‘Oficina de infiltrados’: la serie de espías que no se debería perder
Hay geopolítica y luchas por el poder, escenarios internacionales, acción, sexo y tensión, pero nada de eso hace que nos olvidemos de que es un producto que va a la esencia del espionaje
“Su verdadero trabajo será destruir las vidas de personas que no serán necesariamente malas, solo extranjeros que trabajan para su país y que tienen información importante para nuestra seguridad, gente que son unos cabrones solo por vivir al otro lado”. Estas palabras de la agente Marina Loiseau (muy bien llevada por la actriz Sara Giraudeau) que cierran el octavo episodio de la quinta temporada de Oficina de infiltrados (Le Bureau des Légendes), pronunciadas mientras alecciona a unos candidatos a a...
“Su verdadero trabajo será destruir las vidas de personas que no serán necesariamente malas, solo extranjeros que trabajan para su país y que tienen información importante para nuestra seguridad, gente que son unos cabrones solo por vivir al otro lado”. Estas palabras de la agente Marina Loiseau (muy bien llevada por la actriz Sara Giraudeau) que cierran el octavo episodio de la quinta temporada de Oficina de infiltrados (Le Bureau des Légendes), pronunciadas mientras alecciona a unos candidatos a agentes clandestinos en una oscura oficina de la sede de la Dirección General de Seguridad para el exterior (DGSE), reflejan muy bien un oficio a menudo mitificado en la ficción y cuyas glorias y maravillas de postín esta serie ha ido dilapidando episodio a episodio.
Aviso, el contenido de este post incluye spoilers sobre las temporadas anteriores.
En su quinta temporada, Oficina de infiltrados se sitúa en un punto de partida atrevido: tras los avatares sufridos a manos de unos y otros en la cuarta temporada, Guillaume Debailly o Paul Lefebvre o Malotru, depende para quién, no está muerto (aquí habría un buen spoiler si no fuera porque las imágenes elegidas por Movistar + para promocionar la serie en su aplicación son escenas en las que aparece él, siempre tan bien interpretado por Mathieu Kassovitz). De esta manera, el protagonista de una serie llena de tramas apasionantes y de excelentes actores secundarios sirve de excusa al creador y guionista de la serie (Eric Rochant, que ya probó con los espías en Les patriotes, 1994) para meterse de lleno en el mundo dibujado en la temporada anterior: Rusia, su creciente poder en la sombra y su resurgimiento como gran amenaza para Occidente.
Hay geopolítica y luchas por el poder, hay escenarios internacionales (París, Moscú, Nom Pen), hay acción, sexo y muchos momentos de tensión pero nada de eso hace que nos olvidemos de que esta serie es un producto intimista, reflexivo, que va a la esencia del espionaje y de la vida del espía: la lucha por la información, la traición, la verdad y las mentiras. Espiar es esperar, decía Thomas Kell, el mítico espía creado por el escritor británico Michael Cumming (acérquense a sus novelas, publicadas en español por Salamandra, si quieren pasar un buen rato). Y en esta serie esperan, lanzan botellas al mar, aguardan a que el enemigo muerda el cebo. Una filtración inocente un día se convierte en portada de un periódico nacional al día siguiente. La filtración contiene muchas verdades y alguna mentira, pequeña, que sirve a unos y a otros para saber cuál es la realidad. A usted y a mí, no. Un agente no aguanta más las torturas y confiesa ante el enemigo, traiciona a su país, cuenta verdades y desliza alguna mentira que lleva al rival al error. La técnica se llama en la serie ‘Azul de metileno’ y es tan vieja como el espionaje. El mérito está en llevar todo esto a una trama y hacerlo no entretenido sino apasionante.
La serie sabe crecer cada año con nuevos aspectos. Tenemos ahora a Mil Rayos, un traficante de productos tecnológicos, hijo de un espía y nacido para ser espía. Un tipo que finge ser italiano pero que es francés y trabaja como agente infiltrado para la República. A través de sus ojos vemos a los corruptos millonarios de Oriente Próximo y su fascinación por las armas de última generación. La agente Marie-Jeanne Duthilleul, tan esencial en otras temporadas, está en Egipto, donde juega un papel sorprendente. Hay otras pequeñas tramas interesantes —muy divertida la de los hackers— y lo mejor es ver cómo fluyen hacia la principal. Porque todo en esta temporada está puesto al servicio del gran envite de la serie, que es el gran envite de la DSGE y de JJA, el paranoico director de la Oficina de infiltrados. A saber: dar el golpe mortal al espionaje ruso.
James Jesus Angleton fue uno de los mejores espías de la historia, un tipo que llegó a dirigir la contrainteligencia de la CIA y que cayó en desgracia carcomido por la sospecha y la paranoia (si tienen más interés lean The Ghost, de Jefferson Morley). El poder que llegó a acumular solo es comparable a la caída que sufrió. Que el jefe de la Oficina de infiltrados se llame JJA, tan sobrio en la piel de Mathieu Amalric, es un homenaje de los creadores y una pista sobre los derroteros que tomará la historia. A estas alturas, a punto de terminar la temporada, queda por saber casi todo, incluido el destino de Raymond Sisteron, el primer personaje con el que nos encariñamos en la primera temporada, un aparente granuja lleno de lealtad e ideas firmes. Su rostro nos ha llevado de la mano por todas las temporadas, hemos visto las esquinas más lóbregas de la agencia a través de sus ojos, también las peores consecuencias de infiltrarse.
“Renuncia a la verdad o no volverás sobre el terreno”, le dice JJA a Mil Rayos cuando hace demasiadas preguntas. Renuncia a la verdad, mantente dispuesto a girar el filo de la espada hacia los tuyos, desconfía, envuelve la gran mentira en miles de pequeñas verdades, aprende a esperar, permanece leal a tu misión, haz lo que tengas que hacer. Bienvenidos al mundo real del espionaje.