Once agentes para los peores crímenes

El Equipo de Inspecciones Oculares de la Guardia Civil analiza los escenarios criminales más complejos en busca de pruebas

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Actuación de Equipo Central de Inspecciones Oculares (ECIO) de la Guardia Civil.

Cuando suena el teléfono de la teniente María Cano López, de 31 años, es porque las cosas se han puesto complicadas en la investigación de un crimen. Ella, que salió de la escuela de oficiales de Zaragoza en 2014, lidera desde hace dos años el Equipo Central de Inspecciones Oculares de la Guardia Civil (ECIO), compuesto por otros 10 hombres con el ojo educado para ver lo que nadie más ve en la escena del delito.

Vieron el coche “demasiado limpio” de José Enrique Abuín, El Chicle, tras la desaparición —el 22 de agosto de 2016— de la joven Diana Quer; y encontraron las pruebas de...

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Cuando suena el teléfono de la teniente María Cano López, de 31 años, es porque las cosas se han puesto complicadas en la investigación de un crimen. Ella, que salió de la escuela de oficiales de Zaragoza en 2014, lidera desde hace dos años el Equipo Central de Inspecciones Oculares de la Guardia Civil (ECIO), compuesto por otros 10 hombres con el ojo educado para ver lo que nadie más ve en la escena del delito.

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Vieron el coche “demasiado limpio” de José Enrique Abuín, El Chicle, tras la desaparición —el 22 de agosto de 2016— de la joven Diana Quer; y encontraron las pruebas después, en ese mismo vehículo, que le incriminaban por el ataque a otra joven de Boiro (A Coruña) el día de Navidad de 2017. Aquellos hallazgos confirmaron todas las sospechas que se cernían sobre el ya asesino confeso —la Fiscalía le pide prisión permanente revisable— de la chica madrileña que veraneaba en A Pobra do Caramiñal (A Coruña).

Estos 10 hombres, que llegan a la escena del crimen con una furgoneta blanca desplegable (“equipo móvil de inspecciones oculares”), y se adentran en los peores escenarios con monos blancos y mascarillas, descubrieron las huellas del asesino de la familia brasileña en Pioz (Guadalajara) “en una caja de pizza que todo el mundo había visto dando tumbos por aquella casa pero en la que nadie había reparado” hasta que llegaron ellos y la analizaron. Las pizzas fueron el pretexto que usó Patrick Nogueira —condenado a prisión permanente revisable— para entrar en la casa de sus tíos y descuartizarlos junto a sus dos hijos pequeños la tarde del 17 de agosto de 2016. Los cuerpos, apilados en bolsas de plástico en el salón del chalé, no fueron encontrados hasta un mes después, tras varias denuncias de “mal olor” por parte de los vecinos.

Teniente María Cano López, responsable del ECIO.

Los del ECIO, incluidos en el Departamento de “Escena del crimen” del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil (SECRIM), están acostumbrados a ver y recoger toda clase de indicios en la oscuridad. Ven la sangre de “un color negro característico”, los restos de semen “fluorescentes, aunque un poco menos brillantes que los de orina”, los huesos “de un blanco muy claro”... Su visión está adiestrada para detectar rastros y huellas invisibles a simple vista. “Usa luces blancas, verdes o violetas, con diferentes longitudes de onda para generar otro tipo de reflejos perceptibles también con filtros (gafas) concretos”, explica la teniente Cano, que no duda en agacharse con la linterna en cuanto se le presenta la ocasión. “Y productos reactivos para localizar fibras, pelos, huellas...”.

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Y, para confirmar sus hallazgos u orientar sus búsquedas, están también Marley y Athor, los dos perros del Equipo de Detección y Localización de Restos Biológicos del Instituto Armado. “Su olfato a veces es superior al ojo humano, a las potentes luces de las linternas y a los químicos”, dice un miembro del equipo, que recuerda cómo el marcaje de Marley en un sofá sirvió para hallar un resto de sangre oculto.

'Plus' de calidad

La clave de los éxitos de este pequeño grupo, uno de los más especializados de la Guardia Civil, con los máximos reconocimientos de calidad (método de trabajo acreditado por la Entidad Nacional de Acreditaciones, ENAC) y nacido en 2004, es su protocolo de actuación. “Aunque cada escenario es un mundo, todo está pautado para que no se nos escape nada”, explica Cano. “Cualquier descuido, cualquier muestra no detectada o mal recogida, se acarreará durante todo el procedimiento y puede incluso echar al traste la investigación”, añade.

“Hacemos todo de izquierda a derecha, creando pasillos para no contaminar la escena y, por ejemplo, en el caso de un lugar cerrado, empezamos por el suelo, luego las paredes y por último el techo. Siempre hay dos personas mirando lo mismo, para asegurar, y cada vestigio se recoge de la manera que corresponde, en cartón los biológicos y en plástico los no biológicos, y se conservan en frío, si es necesario”, explican. “Se mira todo: habitáculo por habitáculo, cada objeto, prenda, todo, y tras nuestra inspección se fotografía todo para dejar constancia de como se abandona la escena y que no puedan aparecer cosas nuevas donde no estaban”, señalan. La entrada y salida del equipo es determinante para resolver el crimen. “Ha habido casos que parecían asesinatos y eran suicidios, otros que parecían dobles crímenes y eran muertes naturales...”, su mirada ha de ser abierta y dudar siempre de las evidencias para contrastar al máximo.

“Nuestro trabajo comienza con una reunión con los investigadores que han llegado primero al lugar. Ellos nos orientan —según lo visto y los testimonios recogidos— sobre aquello que podemos estar buscando al inicio”, cuenta. Así ocurrió, por ejemplo, en uno de los casos más complejos al que se han enfrentado recientemente, el del concejal de Llanes (Asturias), Javier Ardines, asesinado a golpes al amanecer a la salida de su casa el 16 de agosto de 2018. “Sabíamos que los agresores podían haber usado gas pimienta y buscábamos restos de ese producto, que hallamos en una de las vallas que usaron para cortarle el paso”, recuerdan. O al revés: “La orientación puede cambiar, en Pioz buscábamos primero a unos sicarios y acabamos localizando a un sobrino de las víctimas”.

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