Columna

Si vive en Ciudad de México, no compre una televisión

La capital mexicana tiene un grave problema de decibelios que no dejan ni distinguir la alarma de los terremotos

Músicos tocan la marimba en una zona residencial de la Ciudad de México, el pasado 13 de junio.CARLOS JASSO (Reuters)

Las notas de un acordeón llevan toda la tarde repitiendo en bucle Si Adelita se fuera con otro y Que te vaya bonito. Una muchacha toca sin descanso a cambio de una limosna para mantener a sus criaturas; el camión de la basura llama a los vecinos con una estridente campanilla dos o tres veces al día; el que vende helados grita su mercancía de forma incomprensible, aunque todos le comprenden; el de la trompeta, el del organillo, el de las tortillas de maíz azul, el farmacéutico que anuncia con un micrófono en la acera la rebaja de las aspirinas… No hay forma de ver la televisión en...

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Las notas de un acordeón llevan toda la tarde repitiendo en bucle Si Adelita se fuera con otro y Que te vaya bonito. Una muchacha toca sin descanso a cambio de una limosna para mantener a sus criaturas; el camión de la basura llama a los vecinos con una estridente campanilla dos o tres veces al día; el que vende helados grita su mercancía de forma incomprensible, aunque todos le comprenden; el de la trompeta, el del organillo, el de las tortillas de maíz azul, el farmacéutico que anuncia con un micrófono en la acera la rebaja de las aspirinas… No hay forma de ver la televisión en Ciudad de México.

De buena mañana, quienes sirven gas a domicilio aúllan sus arias al cielo como internos de un sanatorio mental decimonónico; la megafonía que compra colchones, lavadoras, microondas y cualquier fierro viejo que quiera usted vender, interrumpe el noticiero. A la caída del sol, aguacates a 15 pesos y mangos a 20, señora, pásele; ya oscura la tarde, los ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, calientitos, de salsa roja, mole, verde y de dulceeee ponen la banda sonora al beso final de la comedia y todo Netflix queda impregnado con la cantinela; el detective va a señalar al asesino y un sobresalto se adueña del sofá: la chimenea que asa los camotes lanza un pitido desquiciante y adiós al final de la película. La noche extiende su silencio cuando Humphrey Bogart se reencuentra de nuevo con Ingrid Bergman… y la patrulla policial suelta un sirenazo sin venir a cuento, apenas dos segundos, no da tiempo ni a mentar a sus antepasados. Antes del late night, el chico de la bici ofrece pan dulce con la bocina de Harpo Marx, moc, moc, moc.

En una ciudad que vive y duerme con las orejas atentas al sonido de las sirenas que alertan de los terremotos, el grillerío callejero es una taquicardia continua. Y decenas de perros ladran y ladran y vuelven a ladrar. No compre una televisión si vive en Ciudad de México.

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