‘SanPa, pecados de un salvador’: Entre la terapia y el horror

Una serie documental expone las luces y sombras de la mayor comunidad de rehabilitación de toxicodependientes de Europa

Vincenco Muccioi (centro), junto a pacientes de la comunidad de San Patrignano. En vídeo, tráiler de 'SanPa, pecados de un salvador'.Vídeo: FOTO Y NETFLIX

Un popular programa de televisión lanzó una encuesta a inicios de los ochenta en pleno prime time: “¿Quién es el italiano più bravo, el mejor: Vincenzo Muccioli, Giorgio Armani, Valentino Garavani o Gianni Versace?” Los telespectadores votaron en masa por Muccioli, el único de los cuatro que no era un diseñador de éxito y que hasta hacía poco era completamente desconocido para el gran público. Se trata del hombre que fundó en 1978, en pleno boom de la heroína, la comunidad de rehabilitación para toxicodependientes de San Patrignano, que se vendió como la mayor de Europa y que lle...

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Un popular programa de televisión lanzó una encuesta a inicios de los ochenta en pleno prime time: “¿Quién es el italiano più bravo, el mejor: Vincenzo Muccioli, Giorgio Armani, Valentino Garavani o Gianni Versace?” Los telespectadores votaron en masa por Muccioli, el único de los cuatro que no era un diseñador de éxito y que hasta hacía poco era completamente desconocido para el gran público. Se trata del hombre que fundó en 1978, en pleno boom de la heroína, la comunidad de rehabilitación para toxicodependientes de San Patrignano, que se vendió como la mayor de Europa y que llegó a acoger a más de 2000 huéspedes.

Un puñado de años después, una conocida publicación tituló en portada: “Benito Mucciolini”, en un juego de palabras que ligaba el nombre del fundador del centro al del dictador fascista Benito Mussolini. Entre medias, un declive estrepitoso provocado por unos controvertidos métodos de contención, como el uso de cadenas para que los internos no sucumbieran al síndrome de abstinencia; acusaciones recurrentes de secuestro y de tratos degradantes, un reguero de procesos judiciales, varias muertes sospechosas y un homicidio entre los muros del centro modelo que se transformó en la comuna de los horrores.

‘SanPa, pecados de un salvador’, una serie documental de Netflix, la primera italiana de este estilo en la plataforma, y dirigida por Cosima Spender, recorre en cinco episodios de una hora cada uno el nacimiento, el crecimiento, la fama, la decadencia y el declive del omnipresente Muccioli y de su criatura, la comunidad de San Patrignano, ‘San Pa’ en la lengua coloquial.

Muccioli es un personaje extraordinario, carismático, un ilusionista de la comunicación, una de las figuras más polémicas, amadas y odiadas, de la Italia de los años ochenta y noventa. A falta de políticas eficaces de prevención y tratamiento, se convirtió en un santo para miles de familias que veían en él la única esperanza para rescatar a sus seres queridos de las garras de la droga. Para otros, en cambio, fue un timador, un megalómano que levantó su imperio sobre la violencia. Durante cerca de veinte años, Italia se dividió a la mitad, una vez más, como en casi todo, entre adoradores y detractores de Vincenzo Muccioli. Ambos bandos desfilaron por las calles, por los platós de televisión y por los juzgados, alimentando el mito. A Muccioli se le llegó a proponer como ministro de Sanidad, “era el hombre más poderoso de Italia en aquel momento”, dice en uno de los capítulos un antiguo interno de la comunidad.

La grabación bucea al mismo tiempo en las luces y las sombras de la comunidad que acabó convirtiéndose en un punto de referencia, también internacional, en la lucha contra las drogas y que hoy, bajo otra gestión, se desmarca de las polémicas pasadas y de la “versión parcial”, en sus palabras, que muestra el documental. “Un pedazo incendiario de la historia de Italia, que ha permanecido durante un cuarto de siglo bajo las cenizas. El impacto [del documental] para quien es joven es un enigma, pero para quien tiene una determinada edad, la experiencia es fuerte”, escribe el diario La Repubblica.

La compleja historia de San Patrignano comienza en 1978 en las idílicas colinas de la provincia de Rímini, con lo que se parecía mucho a una comuna hippie en la que se hospedaban algunas decenas de toxicodependientes para liberarse de sus adicciones a través del trabajo. El centro fue creciendo, en espacio, organización y popularidad y acabó funcionando como una pequeña ciudad, con distintas secciones como la carnicería, el taller de costura, la granja o la quesería. Los internos pasaron pronto a ser millares. En pleno proceso de expansión, llegan las primeras sombras, cuando varios jóvenes acusan a Muccioli de encadenarlos durante días a la intemperie y en condiciones infames para superar el mono. Los jueces comenzaron a investigar e iniciaron el llamado “proceso de las cadenas”, que se cerró con la condena en primera instancia a Muccioli a veinte meses de prisión y más tarde con su absolución en apelación. La controversia, lejos de suponer un freno, despertó un apoyo abrumador del pueblo. Cada día cientos de personas hacían cola durante horas para poder ingresar en la comunidad.

El ruido mediático era ensordecedor. “Mi padre tenía la atención de una estrella del cine”, dice en la cinta Andrea Muccioli, hijo del fundador. El juicio paralelo que se libró en la opinión pública alcanzó cuotas inéditas y de ahí en adelante todo lo que sucedió, aconteció frente a los reflectores. Por ejemplo, delante de las cámaras una joven que se había escapado de la comunidad regresó arrepentida pidiendo a Muccioli que la llevara de vuelta.

Los creadores de la serie documental se han sumergido en 50 archivos diferentes para obtener las imágenes con las que recomponer la historia de San Patrignano. En añadido, han generado 180 horas de entrevistas con 25 testimonios de protagonistas que vivieron aquellos años, que acaban convirtiéndose en personajes hipnóticos y sorprendentes en algunas ocasiones.

A través de sus relatos conocemos los momentos de luz y los episodios más oscuros, como el turbulento homicidio a golpes de un hombre a manos de otros huéspedes de la comunidad. El cadáver acabó siendo trasladado cientos de kilómetros, hasta un vertedero de Nápoles, en un intento de asociarlo a un crimen de la mafia. Muccioli, que también se sentó en el banquillo de los acusados por un presunto delito de homicidio culposo del que fue absuelto, reconoció que supo del asesinato pero calló porque uno de los asesinos se lo reveló en confidencia. El suceso, lleno de circunstancias turbias, estuvo precedido por dos suicidios muy cuestionados.

Completan el cóctel explosivo la irrupción de la epidemia de sida y un matrimonio de benefactores emparentados con una importante familia petrolera del norte de Italia y con las altas esferas de la política nacional.

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