Que se sienta en el cuerpo y en el vestido, la otra forma de hacer política en Colombia
Esta estrategia que se alimenta de lo simbólico y que acaparó tanta atención en la posesión de Gustavo Petro, no tiene que ver solo con la izquierda. Más bien, es el resultado de que movimientos que fueron vistos como meramente culturales, hayan evidenciado su gran poder electoral y político
¿Puede la política de un país expresarse en los vestidos de quienes lo gobiernan? Acaso la elección, el pasado 7 de agosto, de colores azules y siluetas campesinas de la nueva vicepresidenta Francia Márquez; la chaqueta violeta, bordada por manos artesanas, que clamaba en sus mangas ‘justicia ambiental y social’ de Sofía Petro, hija del presidente; o el ‘Carlos Pizarro’ bordado en chaquiras por ex guerrilleros reinsertados que la sen...
¿Puede la política de un país expresarse en los vestidos de quienes lo gobiernan? Acaso la elección, el pasado 7 de agosto, de colores azules y siluetas campesinas de la nueva vicepresidenta Francia Márquez; la chaqueta violeta, bordada por manos artesanas, que clamaba en sus mangas ‘justicia ambiental y social’ de Sofía Petro, hija del presidente; o el ‘Carlos Pizarro’ bordado en chaquiras por ex guerrilleros reinsertados que la senadora María José Pizarro llevó en la espalda de su abrigo, ¿pueden hablar de otras formas de vincularse con lo político? ¿Se puede hacer política con el cuerpo?
No es que la política colombiana nunca se hubiera jugado en lo simbólico, en la ropa de sus protagonistas, en los colores y signos que históricamente han elegido. En una arena muy opuesta, el mismo expresidente Álvaro Uribe Vélez fue un político sagaz en capitalizar los símbolos del campesinado, arriero antioqueño, hombre hecho a pulso, echao pa’lante, para coquetear y fascinar a un electorado que estaba harto de las élites bogotanas, con ínfulas de aristocracia europea, que siempre habían gobernado el país. Él, cargando su vestido con símbolos como el poncho o el sombrero, con los gestos de su cuerpo y con el uso particular del lenguaje, del acento y los dichos populares, logró hacer que millones de colombianos lo sintieran cercano, parte del pueblo profundo, a pesar de que a todas luces provenía de una familia millonaria que poco o nada tenía que ver con ese enjambre de signos. Álvaro Uribe hizo política con su ropa y con su cuerpo.
Pero es verdad que junto a Uribe y otras contadas excepciones, como la senadora Piedad Córdoba, que siempre llevó trenzas y turbantes típicas de la diáspora africana del Pacífico, o el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, que desafió las buenas maneras, en Colombia, los ropajes de los políticos y sus círculos cercanos siempre han sido más bien anodinos, despojados de sentidos ideológicos profundos, y se han constreñido más bien a unos cánones muy estrictos y conservadores del buen vestir.
Mientras que en la tradición bipartidista de Estados Unidos, los equipos de comunicación llevan décadas librando verdaderas batallas ideológicas en cada una de las elecciones del vestido que hacen públicas los políticos y sus familiares, en Colombia siempre ha habido un cierto desdén por entablar estrategias más ambiciosas en esos planos simbólicos que circundan el quehacer político.
Lejos de lo que ocurrió con el emblemático sastre pantalón blanco que usó Hillary Clinton en la campaña presidencial de 2016, que invocó los ánimos de las luchas sufragistas de principio de siglo; o con la chaqueta verde militar con el mensaje ‘A mi realmente no me importa, ¿a ti sí?’ que usó Melania Trump, en plena crisis sobre la separación de familias inmigrantes, tras la recia política de Trump, en Colombia es difícil rememorar alguna prenda que haya trascendido y creado una conversación más profunda que si se veía elegante o “corroncha”.
Ante este escenario, lo que pudo parecer inédito de ese diverso, colorido y para muchos pintoresco discurrir estilístico y simbólico que tuvo lugar en las pasadas ceremonias de posesión del Congreso y posesión del presidente colombiano Gustavo Petro, es que por primera vez de forma expandida grupos nunca antes visibles en estas instancias de poder, usaron su ropa y sus símbolos tradicionales para manifestar una postura y para lanzar, sin hablar, arengas sobre cómo entender el poder.
“Estamos realmente presenciando un nuevo espíritu social, que no tiene que ver exclusivamente con la izquierda, tiene que ver más bien con unas nuevas sensibilidades que se han forjado en los últimos años. Sensibilidades feministas, sensibilidades de género, raciales, étnicas, ambientales, que fueron vistas históricamente por los que estaban en el poder como campos puramente simbólicos, puramente culturales, sin ningún valor político. Pero Colombia se ha dado cuenta de que lo que veía como movimientos menores pueden jalonar política y electoralmente y, más importante aún, que pueden gobernar”, explica el analista político y experto en comunicación Richard Tamayo, quien añade: “estos movimientos luchan por hacer valer sus semióticas y por mostrar por qué esa sensibilidad tiene un carácter político y, en tanto, buscan los recursos expresivos que le sean útiles para eso”.
Desde los estudios críticos de moda, la percepción parece coincidir en que hay otro lugar para el cuerpo y el vestido en el ámbito de lo político. “Eso que pasó el 7 de agosto dice que la moda colombiana es un campo que ha logrado sembrar unas preguntas sobre el diseño como vehículo de comunicación, como vehículo de agendas sociales y políticas. También es el logro de las comunidades étnicas, negras, LGBTIQ+, del feminismo mismo de asentar discursos sobre la vestimenta. Esto se hizo claramente evidente, por ejemplo, en la relevancia que tuvo durante el Paro Nacional la estética queer como una forma de enfrentar visualmente y culturalmente a la policía”, explica por su parte Edward Salazar, investigador y catedrático en estudios de moda y editor del libro ‘Estudios de la moda en Colombia, balance de un campo en construcción’.
Para Richard Tamayo, el triunfo simbólico de estos movimientos que se encausaron en lo electoral, se debe también, en parte, a que la derecha colombiana se dio cuenta muy tarde de lo que estaba pasando. “La derecha apenas está reaccionando frente a esas nuevas formas de hacer política, y curiosamente es la ultraderecha la que más rápido está comprendiendo esa necesidad de comunicarse y tener unas expresiones semióticas más ricas que conecten mejor con la gente. Se ve en María Fernanda Cabal, senadora del Centro Democrático. Ella ya está actuando bajo estos nuevos criterios y liderando formas de comunicación de ese carácter. Lo podemos ver, por ejemplo, con su aliado Miguel Polo Polo, quien utiliza el lenguaje de la reivindicación, como lo hacía en su momento Donald Trump, con un tono popular, pero enmarcado en la ideología de ultraderecha”.
Que se sienta primero en el cuerpo
A la mañana siguiente del día de la posesión presidencial, las redes sociales del diseñador Diego Guarnizo experimentaban un furor inimaginable. Durante sus más de 30 años de carrera no había presenciado tal explosión de celebración adolescente y juvenil de sus diseños. La razón era clara: había creado la chaqueta de color violeta, color típico de los movimientos sufragistas y feministas, que llevó Sofía Petro para acompañar a su padre, el nuevo presidente de Colombia.
Una pieza que con la técnica de bordado de tela sobre tela había puesto de manifiesto su mensaje de justicia social no solo desde las palabras cosidas sobre el atuendo, sino desde las mismas manos que la cosieron: las de Elcy Guzmán y Adriana Gómez, dos artesanas urbanas que viven en Soacha y que trabajan con Guarnizo para mantener viva una tradición cada vez más en desuso. Aunque Sofía Petro solo caminó y se sentó junto a su familia en la posesión, miles de jóvenes en el país comprendieron su ropa y vibraron con ella.
“Yo veo una toma de conciencia muy evidente en las nuevas generaciones, para ellos es importante darle un verdadero valor y lugar a la moda colombiana, sentir su vestido como propio, y el único camino que tenemos para eso se llama la memoria, y la memoria está guardada en nuestras artesanías”, explica Diego Duarnizo quien también fue la cabeza detrás del diseño del abrigo de María José Pizarro, estampado con un pájaro tucán, endémico del Pacifico, que se llama paletón.
La apuesta por enaltecer el saber artesanal, por trabajar con un diseñador local y mandar un mensaje con el vestir, no fue exclusiva de quienes eligieron llevar una pieza de Guarnizo. Así describió la representante a la Cámara Mafe Carrascal, su elección estilística para la posesión: “El atuendo que elegí es un homenaje a los artesanos y artesanas de Colombia. Mi vestido es de la marca A New Cross. El diseñador Agustín Nicolás Rivero evoca la importancia de las cicatrices y cómo su visibilidad nos ayuda a transitar entre los momentos de trauma, memoria y reparación…”. Luego, por si quedaban dudas, sentenció: “¡lo personal es político!”.
Por su parte, la esposa del presidente, Verónica Petro, eligió un diseño que provenía de las manos de un creador de Sincelejo, Sucre, su tierra natal. El vestido para la gala nocturna de Antonella, la hija menor del presidente, fue de un poliéster de tercer uso, es decir reusado, estampado con una carta que le escribió el propio Gustavo Petro. Y Francia Márquez eligió a su diseñador de cabecera, Esteban Sinisterra, un joven talento afro que ha reivindicado la estética del Pacífico y que encuentra en sus raíces africanas su mayor inspiración.
Lo que parecían poner de manifiesto todos estos vestidos, pero también la euforia en redes sociales y mediática que generaron, es que las conquistas en materia de gusto, las conquistas simbólicas, lejos de lo que piensa la política más tradicional, resultan muy estratégicas, porque son conquistas que trascienden directamente en el cuerpo de la gente. Llevan lo político a un lugar muy íntimo, con el que un público masivo puede relacionarse y vincularse más fácilmente. Como lo dice el historiador Georges Duby en ‘La historia de la vida privada’, las grandes revoluciones tienen lugar primero en ese ámbito: en las carnes y en las estéticas de las personas.
Lejos de los cánones que insisten en esa versión colonial, blanca y europeizada de la moda, el ámbito político colombiano pareció haberse llenado de ropas que cuestionaban ese mandato. “Se colaron otros regímenes del gusto, diferente al régimen del gusto de la élite y esto le dijo a la gente que no se tiene que disfrazar, ni dejar sus acervos o sus tradiciones para venir a una posesión presidencial ni, más importante aún, para hacer parte del poder”, asegura Edward Salazar.
Por su parte, Richard Tamayo concluye: “Es que ya no son solo símbolos, no solo es que el pescador, el barrendero, los colectivos indígenas, afros o feministas se hayan sentido identificados con los símbolos, es que ahora esas son las formas de representación de esos múltiples colectivos que por fin han sido tenidos en cuenta, que hacen parte del poder y que van a empezar a hacer las demandas políticas que no habían hecho”.
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