Una madre desesperada denuncia desde Bogotá el feminicidio de su hija en Suiza

Ivonne Romero murió el 2 de octubre. Supuestamente, la mató su exesposo. Dos meses después, su madre alerta que las autoridades suizas no la dejan hablar con su nieta

Patricia Pulido sostiene un retrato de su hija Ivonne Romero, en su casa en Bogotá, el 30 de noviembre del 2023.NATHALIA ANGARITA

Patricia Pulido recibió la llamada el 3 de octubre, recuerda. “¿Señora, hay alguien ahí con usted?”, le dijo una voz desconocida. “¿Está acompañada?”, insistió. Las preguntas venían del consulado de Colombia en Suiza, país en el que vivía desde hacía una década su hija de 30 años, Ivonne Romero. “Dígame qué le pasó a mi hija”, respondió la mamá bruscamente. Estaba muerta, le contaron desde la otra línea. Según Pulido, la asesinó la expareja y padre de la hija de Romero,...

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Patricia Pulido recibió la llamada el 3 de octubre, recuerda. “¿Señora, hay alguien ahí con usted?”, le dijo una voz desconocida. “¿Está acompañada?”, insistió. Las preguntas venían del consulado de Colombia en Suiza, país en el que vivía desde hacía una década su hija de 30 años, Ivonne Romero. “Dígame qué le pasó a mi hija”, respondió la mamá bruscamente. Estaba muerta, le contaron desde la otra línea. Según Pulido, la asesinó la expareja y padre de la hija de Romero, el suizo Cristoph Zollinger. “No sé por qué la mató. Me lo pregunto todos los días”, confiesa.

Pulido no se acuerda de ni una palabra más de aquella dolorosa conversación con el consulado. “Se me borró el cassette”, dice. Pero todo lo que pasó antes, lo recuerda bien. Las violencias que soportaba su hija. El miedo que le tenía a Zollinger. La pelea entre los exesposos por la custodia de Zoé, su nieta de nueve años nacida en Suiza. Se lo sabe todo de memoria.

Sentada en su casa en Bogotá, rodeada de decoraciones de navidad, lo cuenta. Es una historia trágica: un romance que comenzó por internet y terminó en una pesadilla con un niño de por medio, una muerte, un padre bajo investigación y una abuela con el corazón roto, a la que le es imposible comunicarse con su nieta.

Todo empezó once años atrás, en esta misma casa de tres pisos en Puente Aranda, un barrio con un fuerte olor a chocolate. “Es que la Fábrica nacional de chocolates está ahí, en la calle 12″, explica Pulido y señala una ventana. Romero y Zollinger se conocieron en una página web. Ella tenía 19 años y vivía con su madre. Él, 27, y estaba en Suiza. Ambos eran amantes del rock; esa pasión por la música los acercó.

Chateaban por horas y horas todos los días. “¿Y usted qué hace tan tarde en ese computador? ¿Con quién habla?”, le preguntaba su madre. “Con un amigo, mamá. Vive en otro país y me está contando que está muy triste porque se le murió el papá”, recuerda que le contestó una vez.

La amistad se transformó rápidamente en algo más. A los pocos meses de haberse conocido, Zollinger viajó a Colombia a visitar a Romero. “Se quedó 15 días en la casa”, narra Pulido. “Era un hombre muy callado. Leía mucho”, agrega. Solo fueron dos semanas juntos, pero el romance se había forjado. Y los viajes se harían más frecuentes. El suizo volvió poco después para pasar las navidades con ellas. “La celebración le parecía rara. Se reía mucho”, rememora.

Fotografía de Ivonne Romero.NATHALIA ANGARITA

Una boda entre gritos

Unas semanas más tarde, Romero viajó a Europa a verlo a él. “Me dijo que él se había portado muy bien”, asegura mientras se frota las manos para aguantar el frío. La cosa se estaba poniendo seria, muy seria. Tras otra visita, la pareja tomó una enorme decisión: se iban a casar.

Y así fue. En septiembre del 2012, menos de un año después de haber chateado por primera vez, Zollinger aterrizó en Bogotá, y llegó a la casa con olor a chocolate para casarse con Romero. Pulido tenía sus dudas, confiesa; los había visto pelear, pero no le parecía mala idea. “Tenía sus cosas. Siempre era muy intenso, pero yo veía una relación muy normal”, sostiene.

El día del matrimonio, sin embargo, fue un desastre. “Se pelearon en la casa. Él se puso rojo como un tomate. Se encerró en una habitación y se quitó el traje”, relata. La novia hizo lo mismo. “Me decía que no quería hablar con él”, recuerda Pulido. En ese momento le advirtió a su hija. “Piénselo bien, usted tiene 19 años”. Al final, los novios se calmaron y la boda se celebró. Pero la madre no se quedó tranquila. “Ay, dios mío, qué bomba explosiva hay acá”, recuerda que pensó entonces. Tenía razón.

Ese diciembre, Romero se mudó a Embrach, un pueblo de unos 10.000 habitantes del cantón suizo de Zúrich, para empezar su nueva vida. Al principio las cosas iban bien, dice su madre. Quedó embarazada al año. Nació Zoé, una hermosa niña rubia con ojos claros y una sonrisa radiante. Estaban felices, construían una familia. No duraría mucho tiempo. Poco después, dice Pulido, empezó la pesadilla.

El romance se convierte en pesadilla

Zollinger se convirtió en un hombre colérico, agresivo. Quería controlar a su esposa, según la madre de ella. “Le pegaba y la echaba a la calle. Ella quería estudiar, pero él la tenía encerrada con la niña”, relata. Romero aguantó estos abusos durante cinco años. Finalmente, se cansó y se divorció, pero no se pudo ir de Suiza. Ahí vivía su hija, y el padre tenía la custodia.

Lo que siguió, cuenta Pulido, fue una serie de venganzas por parte de Zollinger que dejaron a Romero hecha nada. Su situación migratoria no estaba firme, y su expareja lo usó en su contra. “Él quería que se fuera del país para quedarse solo con Zoé”, sostiene. “A mi hija le tocó lucharla”. Durante años pasó de casa en casa, en constante busca de estabilidad, siempre intentando estar cerca de su hija, a la que veía cada 8 o 15 días.

Eventualmente, una amiga la ayudó a conseguir un trabajo en el aeropuerto y un apartamento donde podía estar tranquila. Por fin, tras años de lucha, tenía una vivienda propia. Ahora quedaba la disputa por la custodia compartida. Iba a ser difícil: Zollinger no cedía. Además, era cada vez más impredecible. Según Pulido, le decía cosas a su hija que no tenían sentido. “Me decía que se estaba volviendo loco. Que pensaba que todavía eran pareja porque iban al parque con la niña”, cuenta.

En los meses anteriores a la muerte, la situación se puso cada vez peor. “No puedo ir a ver a la niña porque él, de pronto, me pega”, le dijo Romero una vez a su madre. Estaba atrapada. Eligió aguantarlo, dice su mamá.

“Hablamos mañana”

El primero de octubre, el día antes de que su hija muriera, Pulido recuerda que habló varias veces con ella. Hicieron videollamada con Zoé, que le contó los números en español. Luego, Romero fue a dejarla en casa de Zollinger. Cuando volvió, llamó a su mamá otra vez; algo había cambiado. “La noté muy rara”, relata. “Le dije que ‘¿Qué tiene, está cansada?’ Y me contestó: ‘Ni me pregunte mamá. Ya me tengo que acostar. Hablamos mañana’. Le di la bendición. Nos despedimos. Y ya no más”.

Hoy, dos meses después del asesinato, Pulido todavía no sabe como murió su hija. “No sé qué pasó, la verdad no lo sé”, lamenta. El dictamen del hospital suizo donde falleció la califica como una “muerte no natural”. Un artículo publicado el 4 de octubre por el diario de mayor circulación de ese país, Blick, en el que cambian el nombre de la víctima ―algo obligatorio en Suiza hasta que la familia le dé permiso al medio para revelarlo― cuenta la historia de una mujer de 30 años que “fue brutalmente agredida en su apartamento de Embrach”, y “murió en el hospital poco después”. Pulido está segura de que el artículo es sobre su hija. El periódico no lo niega ni lo confirma, aunque al ser contactado por EL PAÍS, pide que le ayude a conseguir una entrevista con la madre.

Patricia Pulido, el 30 de Noviembre del 2023.NATHALIA ANGARITA

Zoé, por su parte, se encuentra viviendo con una familia de acogida. Entre lágrimas, su abuela dice que quiere ir a verla, pero que no tiene el dinero para hacerlo. “La extraño mucho. Quiero que sepa que tiene una abuela acá y que puede quedarse conmigo. No quiero que la den en adopción, su madre no querría eso. Si me tengo que quedar en Suiza, me quedo”, declara. Momentos más tarde, lee en voz alta un correo electrónico que le envió la trabajadora social encargada del caso.

“Zoé lo hace bien, es una niña fuerte y está abierta a su nuevo futuro. No se preocupe, señora Pulido, nosotros cuidamos bien a Zoé y también defendemos sus derechos. No es necesario que venga a Suiza. No sería posible ver a Zoé por el momento. Primero tiene que acostumbrarse a su nuevo lugar y afrontar todos los cambios. Pero le preguntaré si le gustaría hablar por teléfono con usted”, escribe. Pulido recibió este mensaje hace más de una semana. Hasta el momento de publicar este artículo, no ha recibido otro. No tiene un número de teléfono para llamar, ni una dirección para visitar a su nieta.

El cuerpo de Ivonne Romero fue repatriado a Colombia el pasado 19 de octubre. Pocos días después, su familia la enterró en el cementerio Jardines del Paraíso, al norte de Bogotá. Su madre visita la tumba a menudo para rezar y dejarle flores.

Con el celular en la mano izquierda, sentada en el sillón en su casa en Puente Aranda, Pulido mira fotos de su hija y las muestra con orgullo. “Mire qué linda”, dice una y otra vez. Esboza una sonrisa agridulce al recordarla como callada, risueña y talentosa. Y sobre todo, como una madre valiente: “Fue una guerrera. Murió por su hija”.

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