‘El caso Sancho’ en Max: un crimen de pijos
Esta segunda entrega se centra en la reconstrucción del crimen. Rodolfo Sancho sale muy poco en este capítulo, cosa que le favorece
Ansiado segundo capítulo de El caso Sancho, titulado El crimen. Si el primer capítulo contaba principalmente con el testimonio de Rodolfo Sancho, en esta entrega han primado la reconstrucción mediática del crimen, y las visiones del entorno del cirujano Edwin Arrieta. Au...
Ansiado segundo capítulo de El caso Sancho, titulado El crimen. Si el primer capítulo contaba principalmente con el testimonio de Rodolfo Sancho, en esta entrega han primado la reconstrucción mediática del crimen, y las visiones del entorno del cirujano Edwin Arrieta. Aunque es un crimen que todos los españoles hemos seguido y que el año pasado se escuchaba comentar allá donde estuvieras (la piscina, el hospital, el supermercado, la peluquería, la estación del tren), la intoxicación y el blanqueamiento de ciertos programas de televisión fue tal que pueden haber hecho dudar a cualquier persona un poco desmemoriada.
Ramón Abarca (Director Asia-Pacífico de la agencia Efe) es la voz que nos guía en la mayor parte del capítulo, de forma aséptica y directa, cosa de agradecer en un caso en el que, de forma inexplicable, se le han expresado más condolencias al victimario que a la familia de la víctima. Ramón Abarca cuenta esas horas entre la aparición de una pelvis humana en el vertedero de Koh Phanghan, la detención de Daniel Sancho y la onda expansiva de la noticia. Sancho, a quien la prensa tailandesa conoce como El Chef Bronchalo (algún oficio había que atribuirle, supongo), queda desnudo cuando aparecen en pantalla los whatsapps que el propio Daniel le envió a ese hombre que, según él, no era su pareja. “Chiqui, tengo que quererte mucho para hacer esta travesía”. La típica frase que se le envía a un acosador al que quieres perder de vista.
Rodolfo Sancho sale muy poco en este capítulo, cosa que le favorece, porque Rodolfo, cuanto menos abra la boca, mejor. Transcribo sus más lúcidas declaraciones: “Los que somos padres sabemos la diferencia entre ser padre y no ser padre. Y es muy fácil criticar si no eres padre. Tú qué sabes, qué sabes tú de lo que se siente cuando eres padre. Al final lo importante es intentar ser fiel con (sic) uno mismo”. Declaraciones de futbolista para un crimen de sangre. Tras el cuasi trabalenguas del actor, el documental corta a la isla de Koh Phangham y al ambiente de la fiesta de la luna llena. Comienza la reconstrucción. Y sucede como siempre que, en un crimen en el que hay intoxicación mediática, se ponen los acontecimientos en orden: no hay vuelta de hoja.
La dirección del documental es aséptica. Ignoro si es algo buscado, o si todos los implicados se mueven en espacios diáfanos, pero la sensación que provoca es de distancia. Usaré un ejemplo lejano en el tiempo y en la materia: Crumb, de Terry Zwigoff, de 1991. Robert Crumb, dibujante y coleccionista de discos de pizarra, habla frente a la cámara junto a sus dos hermanos. Uno de ellos cuenta cómo agredió sexualmente a una muchacha. La cosa no pasó a mayores, pero no deja de ser un hecho delictivo y moralmente reprobable. La cámara está cerca de él. Él lo rememora con sus hermanos. No hay un juicio ético, e incluso se desprende algo de compasión hacia ese tarado que acabó por suicidarse al año de grabar. Esa forma de hacer documentales casi está perdida, y desde luego no tiene cabida en las plataformas (por desgracia). La narración profiláctica escogida para este caso criminal (el de Sancho, por supuesto) me deja algo que desear. Está planeado casi como aquellas instant movies de los ochenta, aunque con una cuidadosa y profesional puesta en escena (no es el oficio lo que pongo en duda).
Cuando pasen los años me gustaría ver otro documental que volase más libre, que no tuviera la losa de la aprobación de Rodolfo Sancho, que explicase las cosas en frío y desde la distancia. No quiero con ello ponerle peros al trabajo realizado. Simplemente es la forma de enfocar las cosas que se tiene en las majors (Warner en este caso) y en las plataformas (Max). Es de agradecer el trabajo de documentación usando planos y momentos que no hemos visto con anterioridad en televisión (siempre vemos los mismos, una y otra vez), pero este segundo capítulo sabe a poco justo después de conocerse la resolución del caso, y parece que hubieran estado esperando al fallo del juez para hacer la edición final, y decantarse así por un contenido u otro. Lo que nos queda clarísimo es que estamos ante un crimen de pijos, y como tal, tiene sus propias normas, las de la gente que se cree por encima del resto.
Sin embargo, el cliffhanger (completamente narrativo, nada documental) es muy bueno: Carlos García Montes, vestido —a pesar de su edad— como en una fantasía de la serie Élite, contando lo que le dijo a Daniel Sancho que tenía que decir. Rodolfo Sancho quedándose sin palabras ante la pregunta de por qué su hijo no compró comida si la armería adquirida era para cocinar. Este capítulo se ve con interés, pero le falta la perspectiva del tiempo, y eso, obviamente, no lo iba a tener. Esperemos al siguiente.