Siempre en el mapa: el precio de la hiperconexión
La práctica de compartir la ubicación en tiempo real se extiende entre los jóvenes de la generación Z, que lo ven como una forma de estar presentes. Los expertos advierten del coste psicológico y de la cesión de datos que implica
María, de 17 años, y sus tres mejores amigas tienen un pacto digital: sus avatares están siempre visibles en el mapa del móvil. “No es para controlarnos, es para sentirnos cerca”, asegura. Anna, del mismo grupo, conoce en todo momento el paradero de sus 22 amigos y familiares más cercanos. Lo hace a través de la función ‘Buscar’ de Apple. “Es como cuando envías un mensaje para ver cómo están, es una forma de saber qué pasa en su vida”, dice. Los jóvenes de su generación han normalizado compartir la ubicación en tiempo real, una opción que cada vez ofrecen más aplicaciones. La última en sumarse ha sido Instagram con la nueva función de mapas: los usuarios pueden ver desde dónde han subido una foto sus amigos, pareja, compañeros de trabajo o incluso desconocidos a los que no siguen.
Aunque en España aún no hay datos concretos, el fenómeno se considera global: en Estados Unidos, el 79% de los adultos tiene activada la localización en sus dispositivos y, entre los jóvenes de la generación Z ―nacidos entre 1996 y 2010―, el 65% la comparte con su círculo íntimo, según un nuevo estudio de la empresa de investigación de mercado The Harris Poll, encargado por el New York Times.
La infraestructura que hace posible esta vigilancia se ha ido tejiendo durante años. Desde los primeros sistemas GPS integrados en smartphones, hasta la actual combinación de triangulación por wifi, bluetooth de baja energía o torres de telefonía. La precisión ha llegado a ser tan exacta que algunas aplicaciones pueden determinar no solo el edificio, sino incluso la planta donde se encuentra el usuario.
El mapa como red social
La geolocalización ha pasado de ser una utilidad esporádica a un hábito social cotidiano. Mariona Visa, profesora de Comunicación de la Universidad de Lleida y experta en cultura digital, atribuye esta normalización a que “tecnológicamente es posible”, de la misma forma que las cámaras en los móviles convirtieron la fotografía en un acto diario.
Pero la clave, señala, reside en su transformación en moneda social. Según el informe de The Harris Poll, casi la mitad (48%) de los usuarios de aplicaciones centradas en la localización declara que su principal motivo para activarla es “compartir su ubicación con otras personas que conocen”. No se trata solo de recibir un pedido o seguir una ruta, sino de tener una presencia digital constante. “Las aplicaciones presentan la localización como una experiencia lúdica, un mapa de amigos que se convierte en norma social”, indica Visa. Cuando todo el grupo lo hace, la presión social puede llevar a los jóvenes a adoptar la práctica “sin cuestionarse si realmente es positiva o necesaria”.
Para Diana González, especialista en comunicación digital responsable y que asesora a empresas en este campo, todo responde a un deseo de pertenencia. La propia palabra “compartir”, comenta, tiene una potente carga emocional para los jóvenes, que lo ven como una forma de decir “aquí estoy” y “con quién estoy”.
De la confianza al control
Visa advierte de que verificar constantemente el paradero ajeno puede convertir la confianza genuina en el otro en un mecanismo de control instrumental. González añade que esta dinámica afecta específicamente a las relaciones de pareja, donde detecta un claro patrón de género.
Según la experta, lo que en teoría nace de una supuesta idea romántica de compartirlo todo, en muchos casos esconde dinámicas de control que afectan sobre todo a las mujeres. Esta práctica adquiere tal peso social que no compartir la ubicación, cuenta María, se equipara dejar de seguir a alguien en redes sociales. Esto lleva al usuario que lo hace a ser cuestionado por su entorno: ¿Por qué dejas de compartir tu ubicación? Si lo haces, ¿significa que tienes algo que ocultar? ¿No confías en nosotros?
Más allá del control interpersonal, está la ansiedad social. Raquel, de 22 años, siguió el viaje de su grupo de amigas por Europa mediante aplicaciones de localización. Ella no pudo ir porque trabajaba y cuenta que sí experimentó alegría por sus amigas, pero también le recordaba cada día lo que ella se estaba perdiendo. Esta sensación se conoce como Fear Of Missing Out (FOMO), o temor constante a perderse algo, y las redes sociales potencian su efecto nocivo sobre la salud mental. Un informe de 2023 reveló que el 45% de las adolescentes consideraba que compartir la ubicación tenía un impacto negativo en sus vidas.
El negocio de la localización
Ricard Martínez, director de la Cátedra de Privacidad y Transformación Digital de la Universidad de Valencia, pone el foco en el “lucrativo” modelo de negocio subyacente a esta moda: los usuarios reciben una funcionalidad atractiva mientras las empresas obtienen un flujo constante de datos valiosísimos sobre sus movimientos, hábitos y relaciones. La ruta a la oficina, una visita al gimnasio o cualquier salida nocturna se convierte en un producto valioso. Las empresas de análisis de movilidad compran estos datos anonimizados, aunque fácilmente identificables, para trazar patrones de consumo y comportamiento. El camino desde casa hasta el lugar de estudio o trabajo vale dinero, y el usuario lo regala a cambio de saber dónde están sus amigos.
Martínez también habla del concepto de “extimidad” para explicar la transformación psicológica que experimentan los usuarios, que llegan a percibir la exposición digital como una forma de protagonismo. Esta dinámica, reforzada por mecanismos cerebrales de recompensa, provoca una inversión de valores y anula la percepción de pérdida de privacidad.
Pero su advertencia más grave apunta al conjunto del sistema: la geolocalización masiva, combinada con otros datos, puede allanar el camino hacia herramientas de control totalitario. El siguiente escalón son los asistentes virtuales que organizan la vida cotidiana y erosionan progresivamente, según Martínez, la capacidad de autodeterminación mediante decisiones en apariencia inocuas.
Los expertos coinciden en que saber dónde está todo el mundo, todo el tiempo, más allá de ser un símbolo confianza interpersonal, funciona como caballo de Troya para normalizar la vigilancia y el control social. El mapa compartido podría estar delimitando, sin la conciencia plena de sus usuarios, los contornos de una nueva frontera digital donde el precio de la conexión constante es la renuncia a la autonomía.
Tendencias es un proyecto de EL PAÍS, con el que el diario aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro que afronta nuestra sociedad. La iniciativa está patrocinada por Abertis, Enagás, EY, Iberdrola, Iberia, Mapfre, Novartis, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), Redeia, y Santander, WPP Media y el partner estratégico Oliver Wyman.
Puedes apuntarte aquí para recibir la newsletter semanal de EL PAÍS Tendencias, todos los martes, de la mano del periodista Javier Sampedro.