El enigma Petro-Uribe: dos enemigos que se defienden
Se reúnen cada pocos meses y en público se respetan como nunca antes. ¿Cómo han llegado hasta este punto dos presidentes que hasta hace poco se detestaban?
Cuando Petro entró por la puerta, Uribe ya se había bebido la primera infusión. “Presidente”, saludó uno. “Presidente”, le correspondió el otro. Se sentaron en un sofá de la casa de Héctor Carvajal, un abogado amigo de ambos. Era la tercera vez que se veían en poco más de seis meses. Era de noche, y Petro lucía visiblemente cansado por un día muy ajetreado, acababa de llegar de Bucaramanga en el avión presidencial. Uribe le preguntó de sopetón cómo ...
Cuando Petro entró por la puerta, Uribe ya se había bebido la primera infusión. “Presidente”, saludó uno. “Presidente”, le correspondió el otro. Se sentaron en un sofá de la casa de Héctor Carvajal, un abogado amigo de ambos. Era la tercera vez que se veían en poco más de seis meses. Era de noche, y Petro lucía visiblemente cansado por un día muy ajetreado, acababa de llegar de Bucaramanga en el avión presidencial. Uribe le preguntó de sopetón cómo veía la situación del país. En vez de contestar, el presidente actual le devolvió la pregunta y escuchó durante un rato largo un análisis de Uribe sobre la economía, su principal preocupación. “Una vaina afable, tranquila, como dos amigos”, según un testigo del encuentro. Después ambos se levantaron y se sentaron en una mesa, donde les esperaba una sopa preparada por un joven chef amante de la nouvelle cuisine.
La relación que han forjado Gustavo Petro y Álvaro Uribe en el último medio año es uno de los grandes enigmas de la política colombiana. ¿Qué buscan el uno y el otro? En el pasado fueron enemigos encarnizados, se detestaban. Ahora se reúnen cada cierto tiempo y discuten sobre la actualidad del país. En público se respetan como nunca antes. El otro día, Uribe afeó delante de una multitud a un hombre que insultó a Petro micrófono en mano. Petro ha dejado de referirse en sus discursos a Uribe, a sus haciendas, a su legado, algo que antes hacía con frecuencia, casi como un vicio. ¿Cómo han llegado hasta este punto?
El primer contacto entre ambos se produjo a través de Carvajal, un abogado de 64 años con un bufete en el norte de Bogotá. Carvajal conocía muy bien a Petro, a quien había defendido cuando fue destituido e inhabilitado como alcalde de la capital. Además, se había ocupado de un caso de los hijos de Uribe que le había dado verdaderos dolores de cabeza al padre. Uribe felicitó al abogado cuando ganó el pleito. Petro, con el que a veces cenaba, estaba al tanto de que había llevado ese caso y que guardaba buena relación con la familia. Por eso no dudó en pedirle a Carvajal que le hiciera llegar a Uribe que quería mantener un encuentro privado con él. Esa fue una de sus primeras decisiones como presidente electo.
Petro quería que la reunión fuera en su casa de Chía, al norte de Bogotá. Uribe, en cambio, prefería su hacienda. Como no se ponían de acuerdo, el encuentro se produjo en el despacho de Carvajal. Era la primera vez que estaban juntos en una habitación, a pesar de llevar más de 30 años de desencuentros políticos. Petro quería hablar a solas con él, pero Uribe se negó. Desde que está envuelto en un caso de compra de testigos siempre quiere que haya una tercera persona en sus reuniones, alguien que pueda dar fe de lo hablado. Convinieron juntos que esa persona podía ser Carvajal, y así fue. Charlaron durante 40 minutos en un despacho lleno de trofeos de golf, un dibujo de Botero, dos cuadros de batidas de cazas inglesas y un mapamundi chino que ocupa toda una mesa de camilla.
“Los dos buscan pacificar el país”, resume Carvajal detrás de su escritorio. Petro quiere hacerlo con la paz total, su proyecto de negociar o someter a todos los grupos armados de forma simultánea. Uribe negoció en su tiempo con paramilitares, pero emprendió una guerra directa con las guerrillas, y ahora, según quienes lo conocen, está preocupado por las concesiones que se le puedan ofrecer a los criminales durante las negociaciones. No cree, y así lo ha hecho saber en las reuniones, que se tenga que dialogar igual con el ELN que con narcotraficantes y que estos se sirvan de indultos y rebajas de penas como si fueran presos políticos. “Son caminos distintos, pero los dos comprenden que es necesario rebajar la violencia”, añade el abogado.
Esa pacificación también la quieren llevar al plano personal: nada de insultos entre ellos. La defensa de Uribe a Petro del otro día es fruto de estas reuniones. “Coinciden en que hay que quitar las malas palabras de uno y de otro”, continúa Carvajal. Haber sido el punto de contacto entre los presidentes ha desatado los rumores sobre una posible elección del abogado como Fiscal General de la Nación. Él lo niega con vehemencia: “Eso son chismes y envidias de la gente”.
La primera y la tercera reunión se produjeron a petición de Petro. La segunda, de Uribe. En la tercera, en la que se cenó sopa en casa de Carvajal, Uribe llevó como testigo a José Félix Lafaurie, el representante de los ganaderos colombianos. Hombre conservador, muy distante de la izquierda, sorprendió mucho que se haya involucrado de forma directa en la reforma agraria que propone Petro. Fue la primera señal de que la izquierda y la derecha iban a ir de la mano en estos primeros meses de Gobierno. Después de ese acuerdo sobre la compra de tierras a los ganaderos, recibió la llamada de Laura Sarabia, la jefa de despacho del presidente, para anunciarle que Petro, en medio del Congreso Nacional ganadero, le iba a ofrecer ser negociador en la mesa con el ELN. Lafaurie dudó en ese momento, llamó a su esposa, la política María Fernanda Cabal, del partido de Uribe, el Centro Democrático, y ambos coincidieron en que había que pensar bien los inconvenientes de sentarse a negociar con guerrilleros.
Sin embargo, telefonearon juntos a Uribe y este fue muy claro:
—José Félix, tienes que aceptarlo.
“Uribe piensa que es mejor estar cerca para que las cosas salgan bien. Él es un patriota, aunque la gente no lo crea. Piensa que hay que estar, incluso más presente que con Duque (el anterior presidente, un delfín de Uribe)”, dice Lafaurie. Piensa que Uribe y Petro han congeniado por dos cosas. Una, porque con Petro es fácil conversar, es alguien que escucha, algo nada fácil de encontrar entre los cargos altos. “No es un tipo hostil”, refiere. Y dos, a Uribe le gusta la gente “frentera”, que dice las cosas como son. En eso siempre hay una crítica indirecta a Juan Manuel Santos, sucesor de Uribe que después tomó distancia con su mentor. El uribismo se refiere a menudo a él como un traidor que engañó a Uribe. Por eso, sostienen sus allegados, prefiere a Petro que a quien le dijo una cosa y después hizo otra.
En esa tercera reunión, en el sofá, Uribe le dijo a Petro que no dejara que se enfriara la economía, que no era nada fácil reactivarla. Petro le preguntó cómo veía la reforma de la salud, sobre lo que Uribe tenía bastantes observaciones. Le parecía magnífica la parte preventiva. Después, el presidente actual “echó un cuento” sobre el turismo, que debía servir como fuente de financiación alternativa a las energías fósiles. “No había agenda ni conclusiones. No había nada que acordar. Pero esto va a traer sus frutos”, profetiza Lafaurie.
Al margen de Uribe, Lafaurie considera que en el país debe implantarse una paz política, no solo con este expresidente, si no con otros como Gaviria o Santos. “La confrontación ya no sirve más en este país. Si Uribe se mete en otra controversia esto puede salir peor todavía”. Además, cree que hacerle oposición a Petro es muy diferente a hacérsela a Santos: “Petro es un tipo que toda su vida ha estado en desacuerdo con el establecimiento. Ha estado tirándole piedras a eso. Confrontarlo puede ser más costoso para la arquitectura institucional que el tratar de encontrar espacios donde se puedan discutir las cosas”.
A Uribe le preocupa la forma en la que va a pasar a la historia. Por supuesto, no quiere trascender como el primer presidente condenado en más de medio siglo. Sobre él pesa una acusación de compra de testigos, en un caso muy enredado que comenzó con una denuncia suya a Iván Cepeda, un senador de la plena confianza de Petro. El asunto se volteó y Uribe ha acabado procesado. A sus 70 años, no imaginaría estar involucrado en un asunto como este. En algunas de las reuniones, de acuerdo a dos fuentes distintas, se ha hablado de Cepeda, aunque no se sabe en qué términos. No solo Petro se juega mucho en los próximos años, también Uribe.
Fue su asesor durante siete años, y por eso José Obdulio Gaviria puede adivinar las intenciones de Uribe para acercarse a Petro, demonizado por la derecha durante dos décadas por haber sido guerrillero del M-19. José Obdulio considera un grave error, por ejemplo, la reforma sanitaria, que asemeja a una que hizo Hugo Chávez al poco de llegar al poder en Venezuela, sin que la comparación sea necesariamente exacta. “¿Cómo reaccionar ante eso?”, se pregunta. “¿Con locura, con enfrentamientos verbales, con tratamientos de activista callejero? ¿O tratando de generar una mayoría para que la democracia logre funcionar? Eso pretende Uribe”. Eso no quiere decir que la postura no sea crítica. “No tratamos de actuar con la típica reacción latinoamericana totalmente desenfrenada. Nada de revivir la militancia guerrillera o terrorista de Petro (sic). Preferimos hablar del fondo de los temas”, añade.
Lo que es seguro es que ambos se necesitan. Petro sabe que sin la derecha y los liberales no logrará los cambios que quiere hacerle al país, difícilmente conseguirá la paz. Uribe, en su momento de popularidad más bajo, reaparece como un hombre sensato dispuesto a construir país desde la oposición. Nadie se los imaginaba dándose un apretón de manos, pero ahí están, sentados en un sofá, charlando como dos viejos amigos. Un enigma.
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