Las hazañas del ajedrez con los ojos vendados
El uzbeko-estadounidense Timur Garéyev, poseedor del récord del mundo con 48 partidas simultáneas a ciegas, da una asombrosa exhibición en Astaná
Un gran maestro de ajedrez pedalea en una bici estática mientras disputa quince partidas simultáneas con los ojos tapados durante cinco horas seguidas, memorizando dónde está cada una de las 480 piezas en cada tablero. Gana catorce y empata una, ante el pasmo unánime de los espectadores. Se llama Timur Garéyev, tiene 35 años y una capacidad mental en el límite de lo humano. Lo que acaba de hacer en esta exhibición en Astaná (Kazajistán) es una bagatela...
Un gran maestro de ajedrez pedalea en una bici estática mientras disputa quince partidas simultáneas con los ojos tapados durante cinco horas seguidas, memorizando dónde está cada una de las 480 piezas en cada tablero. Gana catorce y empata una, ante el pasmo unánime de los espectadores. Se llama Timur Garéyev, tiene 35 años y una capacidad mental en el límite de lo humano. Lo que acaba de hacer en esta exhibición en Astaná (Kazajistán) es una bagatela si se compara con su récord del mundo, en 2016 en Las Vegas (EEUU): 48 tableros (1.536 piezas) durante 19 horas; 35 victorias, siete empates, seis derrotas. Y cree que puede mejorarlo.
A los no ajedrecistas ya les suelen parecer asombrosas las exhibiciones de simultáneas viendo las piezas: un jugador se enfrenta a muchos a la vez, moviéndose de tablero en tablero. Por ejemplo, este sábado se han celebrado en Azkoitia (Gipuzkoa) los 40 años transcurridos desde que el español José Luis Larrañaga batió el récord del mundo frente a 605 rivales durante casi 32 horas (535 victorias, 42 empates, 28 derrotas). El checo-alemán Vlastimil Hort elevó la marca a 636 tableros en 1985.
El factor común de esas hazañas, tanto viendo como sin ver las piezas, es el reconocimiento de patrones. Cuando Larrañaga o Hort hacen una jugada en el tablero 17 (por ejemplo) y pasan al 18, solo necesitan unos segundos para evaluar quién tiene ventaja, qué amenaza o pretende el último lance del rival y cuáles son sus dos o tres respuestas más lógicas. Eso se debe no solo a los centenares de partidas que pueden recordar conscientemente sino a los miles que están almacenadas en el inconsciente; esto último es lo que se llama intuición en ajedrez. Los esquemas habituales de conexiones entre piezas, de estructuras de peones o de combinaciones típicas contra un rey débil les permiten descartar en segundos muchas jugadas que serían legales pero absurdas, y limitarse a las coherentes con la situación en el tablero.
Ahora bien, hacer eso mismo a ciegas es mucho más difícil y exigente, incluso peligroso para la salud cuando se lleva a los extremos de Garéyev. En la Unión Soviética, país casi hegemónico en el ajedrez durante más de la mitad del siglo XX, los entrenadores solían prohibir las exhibiciones a ciegas contra muchos rivales. Y tenían razones de peso: varios de los protagonistas de marcas mundiales y otras grandes hazañas tardaron meses en que su cerebro volviera a funcionar con normalidad. Cuando Garéyev batió el récord, pasó varios días sin dormir.
Por eso, este uzbeko de nacimiento, residente en EEUU, da enorme importancia a los aspectos no puramente ajedrecísticos de sus proezas. “La razón principal para que pedalee en una bici estática durante mis exhibiciones es para subrayar que el ajedrez de alto nivel exige una buena forma física. Además, siento que ese ejercicio me genera energía para resistir mejor el esfuerzo mental [probablemente, porque produce dopamina]. Y no negaré que también sirve para llamar la atención y que las fotos sean aún más llamativas”, explica Garéyev a EL PAÍS tras una exhibición en la que bebió agua y té verde con frecuencia. Cuando batió el récord, comió pequeñas cantidades de sandía marinada en limón, aguacate, aceite de coco, hojas verdes y guindillas picantes. Y en los años anteriores practicó el paracaidismo y montañismo, así como el yoga a diario, y corrió maratones.
Además de tener muy desarrolladas las memorias fotográfica y lógica, Garéyev utiliza sofisticadas técnicas de organización mental durante sus exhibiciones. Imagina que cada tablero es una habitación de un palacio con un decorado diferente. Hace todo lo posible para que dos partidas no empiecen de manera muy parecida porque eso implicaría un gran riesgo de confundirlas. Si conduce las piezas blancas en los tableros 1, 3, 5 y 7, su movimiento inicial es distinto en cada uno de ellos; luego repite el del 1 en el 9 y el del 3 en el 11 porque al estar tan separados los distingue fácilmente. Y con negras plantea defensas distintas en el 2, 4, 6 y 8, etcétera.
Los organizadores de Astaná dispusieron, con su mejor intención, que fuera un árbitro quien le fuera cantando las jugadas de cada rival. Pero en las exhibiciones aún más exigentes él pide que se haga de otra manera: “Es importante que sea el propio jugador quien me cante su movimiento porque de ese modo la voz de cada uno me sirve para identificarla con la posición en el tablero, y eso me ayuda mucho”.
La fascinación por el ajedrez a ciegas ya se conocía en el siglo IX, poco después de que los árabes trajeran el ajedrez al sur de España, cuando el maestro Said Jubain se enfrentaba de espaldas a cuatro rivales y uno de sus esclavos le transmitía las jugadas. El primer campeón del mundo oficioso (siglo XVI), Ruy López de Segura, asombraba con exhibiciones similares en la corte de Felipe II. El francés Philidor hacía lo propio 200 años después en el Café de la Régence, de París.
Más difícil todavía. El estadounidense Harry Pillsbury (1872-1906) dio una exhibición memorable contra 12 rivales de alto nivel en un club de Nueva York. Antes de empezar, le leyeron una lista de 30 palabras complicadas, asociadas a números aleatorios. Entre ellas, las siguientes: antiphlogistine; periosteum; takadiastase; plasmon; threlkeld; y streptococcus. Tras concluir el juego con ocho victorias, dos empates y dos derrotas, Pillsbury repitió todas las palabras varias veces en distinto orden. Considerado como uno de los grandes genios malogrados del ajedrez, murió de sífilis a los 38 años.
Un caso con tintes trágicos es el de Miguel Najdorf (1910-1997), uno de los ajedrecistas más carismáticos de la historia, quien decidió quedarse a vivir en Buenos Aires tras disputar en esa ciudad la Olimpiada de Ajedrez de 1939 mientras Hitler invadía Polonia. Él no sabía si sus familiares, judíos, habían sobrevivido (en realidad, estaban todos muertos), y decidió protagonizar una noticia de gran repercusión inicial porque eso podría ayudarle a resolver la angustia. Lo que hizo fue batir dos veces el récord del mundo de simultáneas a ciegas, en 1943 en Rosario (Argentina) frente a 40 tableros (+36 =1 -3) y en 1947 en Sao Paulo (Brasil) contra 45 (+39 =4 -2).
Garéyev quiere elevar su marca a 55. Y a lo grande: “No me conformo con volver a batir el récord como en 2016, cuando yo mismo tuve que ser el organizador y casi el patrocinador. Ahora sería en el marco de un gran festival de ajedrez y de juegos de memoria, donde el público se lo pasaría muy bien”. Y añade que él está disfrutando mucho del Mundial entre Ian Niepómniashi y Liren Ding, quienes disputarán este domingo en Astaná la décima de las catorce partidas previstas, con ventaja del ruso por 5-4: “Es un duelo apasionante. Creo que Niepo tiene como un 70% de probabilidades de ganarlo”.
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