Talento, estrategia y disciplina

Las historias de los deportistas que se someten al extenuante rigor de competir a nivel mundial son sobrecogedoras, emocionantes, aleccionadoras

El corredor boliviano Héctor Garibay durante el maratón de Ciudad de México, el 27 de agosto.Maratón de Ciudad de México

Dos semanas atrás, el fondista boliviano Héctor Garibay sorprendió al triunfar en la maratón de Ciudad de México y establecer un nuevo récord, dos minutos por debajo del anterior, y derrotar a un contingente de larguiruchos campeones kenianos.

Al día siguiente leímos que tras Garibay, y un grupo de nuevas estrellas bolivianas, está Nemia Coca Yampara, forjadora de campeones, cuya historia es aún más conmovedora que la ...

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Dos semanas atrás, el fondista boliviano Héctor Garibay sorprendió al triunfar en la maratón de Ciudad de México y establecer un nuevo récord, dos minutos por debajo del anterior, y derrotar a un contingente de larguiruchos campeones kenianos.

Al día siguiente leímos que tras Garibay, y un grupo de nuevas estrellas bolivianas, está Nemia Coca Yampara, forjadora de campeones, cuya historia es aún más conmovedora que la de sus pupilos.

Su carrera empezó décadas atrás, cuando Nemia tenía 15 años y no tenía zapatos. En su natal Oruro organizaron una carrera de ocho kilómetros cuyo premio era, justamente, unos zapatos. Eso la motivó a querer inscribirse. Pero su colegio envió a otras tres jóvenes.

Fue y le suplicó a los organizadores: “Mi profesor ha escogido a las corredoras en una cuadra, pero yo puedo correr 100 cuadras. ¡Por favor, inscríbame! Necesito ganar, no tengo zapatos. Mi papá me abandonó y mi mamá vende comida, no gana mucho” (brujuladigital.net).

Ganó los zapatos y, con ellos, una vocación y una profesión: ser corredora de carreras de largo aliento. Llegó a representar a Bolivia en maratones en varios países y continentes, hasta que, junto con su esposo, hizo la transición de atleta a preparadora de campeones. Ella es la fuerza y el ingrediente secreto de Bolivia, en esta racha de triunfos.

Su liderazgo ha producido una camada de maratonistas que llevan años sometidos a un programa de identificación de talento, estrategia y disciplina. Si los bolivianos quieren ganarle maratones a los kenianos, tienen que entrenar como ellos. Para los olímpicos de París, Héctor Garibay irá a Kenia a seguir su preparación.

Esa crónica trajo a la memoria a las voleibolistas colombianas, que pocos años atrás se metieron en la élite mundial. El milagro vino de la mano del técnico brasileño Antonio Rizola, a quien los directivos de Colombia habían buscado infructuosamente una y otra vez.

En noviembre del 2016, sucedió el trágico accidente del vuelo chárter en el que viajaba el equipo de fútbol Chapecoense, que se estrelló en Antioquia, poco antes de aterrizar. Allí tristemente fallecieron la mayoría de los integrantes del equipo que estaba por jugar la final de la Copa Sudamericana contra Atlético Nacional.

El técnico Rizola vio con emoción cómo los medellinenses se conmovieron con la tragedia, lloraron a las víctimas del rival brasileño, atendieron con sumo cuidado a las seis personas que sobrevivieron al siniestro y se esmeraron en confortar a los familiares que viajaron en pos de sus seres queridos fallecidos.

Antonio Rizola acababa de terminar su cargo de gerente de los equipos de voleibol de Brasil, en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Cuando Carlos Grisales, presidente de la Federación Colombiana de Voleibol, lo llamó de nuevo a insistirle en aceptar el reto de dirigir a las colombianas, Rizola se decidió, como una manera de agradecerle a Colombia lo que hicieron a raíz del accidente.

Cuenta la crónica que Rizola conocía los problemas del voleibol colombiano. Pidió autonomía para escoger las jugadoras y combatió el regionalismo y las roscas entre dirigentes y jugadoras. Erradicó el egoísmo, que llegaba al extremo de que, en un deporte de conjunto, las jugadoras no se hablaban en la concentración, los entrenamientos o los partidos.

Cinco años después, el equipo colombiano de voleibol logró, por primera vez en la historia, clasificar a un Mundial de mayores, al derrotar a Brasil, justamente al seleccionado que Rizola ayudó a construir, y con el que ganó medallas en los Olímpicos.

Las concientizó de que sólo ellas podían “sacar el proceso adelante, dejar atrás los problemas personales, querer la camiseta y entregarse por el país. Como había hecho en Brasil, las ilusionó con ganar una medalla de oro. Si alguna pensaba que no podían hacerlo, era mejor que dejara de jugar voleibol”, le dijo a El Tiempo.

A las brasileñas les había metido en la cabeza que podían ganar los Olímpicos, cosa que lograron en Pekín, en 2008. Cuatro años más tarde, Rizola llevó a los seleccionados femenino y masculino de Brasil a ganar oro y plata, respectivamente. “Hay que luchar por una medalla, no por clasificar a los Olímpicos”.

Esa crónica me recordó otra, hace 35 años, esta vez en la selección peruana de voleibol, que en 1988 ganó plata en los olímpicos de Seúl. Una técnica japonesa convenció y entrenó a un equipo nacional, que hasta el momento no era parte de la élite de ese deporte. En las semifinales derrotaron justamente a Japón.

Con esas tres crónicas bastaría, pero cierro con una experiencia distinta, que se remonta a 70 años atrás, en las calles de Bogotá. En la carrera Séptima, entre la Plaza de Bolívar y la Avenida Jiménez, se desarrollaron las primeras carreras de patinaje. Poco después se fundó la Federación Colombiana de Patinaje.

Para 1966, Dagoberto Mateus, a quien, cuando era niño, vi patinar y ganar en la calle 45 de Bogotá, quedó de cuarto en los 10.000 metros en un campeonato mundial en Mar del Plata (Argentina). Hubo que esperar hasta 1987, para que Guillermo León Botero (q.e.p.d) ganará medallas en un campeonato mundial en Italia.

Desde 1990, Colombia entró con fuerza en las competencias mundiales, con una selección donde estaba la tristemente fallecida Luz Mery Tristán, junto con Viviana Calle Escobar, y muchas otras. Claudia Ruiz consiguió la primera medalla de oro para el país, en los 300 metros, tras superar a 36 competidoras. En el último lustro, 170 medallas avalan el dominio de Colombia en el patinaje sobre ruedas: 80 de oro, 62 de plata y 28 de bronce. Colombia gana sistemáticamente una de cada tres medallas de los mundiales.

Resisto la tentación de economista de establecer paralelos con el ámbito de las empresas y los sectores, y su potencial de competir a escala mundial.

Las historias de estos deportistas, y de todos los que en otras disciplinas se someten al extenuante rigor de competir a nivel mundial, son sobrecogedoras, emocionantes, aleccionadoras. Nos llenan de humildad y admiración.

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