Humanos robotizados, algoritmos humanizados
A medida que la IA se vuelve más sofisticada, también lo hacen nuestras expectativas sobre su comportamiento. No nos conformamos con meros ejecutores de órdenes, buscamos capacidad de comprender, empatizar y adaptarse a nuestras necesidades
Vivimos en la era de la inteligencia artificial. Una inteligencia artificial que, de manera silenciosa, ha ido penetrando en todos los ámbitos de nuestra existencia. Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos ―y, en algunos casos, incluso mientras estamos durmiendo― interactuamos con algoritmos que permean las aplicaciones y servicios digitales de nuestro día a día. Si somos capaces de encontrar información en internet; recibir recomendaciones de pe...
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Vivimos en la era de la inteligencia artificial. Una inteligencia artificial que, de manera silenciosa, ha ido penetrando en todos los ámbitos de nuestra existencia. Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos ―y, en algunos casos, incluso mientras estamos durmiendo― interactuamos con algoritmos que permean las aplicaciones y servicios digitales de nuestro día a día. Si somos capaces de encontrar información en internet; recibir recomendaciones de películas, música, libros, productos, amigos o noticias; hablarle a nuestros móviles, coches o altavoces inteligentes; traducir de un idioma a otro automáticamente o reconocer caras en fotos, es gracias a la inteligencia artificial.
Sin embargo, el despertar colectivo sobre la IA ha llegado con la irrupción de las técnicas de IA generativa, y, especialmente, los chatbots como ChatGPT, con los que podemos mantener todo tipo de conversaciones y a los que podemos pedir que nos escriban, resuman, traduzcan o compongan textos de diversa naturaleza, en cualquier idioma y de manera casi instantánea. El límite es nuestra propia imaginación, materializada en los prompts (comandos) que introducimos en estos diligentes sistemas inteligentes.
Conforme la IA va conquistando aspectos que históricamente han sido del territorio de lo humano ―la escritura, las artes visuales, la composición musical, la traducción― somos testigos de una progresiva robotización de las personas desde dos perspectivas. En primer lugar, nos convertimos en robots humanos alimentando los algoritmos de IA con nuestros datos: etiquetándolos, proporcionando retroalimentación y supervisándolos. Somos parte esencial del proceso de enseñanza de las máquinas, una especie de máquinas biológicas invisibles que moldean y ajustan el comportamiento de los algoritmos, en la sombra.
En segundo lugar, la automatización que conlleva la cuarta revolución industrial en la que nos encontramos inmersos no solo se limita a las actividades físicas, sino especialmente abarca tareas cognitivas, gracias a los avances de la inteligencia artificial. Los algoritmos de IA, cada vez más, están tomando decisiones que anteriormente eran exclusivas de la capacidad humana en ámbitos como la salud, las finanzas, el acceso a servicios sociales o las promociones laborales. Los algoritmos impactan cómo vivimos, estudiamos, trabajamos e interactuamos. Nos ayudan a tomar decisiones, pero también están moldeando la forma en que interactuamos con el mundo que nos rodea tanto en nuestra vida personal como educativa y profesional.
Cada vez más nos convertimos en robots humanos, controlados por algoritmos que supervisan y evalúan nuestro trabajo, definen nuestro horario para optimizar la producción, y nos asignan tareas que las máquinas no son capaces de realizar. Los humanos, en suma, estamos siendo moldeados para encajar en los engranajes de una maquinaria digital, que a su vez ha sido entrenada por cada uno de nosotros.
Esta robotización del humano viene acompañada de una humanización de los algoritmos. La inteligencia artificial comienza a adquirir habilidades consideradas exclusivamente humanas. Desde el reconocimiento de emociones hasta la generación de contenido creativo, las máquinas están demostrando una capacidad sorprendente para emular e incluso superar las facultades de las personas en multitud de áreas.
A medida que los algoritmos de IA se vuelven más sofisticados, también lo hacen nuestras expectativas sobre su comportamiento. Ya no nos conformamos con meros ejecutores de órdenes; buscamos en ellos la capacidad de comprender, de empatizar, de adaptarse a nuestras necesidades cambiantes. Esta demanda de humanización de los algoritmos refleja una necesidad humana: anhelamos la conexión, la comprensión y el significado en nuestras interacciones, incluso cuando estas ocurren con entidades no biológicas. En un mundo cada vez más dominado por la tecnología, buscamos mantener nuestra humanidad, también en los confines de lo digital.
La convergencia entre las personas y la inteligencia artificial plantea preguntas profundas sobre la esencia misma de la humanidad y la naturaleza de la inteligencia. Por un lado, hay preocupaciones sobre la pérdida de empleos debido a la automatización, especialmente de tareas intelectuales, lo que puede llevar a la desigualdad económica y social. Por otro lado, tememos que una dependencia excesiva de la tecnología nos haga perder nuestra autonomía y capacidad de pensamiento crítico. ¿Qué significa ser humano en un mundo donde nuestras habilidades y características distintivas pueden ser replicadas por máquinas y donde los humanos estamos cada vez más robotizados? ¿Cómo redefinimos nuestra identidad en una era en la que la línea entre lo humano y lo artificial se está desvaneciendo?
En este contexto, es esencial recordar que somos las personas quienes damos forma al mundo que habitamos, incluyendo la tecnología que inventamos, de la que depende nuestro futuro y que define si dicho futuro representará o no un progreso. Es esencial recordar que no todo desarrollo tecnológico conlleva un progreso. Es primordial que, como sociedad, exijamos que el desarrollo tecnológico esté siempre centrado en las personas y en el planeta, anteponiendo nuestro bienestar a los intereses económicos. Es momento de reclamar nuestra humanidad y de aprovechar la inteligencia artificial, una inteligencia artificial humanista, para reforzarla.
Nuria Oliver es doctora en Inteligencia Artificial por el MIT, cofundadora y directora de ELLIS Alicante, una organización sin ánimo de lucro para a promover la investigación en inteligencia artificial en Europa.