La filosofía de la delicadeza
A propósito de la posesión del nuevo ministro de Educación de Colombia, que usa el lenguaje de forma desenfrenada, surge una reflexión sobre el poder de la palabra y el cuidado de las formas
Por “delicadeza” entendemos esa magnífica capacidad de dejar un halo de belleza en su presencia y, sobre todo, un vacío inmenso en su ausencia. Lo delicado nos remite al cuidado de las formas, a la atención y a la suavidad. La filósofa María Zambrano la asemejaba al aroma de una flor que deleita y deja marcada su presencia.
Este concepto que hace referencia a lo sutil, a veces tan olvidado, tan pasado por alto, es una invitación a preguntarnos por la importancia de las formas. ¿Generar men...
Por “delicadeza” entendemos esa magnífica capacidad de dejar un halo de belleza en su presencia y, sobre todo, un vacío inmenso en su ausencia. Lo delicado nos remite al cuidado de las formas, a la atención y a la suavidad. La filósofa María Zambrano la asemejaba al aroma de una flor que deleita y deja marcada su presencia.
Este concepto que hace referencia a lo sutil, a veces tan olvidado, tan pasado por alto, es una invitación a preguntarnos por la importancia de las formas. ¿Generar mensajes de impacto para atraer la atención de los demás justifica dejar de lado el cuidado de las palabras? ¿La fuerza, la violencia o la radicalización se imponen frente al poder de lo suave, de lo fino? Meditemos sobre la necesidad de valorar el poder de lo delicado en nuestra cotidianidad, otorgando relevancia al cuidado y miramiento de los modos y conductas.
En un mundo que, cada vez más, privilegia el impacto de las imágenes, las acciones y las palabras, nos enfrentamos a una exacerbación de emociones e ideas que sobrecargan el espíritu. Vivimos en la cultura de lo extravagante, lo saturado para llamar la atención. Se acude a lo grosero, que en su etimología es lo contrario a lo delicado —lo grueso, lo fuerte, se contrapone a lo fino y lo delgado—. Esta lógica, sin duda, resulta menos exigente para la vida diaria.
La necesidad de marcar territorios y enfatizar nuestra presencia va desde el hostigamiento con una loción excesiva, hasta una gama de mensajes insultantes para rodear una postura: hablar fuerte o mejor gritado, escribir en mayúsculas, insultar o agredir para tomar posición. En todos los casos, exaltar lo burdo.
He pensado sobre esto en los últimos días, a propósito de la posesión del nuevo ministro de Educación de Colombia. Han salido a la luz una serie de mensajes publicados en sus redes sociales que desencadenaron cuestionamientos sobre su perfil mediático y su modelo de comunicación, al poner en evidencia un desenfrenado uso del lenguaje para marcar posición. A algunos nos ha causado conmoción, especialmente por esa tarea delicada que nos abraza a quienes elegimos educar, lo que implica aprender y enseñar en la fuerza del ejemplo. En el mundo de las formas, se trata del cuidado que expresa coherencia con nuestra tarea.
Surge entonces una reflexión sobre el poder de la palabra, la importancia de nuestra conducta y la belleza de la delicadeza al exponer nuestras ideas y posturas, para que inviten a la conversación y al diálogo. Una reflexión que vale para todos, porque las reacciones ante las formas del ministro tampoco han sido mejores, pues invitan, desde la exaltación del error, a lo mismo, al insulto, al desconocimiento del otro, a la ofensa. Tal vez la tarea es esforzarnos por que la filosofía de la delicadeza sea cotidiana, es decir, convocar en nuestra vida diaria el poder de las formas, de la reflexión suave, de la pregunta sencilla y bondadosa. Se trata además de ofrecer a nuestros niños y jóvenes otra vía para la conversación que no pase por la rudeza, por la ordinariez, sino por la fuerza serena, por la valoración de la escucha activa, por la palabra cuidada, por apreciar la suavidad y la finura que mueve el mundo. El Tao Te King lo expresa en términos de lo blando y débil que triunfa sobre lo fuerte, como el agua que puede vencer lo recio y duro.
La filosofía de la delicadeza también es un llamado a la pregunta por lo sutil, al valor de las pequeñas cosas que otorgan sentido y que son simbólicas sobre el nivel de respeto y aprecio que tenemos por el otro y por lo otro, que es el mundo. Sería de especial utilidad si quienes ejercen el poder acogen esta filosofía, pues dispondrían su espíritu para hacer caso a la sencilla definición de la RAE de la palabra delicadeza: “Atención y exquisito miramiento con las personas o las cosas, en las obras o en las palabras”. Tal vez se esforzarían por volver al poder de lo fino y lo simple: mirar a los ojos, sonreír, dar las gracias, ser responsables con lo que hacen y dicen, preguntar con atención y escuchar con interés genuino, y ofrecer excusas cuando se han equivocado. Ser delicado es cuidarnos en la palabra y en la acción.
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