Contra las disculpas: nadie debería humillarse ante sus acosadores

Tanto la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, como la cómica española Carolina Iglesias, de Estirando el chicle, han subrayado su condición humana tras las polémicas en que se han visto envueltas

La primera ministra finesa, Sanna Marin, durante un encuentro con militantes de su partido en Lahti el 24 de agosto.LEHTIKUVA (via REUTERS)

Tanto la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, como la cómica española Carolina Iglesias, de Estirando el chicle, han subrayado su condición humana en sus disculpas. “Soy humana”, dijo Marin. “Me voy a seguir equivocando”, dijo Iglesias. Como el Shylock de ...

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Tanto la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, como la cómica española Carolina Iglesias, de Estirando el chicle, han subrayado su condición humana en sus disculpas. “Soy humana”, dijo Marin. “Me voy a seguir equivocando”, dijo Iglesias. Como el Shylock de El mercader de Venecia, intentan conmover a la turba apelando a su común humanidad: si me pinchan, sangro como vosotras. Son humanas y, por tanto, imperfectas, falibles, pecadoras. Pero, con ayuda de los energúmenos de Twitter, prometen ser menos impuras y reemprender el camino de perfección moral con humildad y persistencia.

Los terribles delitos de ambas son, respectivamente, bailar en una fiesta e invitar a una cómica a un podcast. Por tan graves cargos hemos visto a una primera ministra hacer pucheros y a una presentadora de éxito confesar que necesita ayuda psicológica. El gentío les ha convencido de que son culpables de algo, aunque no tengan claro de qué, y solo mediante la contrición pueden ser perdonadas. Marin es la primera ministra de Finlandia y la líder del primer partido del país. Iglesias es una presentadora brillante que, junto a Victoria Martín, ha creado de la nada uno de los fenómenos mediáticos más potentes de España. Ambas están muy por encima de los gañanes anónimos que las amenazan, y es tristísimo ver cómo aceptan sus autos de fe.

Poco a poco, la sociedad descreída en la que crecí se transforma en una sociedad neorreligiosa, donde se exige virtud y se condena el pecado como en los tiempos oscuros. Y es cierto que tanto Marin como Iglesias han cabalgado sobre ese moralismo. Su popularidad se debe en parte a lo bien que han entendido los mecanismos de la culpa y la delación que rigen en la opinión pública hoy, pero yo no creo que donde las dan las toman: nadie merece un acoso así, y nadie debería humillarse ante sus acosadores.

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