El nuevo Brasil que saldrá de los escombros
Los brasileños parecen convencidos de que puede emerger un Brasil mejor, vigilado más de cerca por la sociedad
Hoy ha muerto el Brasil de la vieja República, el de la corrupción sistémica que ha desnudado a toda la clase política sin distinción de credos e ideologías. Mueren juntos y abrazados. ¿Nacerá ahora un Brasil nuevo y renovado? "Dependerá de nosotros, de la sociedad. Necesitamos estar unidos para no volver a ser engañados", afirman atropellándose en sus análisis un grupo de personas que están comprando el periódico en el pequeño quiosco de mi barrio. Parecen convencidos de que de los escombros de esta clase política podrá nacer un Brasil mejor, vigilado de cerca por la sociedad.
Existe un consenso de que esta puede ser la hora de hacer las reformas que los últimos cinco presidentes de la República, todos ellos investigados, no quisieron o no pudieron hacer. "Es la hora de dar paso a una nueva República", se dice en la calle, apoyando una reforma política y electoral que dificulte el asalto al Estado para seguir reeligiéndose con campañas millonarias. La gente quiere que se acabe con tantos partidos que en vez de multiplicar la democracia crean el gran banquete de la corrupción. Que se ponga fin a esa locura de 33.000 personas con foro especial, cuando en Estados Unidos ni el presidente de la nación goza de ese privilegio. Que se acabe con las reelecciones que perpetúan a los políticos en el poder. Y con los privilegios que gozan para que en política no se entre para enriquecerse, como dijo a Luiz Inácio Lula da Silva su amigo José Mujica.
Lo positivo del terremoto político que hoy grita con grandes títulos en todos los periódicos escritos y en línea es que Brasil está tomando consciencia de que se ha llegado a un camino sin salida. O se cambia o se hunde todo y no sólo la clase política. Es necesario variar el rumbo y volver a empezar con una democracia más fuerte, robustecida por la experiencia del pasado. De ahí que se hable, en estas horas, hasta de una nueva Constitución. El país era otro cuando fue aprobada. Acababa de salir de una dictadura.
Hoy, a pesar de todos los pesares, Brasil no es como Venezuela. La democracia sigue en pie. Lo demuestra el hecho de que la justicia tenga bajo el punto de mira nada menos que a cinco expresidentes de la República y que vayan a ser investigados los presidentes actuales del Congreso y del Senado. Una cosa es indiscutible: la sociedad sale más consciente de su papel imprescindible y más vigilante. Hace falta sólo que acabe también uniéndose dejando atrás las viejas divisiones. El castillo se ha derrumbado entero. No han quedado en pie pilares privilegiados. Juntos habrá que reconstruir al país.
Soñar no es pecado, sobre todo en horas como estas en las que parece tambalearse la esperanza de un Brasil más libre y más limpio. Más de todos.
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