‘La revuelta’ ha hecho historia de la televisión en España

Si hay alguna manera de detener maniobras como las de ‘El hormiguero’ comienza rompiendo el silencio que hay alrededor de ellas

David Broncano, ayer en 'La revuelta', explicando el veto de 'El hormiguero' a su entrevista con Jorge Martín.

En 1996, la Asamblea General de la ONU decidió proclamar el 21 de noviembre Día Mundial de la Televisión. 28 años después de aquello, otro 21 de noviembre, TVE, de la mano de La revuelta, ha hecho historia de la televisión en España, así que permitidme que fantasee con que, a partir de ahora, además del Día Mundial de la Televisión, cada 21 de noviembre celebremos el Día Español de la Televisión. O, apuran...

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En 1996, la Asamblea General de la ONU decidió proclamar el 21 de noviembre Día Mundial de la Televisión. 28 años después de aquello, otro 21 de noviembre, TVE, de la mano de La revuelta, ha hecho historia de la televisión en España, así que permitidme que fantasee con que, a partir de ahora, además del Día Mundial de la Televisión, cada 21 de noviembre celebremos el Día Español de la Televisión. O, apurando, el Día Mundial de la Televisión Española.

La exposición pública que hizo anoche David Broncano en su programa de las malas artes de su competencia directa, El hormiguero, no nos suena nueva ni ajena a casi nadie de los que trabajamos en televisión. Ni por parte del programa de Motos, ni por parte de otros. Pero que la amenaza y la coerción hayan sido moneda de cambio en la televisión y en otros medios —algunas trifulcas radiofónicas han hecho civilizada a La guerra de los Rose—, no le quita responsabilidad al equipo de El hormiguero, ni mérito al gesto del presentador de La revuelta. Al contrario: si hay alguna manera de detener este tipo de maniobras desde luego comienza rompiendo el silencio que hay alrededor de ellas.

Porque del silencio se han alimentado siempre. Han sobrevivido gracias a una especie de código gremial no escrito que nos lleva a pensar que ciertos trapos sucios se lavan en casa, no pasan de unas cervezas entre compañeros y de un chisme mayor o menor que llevarse a macerar a la cama. Pero la realidad es que esos trapos, si acaso terminan de limpiarse, solo lo pueden hacer tendidos al sol. Ya se hizo público su modus operandi con la prensa. Ocurrió cuando Facu Díaz publicó un vídeo contando cómo muchos cómicos habían sufrido presiones por parte de El hormiguero por hacer chistes sobre Pablo Motos. Jimina Sabadú contó su caso en este periódico. Y le siguieron una cascada de testimonios de opinadores que también habían sido amedrentados por las cercanías del programa. Tantos que hasta bromeé con que probablemente era la única que había criticado a Motos y no había recibido ninguna llamada.

Yo sabía de esta ofensiva a los invitados, como tantos compañeros. No creo que haya muchos trabajadores de la tele española que no lo supieran. Pero no podía demostrarlo, ni tenía las herramientas para hacerlo. Este periódico lo contó en algún artículo, con algún caso concreto, pero que un programa de la audiencia de La revuelta —el que más sufre las consecuencias de esa maniobra, pero no el único— lo ratifique contando que la práctica ha sido continuada en el tiempo es el golpe encima de la mesa que necesitaba este asunto.

Por supuesto, en El hormiguero podrán seguir llamando “error sin mayor importancia” a la mayor exposición pública que han sufrido en su historia —más que la de la campaña del Ministerio de Igualdad: lo que señalaba aquel anuncio lo habíamos visto todos—. Además, podrán afirmar que no hacen nada ilegal. Oímos tanto la justificación del “no es delito” en tantos ámbitos diferentes que da escalofríos pensar que el listón de nuestra manera de comportarnos está cayendo al ras de lo legal. Nada hará que reconozcan una práctica abusiva continuada. Lo único que queda si perseveran en ella es que habrán reconocido que en su pecado llevan su penitencia. Mientras La revuelta puede hacer mejor audiencia que ellos llevando al mismo invitado que ya había pasado por su sede, ellos tienen tanto miedo que no han escuchado al arriero: no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.

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