro, usando la cultura de paz como el gran motor de desarrollo en los territorios, reconociendo la fuerza de las culturas ancestrales y la idea de construir un nuevo relato de nación que incluya a quienes han sido excluidos históricamente de la conciencia nacional: solo un cambio de mentalidad, que destierre para siempre la venganza y la desconfianza en lo público, y alimente con esperanza una guerra encarnada, podrá salvarnos del mismo relato apocalíptico del miedo. Hoy más que nunca hay que seguir insistiendo en que solo una sociedad preparada por el conflicto es una sociedad preparada para la paz, como escribió el filósofo Estanislao Zuleta.

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